Fantasmas, parte dos

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Fue justo después de su graduación, en 1932, la noche inaugural de la feria de Neuse River. Un hervidero de gente inundaba las calles de la ciudad, divirtiéndose con los juegos de azar y en los bulliciosos puestos ambulantes donde vivían perritos calientes y hamburguesas. La noche era húmeda; no sabia por qué pero Noah recordaba aquel detallé vívidamente. Llego solo y, mientras deambulaba entre la concurrencia, buscando a algún conocido, vio a Fin y Sarah, dos amigos de la infancia, que departarian animadamente con una desconocida. Recordó que pensó que era guapa, y cuando finalmente se acerco, ella lo miró con sus ojos soñadores y ya no los aparto de él.
—Hola— le dijo ella simplemente, al tiempo que le ofrecía la mano —. Finley me ha hablado mucho de ti.
Un inicio de lo más normal, algo que Noah habría relegado al olvido de haberse tratado de cualquier otra chica. Pero mientras le estrechaba la mano y contemplaba aquellos impresionantes ojos de color esmeralda, antes de volver a tomar aire tuvo certeza de que era la mujer perfecta, la mujer que nunca más volvería a encontrar aunque se pasara el resto de su vida buscando.
Aunque soplaba un vientecillo estival, de repente Noah tuvo la impresión de que aquella brisa inofensiva se había trocado en un poderoso huracán. Fin le explicó que ella estaba pasando el vetando en New Bern con su familia porque su padre trabajaba para R.J. Reynlods, y a pesar de que Noah solo asintió con la cabeza, por la forma en que ella lo miró tuvo la impresión de que había acertado al no añadir nada más. Entonces Fin se echó a reír, porque comprendió lo que estaba sucediendo, y Sarah propuso ir a buscar unas latas de Cherry Coke. Los cuatro se quedaron en la feria haya que ya no quedo nadie y cerraron los puestos ambulantes.
Quedaron para el día siguiente, y también al otro, y pronto se hicieron inseparables. Casa mañana -excepto el domingo, cuando tenia que ir a misa- Noah acababa sus obligaciones lo mas rápido posible y luego se dirigía velozmente hacia el parque Fort Totten, donde ella lo estaba esperando. Dado que era una turista y no estaba acostumbrada al ritmo de una ciudad tan pequeña, se pasaban los días haciendo actividades completamente novedosas para ella. Noah de enseño a atar el anzuelo en el sedal y a pescar percas en las aguas poco profundas, y también la llevo de excursión al bosque Croatan. Navegaron en canoa y presenciaron espectaculares tormentas de verano.
Noah tenia la impresión de que se conocía de toda la vida, pero también aprendió cosas nuevas. En un baile en el granero de tabaco, fue ella quien le enseño a bailar el vals y el charlestón, y a pesar de que durante las primeras canciones de pisaron varias veces sin querer, la paciencia de ella obtuvo el fruto deseado, y se pasaron el resto de la noche bailando hasta que los músicos abandonaron sus instrumentos. Después, él la acompaño a casa y, tras darse las buenas noches en el porche, la besó por primera vez, no sin preguntarse por qué había tardado tanto en hacerlo. Una semana después la llevó a esa casa y, a pesar de su evidente deterioro, le dijo que un día pensaba comprarla y restaurarla. Se pasaron horas hablando de sus sueños -el de Noah de ver el mundo, y el de ella, ser una famosa pintora- y en una húmeda noche de agosto, ambos perdieron la virginidad. Cuando ella se fue al cano de tres semanas, se llevó un pedazo de su corazón. Noah la vio marcharse de la ciudad a primera hora de una lluviosa mañana, tras haberse pasado la noche en vela. Después fue directamente a su casa e hizo la maleta. La siguiente semana la pasó solo, en la isla Harkers.
Noah se deslizó las manos por el pelo y echó un vistazo al reloj. Las ocho y dice minutos. Se levantó, se acercó a la parte delantera de la casa y escruto la carretera. Mi rastro de Gus. Noah supuso que ha no acudiría. Regresó al balancín y volvió a mecerse.
Recordó la primera vez que le hablo a Gus de ella. Su amigo sacudió la cabeza y se echó a reír.
—Así que ese es el fantasma del que has estado huyendo, ¿eh?
Cuando Noah le preguntó a que se refería, Gus contestó:
—Ya sabes, los fantasmas del pasado, los recuerdos que gravitan sobre nosotros. Te he estado observando, trabajando día y noche sin descanso, sin apenas darte un respiro. Las personas actúan de ese modo por tres motivos: o bien porque se han vuelto locas, o porque son idiotas, o porque intentan olvidad. Y desde el primer momento he estado seguro de que en tu caso era porque intentabas olvidar, aunque no sabia el qué.
Noah recapacito sobre las palabras de Gus. Su amigo tenia razón, por supuesto. New Bern era ahora un ámbito embrujado, hechizado por el fantasma de los recuerdos de aquel amor. La veía siempre que pasaba por el parque Fort Totten, el lugar donde solían quedar, o bien sentada en el banco o de pie junto a la verja, sonriente, con la melenita rubia rozándole los hombros y los ojos del color de las esmeraldas. Cuando Noah de instala a en el porche por la noche con su guitarra, se la imaginaba junto a él, escuchándolo en silencio mientras él entonaba melodías de su infancia.
Y lo mismo sentía cuando iba a la tienda de Gastón, o su pasaba por delante del teatro Masonic, o cuando paseaba por el centro de la ciudad. Por todas partes veía su imagen y encontraba objetos que le recordaban a ella.
Era extraño, y Noah era plenamente consciente de ello. Se había criado en New Bern, había vivido hasta los diecisiete años allí, pero cuando se ponía a pensar en la ciudad, únicamente parecía recordar aquel verano, el tiempo que habían pasado juntos. El resto de los recuerdos constituían simplemente fragmentos,retales de su infancia y adolescencia, y muy pocos -por no decir ninguno- le evocaban algún sentimiento.
Se lo comento una noche a Gus y su amigo le ofreció una explicación muy simple:
—Mi padre decía que la primera vez que te enamoras te cambia la vida para siempre, y por más que lo intentes, jamás lograrás borrar ese sentimiento tan profundo. Esa chica fue tu primer amor, y hagas lo que hagas, siempre estará presente en tu corazón.
Noah sacudió la cabeza y cuando la imagen de ella empezó a desvanecerse en su mente, retomó la lectura de Whitman. Leyó durante una hora, alzando la vista de vez en cuando para observar los mapaches y comadrejas que correteaban furtivamente cerca del río. A las nueve y media cerró el libro, subió a su habitación y se puso a escribir en su diario, incluyendo tanto observaciones personales como el trabajo que había realizado ese día en la finca. Cuarenta minimizáis más tarde, ya dormía. Clem subió las escaleras y entró a su cuarto, olisqueó a su dueño mientras dormía y luego se puso a dar círculos sobre su misma hasta que finalmente se tumbó a los pies de la cama hecha un ovillo.

Un poco antes, esa misma tarde, a ciento cincuenta kilómetros de distancia, ella estaba sola, sentada en el balancín del porche en esa casa de sus padres, con una pierna cruzada debajo del muslo. Al acomodarse había notado que la funda todavía estaba húmeda por el chaparrón que había caído durante la tarde, pero en esos momentos las nubes se estaban disipando y se dedicó a verlas pasar, preguntándose si había tomado la decisión correcta. Se había pasado días indecisa, incluso hasta unas horas antes, pero finalmente se había convencido de que jamás se perdonaría su dejaba escapar aquella oportunidad.
Lon no sabia la verdadera razón del viaje que tenia previsto para el día siguiente. Una sentaba antes ella le había insinuado que le apetecía ir a comprar antigüedades en la costa. «Solo serán un par de días -le había dicho-, además, necesito tomarme un respiro de los preparativos de la boda. » Se sentía algo culpable por haberle mentido, pero sabia que de ninguna manera podía contarle la verdad. Su viaje no tenia nada que ver con él, y no sería justo pedirle que entendiera sus motivos.

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⏰ Última actualización: Mar 25, 2017 ⏰

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