Enero 15 de 1900
Le escribo y automáticamente empiezan a caer de mis ojos las lágrimas que empapan mis mejillas; caen como en cascada, y a su paso van quemándome la piel. Me duele escribirle porque, aunque intento ser fuerte, su recuerdo es cada día más pesado. Lo recuerdo alejándose de mí, caminando por el estrecho sendero de piedra, con el oscuro abrigo. Cada paso que daba era como un golpe al estomago, dejándome sin respirar. Hacía ya un tiempo que había planeado ese escape, y tenía la seguridad de contarle mis planes; pero esa noche, al verlo tan feliz, vi como sus ojos se iluminaban, y supe que no podía arruinar sus sueños. Perdí todo el coraje que tenia y decidí que, si desaparecería, seria en silencio, porque de esa manera, mi ausencia no se notaria.
Verlo caminar por ese sendero, sabiendo que usted pensaba en como todo cambiaria, en como nuestro amor por fin saldría a la luz. Todas esas ilusiones que se hizo por mi fueron en vano. Desde que lo conozco, entendí que éramos de distintos mundos, yo venía de uno gris, apagado y que por más que su amor me encendiera, aunque reviviera la esperanza que llegue a perder, nunca acabaría con la maldición que tenia. Usted en cambio era un ser tan vivo, que allanaba luz de su sonrisa, un resplandor de sus ojos. Era usted tan perfecto, que conocerme fue una trampa. Siempre seré una pesadilla disfrazada de ensueño, y aunque sea mi voluntad, será muy difícil cambiarme. Al escaparme, nunca fui capaz de mirar atrás como lo hago ahora. No espero tener respuesta suya, pues tengo que admitir que mi última carta no fue algo que usted esperaba después de tanto tiempo, pero es que eso es lo único original que ha salido de mi mente. Entiendo que hago mal al interrumpir en su vida, sin embargo he aguardado noches solitarias, días agotadores, solo por saber de usted. A veces siento la necesidad de volver a mi hogar, para retomar mi antigua vida, la rutina de la quise escapar. La soledad es un reencuentro contigo mismo, tan profundo que te saca eso oscuro que escondes, eso a lo que le temes tanto; también descubres quien realmente eres. La soledad es como enamorarse de sí mismo: le hablas al reflejo que ves en el espejo, duras largas horas existiendo, sin motivos, ni preocupaciones, pero con el fantasma de pasado, asechando en los rincones de la mente. Luego, llega un día, como cualquier otro, en el que te agotas de ti mismo, no quieres ver ni tu sombra, y te llegan las ganas de salir corriendo, pero te encuentras atascado en esta vida.
Siempre pienso en Londres, en su gente y sus calles. Desearía saber si usted sigue lleno a los Jardines de la Reina María; mis recuerdos siempre me transportan de regreso junto a aquellos rosales. Como olvidar que fue en esos jardines, y precisamente, en el jardín de la begonias, cuando lo conocí a usted. Me sentaba junto a las florecillas, en un intento de calmar mi depresión, tratando de dibujar esos pétalos rojos. Esa vez el viento soplaba tan fuerte, pero más fuertes eran mis ganas de dibujar. Cuando me entrego apasionadamente a algo o alguien, no habrá fuerza humana que me quite el deseo. Rugía el viento, y yo rugía internamente, llevando trazos más duros, más firmes, en el papel. En vez de dibujar rosas, dibuje espinas. Pero incluso la tormenta tiene un fin, y después... ¿La incertidumbre? No. Después, llego usted. Corriendo por los caminos asfaltados, con el cabello largo alborotado, y los ojos... Dos pedazos de cielo en los que me perdía. Entonces se acaba el hechizo cuando su pañuelo sale volando, y dando vueltas llega a posarse en mis pies. Seria usted muy distraído, pues a pesar de ello siguió corriendo con más ganas. Incluso el pañuelo era hermoso; azul oscuro, bordado con cintas plateadas y dos iníciales "A.S". Dejé a un lado mis dibujos y a toda prisa lo seguí, tratando de correr con los botines entre el barro me rendí al perderlo de vista. En mi camino de vuelta me sentía tan enojada conmigo misma por no haberle encontrado. Iba tan distraída que tropecé con una rama y justo cuando perdía el equilibrio apareció usted. Solo recuerdo haberme aferrado a su pecho, y podrá usted creer que he perdido la cabeza, pero cuanto más me aferraba, más miedo tenia de soltarlo; aun sin conocerlo podría jurar que tenía un mal presentimiento, como si fuera a desaparecer. Al despedirnos pidió que no me alejara... Ahora el tiempo ha pasado y me atrevo a preguntar ¿Por qué nunca me detuvo?
Tengo tantas ansias de saber sobre su vida, de volver a conocerlo como si fuera la primera vez. Los nuevos comienzos no se me dan bien, y los finales son muy dolorosos, pero acabemos de una vez con esos años que nos han mantenido alejados y empecemos algo que podría salvarnos a los dos de unas vidas tan crueles. Las hojas caen al igual de rápido como las personas se separan; sin embargo, al acabar el invierno, vuelven a renacer. Le pido una nueva oportunidad, para que escribamos una nueva historia juntos. Una en la que solo nosotros seamos dueños de nuestras vidas. Demos el paso que no fuimos capaces de dar. Este escape no será solo mío, quiero que usted me siga, como debió hacerlo hace nueve años si no hubiera sido por mi insensatez y mis miedos.
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Whispers to your heart
Historical FictionCuenta la historia de un amor clandestino que sucede a mediados del siglo 19 durante la era victoriana. La Srta. Lowell pasa por una etapa de depresión crónica tras la muerte de su abuelo y dedica sus días a existir, escapándose a menudo por las...