Aquí mi sensual Charles puede caminar.
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La mansión se sumía en paz desde pasadas las ocho. Todos los niños y profesores tenían la necesidad de regresar a sus camas lo antes posibles para prepararse al nuevo día. Pero un ruido, como el sonido de pies descalzos, interrumpió esa tranquilidad a altas horas de la noche. Una pelirroja con la expresión adolorida recorría los pasillos, buscando ayuda. “Tiene que estar por aquí”—susurraba para sí. Ella buscaba a su mentor, el único hombre que sería capaz de comprenderla, el profesor Charles Xavier.
En su travesía, encontró a dos jóvenes que salían del comedor. Se frotó los ojos, algo aturdida por la luz proveniente de dicho lugar. Y pensando que no sería conveniente espantarlos –porque todo lo relacionado a ella lo hacía– hizo que sus ojos no lograran verla. Pobre Jean, dirían, una chica chiflada que corre por los pasillos con lágrimas en el rostro.
Siguió y esta vez no se encontró con nadie. Cuando hubo llegado, la puerta de roble e inscripción dorada dónde yacía “Charles Xavier, profesor y director.” estaba a centímetros de su respingada y pecosa nariz. Alzó su brazo y formó la mano en un puño, dispuesta a tocar. Sin embargo, tuvo que redirigirla a su cabeza, dónde los pensamientos ajenos atacaron nuevamente.
Una mezcla de dolor, tristeza y odio se volvieron en todo lo que podía pensar. Sentimientos tan fuertes que envenenaron su cuerpo y lo volvieron débil en cuestión de segundos.
Se redujo ante la puerta y, tocándose la sien, trató de calmar su dolor. Sabía que este dolor provenía de alguien que, sin saberlo, pedía ayuda. Ella deseaba encontrarlo así también se alejaría el sufrimiento. Cuando todo pareció calmarse dentro del desastre que llamaba mente, por fin llamó al profesor.
Escuchó mucho ruido adentro y luego pasos que se dirigían hacia ella. Por un momento le pareció haber escuchado una grosería.
En la oscuridad y el silencio, Charles le abrió. Algo en su rostro mostraba exasperación. No deseaba molestarlo pero su situación estaba saliendo de control. Bajó la mirada, avergonzada.
—¿Jean? —preguntó el castaño, sorprendido. Su voz rota e inestable. Hasta ese momento la peliroja reparó en la imagen de su profesor. Charles vestía una playera blanca mucho más grande que él y el bóxer desaliñado, con una ligera capa de sudor recorriendo su cuerpo.
La chica tuvo algo de valor y vió la expresión sonrojada del castaño que también la puso colorada.
Deseaba que la tierra le tragase.
—Profesor, soy yo —respondió sin más qué decir.
Todos tenían necesidades, el profesor no podría ser una excepción. Sin embargo, ella deseaba no haberse enterado de esa manera tan entrometida. Trató de repetirse que era normal, que aún su profesor tuviese una pareja, daría todo por sus alumnos. Pero su determinación se fue y ella también deseaba hacerlo.
—¿Qué sucede? —de nuevo, el profesor preguntó. Su voz se había recuperado rápidamente, asimilando a la joven frente a su puerta.
—Y-Yo... —titubeó. ¿Si ya estaba aquí, qué más daba?—. Tengo algo urgente que hablar con usted.
¿Sería indicado hablarlo ahora? Jean esperaba ansiosa la respuesta. Charles lo meditó mucho, tendría que invitarla a su habitación y eso parecía una tarea complicada. Permaneció apoyado en la puerta, su pequeño y frágil cuerpo era lo único que separaba su vida privada de todo lo demás.
Suspiró al final y ofreció una sonrisa muy cansada a Jean.
—Puedes pasar —abrió lentamente la puerta, haciéndose a un lado y dejando el paso libre a la peliroja.
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ʀᴇꜱᴜʟᴛᴀᴅᴏꜱ ʜᴏᴍᴏꜱᴇxᴜᴀʟᴇꜱ ᴇ ɪᴍᴩʀᴇᴠɪꜱᴛᴏꜱ
Fanfic𝖯𝖾𝗍𝖾𝗋 𝖬𝖺𝗑𝗂𝗆𝗈𝖿𝖿 𝗌𝗎𝗌𝗉𝗂𝗋𝖺 𝗉𝗈𝗋 𝖫𝗈𝗀𝖺𝗇, 𝖾𝗅 𝗁𝗈𝗆𝖻𝗋𝖾 𝗊𝗎𝖾 𝖼𝗈𝗇𝗈𝖼𝗂ó 𝗁𝖺𝖼𝖾 𝖺𝗅𝗀ú𝗇 𝗍𝗂𝖾𝗆𝗉𝗈. 𝖩𝖾𝖺𝗇 𝗌𝗂𝗇𝗍𝗂ó 𝗎𝗇 𝖿𝗅𝖾𝖼𝗁𝖺𝗓𝗈 𝖺𝗅 𝖼𝗈𝗇𝗈𝖼𝖾𝗋 𝖺 𝗌𝗎 𝗇𝗎𝖾𝗏𝗈 𝗉𝗋𝗈𝖿𝖾𝗌𝗈𝗋. 𝖠𝗆𝖻𝗈𝗌 𝖾𝗇...