La caja era más pesada de lo que imaginaba, o él estaba mucho más débil. Kibum se derrumbó sobre el viejo sofá, le temblaban los brazos y la cara la tenía empapada en sudor. El baúl seguía en el mismo sitio, como burlándose de él. Una especie de sexto sentido le decía que no compartiera este hallazgo con su abuela, de modo que, ¿cómo iba a bajarlo? Kibum era de esas personas que, cuanto más difícil le resulta conseguir algo, más lo desean. ¡Maldita sea!.
- Kibum, tienes visita. ¿Kibum? ¿Dónde éstas?.
La voz de su abuela, suave al principio, se hizo más audible a medida que subía por las escaleras.
Kibum, con algo de dificultad, se puso de pie y se acercó a la puertecilla.
- Estoy arriba. Bajaré dentro de un momento.
Alguien había venido a visitarlo. A él. ¿Quién demonios podría ser? Se miró furioso aquellos desgastados y viejos vaqueros, y la sudadera desteñida. Probablemente tendría el pelo aún más revuelto que la noche anterior. Confiaba en que no fuese nadie importante.
- Los dejo tranquilos, para que se pongan al día - dijo su abuela, haciendo un discreto guiño.
El día estaba muy frío. El olor intenso y glacial del exterior había quedado impregnado en el abrigo de Minho. El que apareció ante él era un muchacho completamente distinto del que había conocido hacía años. Para empezar, era considerablemente más alto, y su voz, cuando lo saludó, mucho más grave. La cara también había cambiado, ya no era redonda y con las mejillas regordetas, sino con cada rasgo bien definido, y la frescura de su cutis era distinta. Rasgos que se mantendrían inalterables durante toda su madurez. Sus labios continuaban siendo de la misma forma, solo que mas gruesos. Llevaba el pelo en un estilo que lo favorecía bastante, y ya no parecía que su madre se lo hubiese cortado con las tijeras de la cocina. Aún era castaño oscuro, aunque brillante y suave, como recién lavado. Cabellos rebeldes caían sobre sus ojos cafés, que continuaban siendo inalterables, y parecían seductores y traviesos como la primera vez.
- Has cambiado - dijo Kibum, casi reprochandoselo.
- Tú también - contestó él - la culpa es de unas cosas llamadas hormonas.
Mantuvo su amplia sonrisa con la esperanza de ocultar la impresión que él joven le había causado. La abuela se lo había advertido, pero le costaba creer lo delgado que estaba. Unas marcas oscuras rodeaban sus ojos color miel, que resaltaban en un rostro que parecía formado exclusivamente por planos y ángulos. De aquella brillante melena no quedaba nada, estaba opaca y falta de vida, y en su mano, fría y fina, el chico pudo advertir cada uno de los huesos cuando la estrechó suavemente en la suya.
- ¿Cómo te encuentras? - pregunto Minho tratando de parecer lo menos conmocionado posible.
- Muy bien.
- ¡Estás estupendo!
- No. Parezco......
- Bueno... - Minho se rió - Te he visto mejor otras veces. Pero tu abuela dice... que tu enfermedad... ¿Saben lo que tienes?
- No. Y no quiero hablar de eso.
Kibum cerró los ojos. En los párpados apareció un rastro de venas azules.
- Muy bien. Entonces ¿de qué hablamos?
Kibum volvió a abrir los ojos.
- Te lo voy a decir. ¿Te acuerdas del desván? De pequeños subíamos a explorar.
Obtuvo un movimiento afirmativo de cabeza en respuesta.
- ¿Puedes hacerme un favor?
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Herencia Macabra MinKey (Adaptación)
FanfictionMinho se alejó durante un instante y se encontraba en medio de la carretera, a pocos metros, para ir en busca del policía, cuando sintió algo detrás de él. Junto a la puerta se alzaba una columna más oscura que las sombras de la noche y delante, ant...