1. Una nueva ciudad.

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David estaba apoyado sobre su brazo, durmiendo en el coche. Iban a mudarse a Madrid un sábado, por temas de trabajo de su padre. A David le pareció una estupidez tener que mudarse toda la familia, encima que su hermano y él estaban a mitad de semestre y se les haría más difícil hacer nuevos amigos.

—David, tete —Alex comenzó a mover el brazo de David agitadamente, intentando que éste despertara—. Que ya hemos llegado a Madrid.

Con los ojos entrecerrados bostezó, alargando sus delgados brazos hacia los lados. Se rascó un ojo y miró por la ventana. Estaba anocheciendo.

Salió del coche tambaleando un poco, ya que se le habían dormido las piernas por culpa de estar sentado tantas horas en un coche.

Cogió su móvil, una caja donde tenía material escolar y entró a la nueva casa. Tenía un gran jardín con piscina, tres plantas y una habitación para cada uno –que se agradece- de los hermanos. Tampoco iba a ser tan malo vivir allí, ¿no?

Se sentó en el suelo, cogió el cargador y comenzó a hablar con sus amigos que había dejado atrás, en Barcelona. Algún día los volvería a ver, supongo.

Allí, aparte de tener a los mejores amigos que uno podría tener, tenía un novio fantástico llamado Álvaro. Era cariñoso, considerado, preocupado... era el chico perfecto que siempre había querido tener. Ahora tendrían una relación a distancia, y no sabían cómo la iban a llevar. Pero David no se daba por vencido y sabía que iban a salir adelante.

De todas las conversaciones que habían, buscó la de "Álvaro <3". Le había enviado un mensaje y, David, tan ilusionado fue a contestarle.

"David... debo decirte algo"

No dudó un instante y fue a llamarlo. Al segundo tono respondió.

—David...—sonaba nervioso, pero lo ignoró y se alegró al volver a escuchar su voz.

— ¡Álvaro! Te echo de menos...—dijo poniendo un puchero. Aunque Álvaro no lo viera, él sabía lo que estaba haciendo. Lo conocía demasiado bien.

—Yo también... pero tengo que decirte una cosa...—David le extrañó un poco la actitud de su novio, pero escuchó lo que quería decirle.

—Dime cariño.

—Ese es el problema. — ¿el problema? No entendía nada. ¿A qué se refería?

—No te entiendo, Álvaro...

—A ver... como sabes, tendríamos que tener una relación a distancia. Y yo no puedo, David. Necesito tus abrazos y tus besos. No puedo seguir así. Yo te quiero, no lo olvides, pero no puedo seguir así. Lo siento mucho. —y colgó la llamada.

David miró con los ojos muy abiertos la pantalla del móvil. Pudo divisar como se iba mojando su pantalla poco a poco. Estaba llorando.

¿Álvaro acababa de cortar con él? ¡Si su relación iba de perlas! Ni celos, ni peleas. ¿Habría conocido a otro? Porque seguramente no será solo por la distancia. Muchos chicos hoy en día tienen relaciones a distancia y las sobrellevan bien. ¿Qué habrá pasado?

David no quería estar más triste, así que cogió su móvil y se fue a la calle a ver si podía despejarse un poco. Salió de casa intentando evitar las miradas extrañas de su hermano y las preguntas típicas de su madre. "David, ¿estás bien?" "¿Estás llorando?". No, si te parece estaba meando por los ojos. A veces pensaba que su familia no lo entendía. En verdad, nadie le entendía. Solo Álvaro...

No sabía adónde iba. Había ido a Madrid cuando solo tenía 5 años, hacia 10 desde entones. No se acordaba de nada.

Había llegado a un gran parque. ¿El parque del retiro, se llama? A saber.

Eran las diez de la noche e iba con la cabeza gacha y sollozando. Se supone que a esas horas no había nadie allí. Se sentó en el primer banco que divisó y puso sus codos en su regazo, apoyó sus manos en su cara, llorando aún más por lo que acababa de pasar. ¿Por qué todas las desgracias le pasaban a él?

—Oye, chico— David giró su cabeza hacia donde provenía la voz. A su izquierda estaba un chico, de más o menos su edad, moreno y con el libro de "Buscando a Alaska" entre sus manos—. ¿Podrías irte a llorar a otro banco? Estas interrumpiendo mi lectura.

— ¿Perdona? Este banco es público y puedo sentarme a hacer lo que quiera en él. — consiguió un soplido por parte del moreno y siguió con su lectura.

David miraba de vez en cuando a aquél chico. Miraba sus facciones. La verdad es que era muy guapo, y aquel pendiente le quedaba bastante bien.

De repente se echó a llorar de nuevo, alarmando molestamente al andaluz. Cerró bruscamente el libro alertando a David y se giró hacia él.

—Oye, ¿se puede saber porque me mirabas tanto? ¿Y porque no paras de llorar? Molesta.

—Eres un borde. ¿No tienes sentimientos o qué?

— ¿Sentimientos? ¿Se comen?

—... ¿en serio te interesa porque estoy llorando? —una pizca de alegría se pudo notar en la pregunta de David.

—No, pero si así te calmas, te vas a tu casa y me dejas leer en paz, desahógate.

—Niño tonto...

El siguiente cap. será desde el punto de vista de Seuso.

Adió.

¡Sed felices!

Dulce y salado (Zeuspan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora