s e i s (Maratón 3/5)

8.1K 427 35
                                    


El lunes por la mañana, había decidido llegar más temprano de lo normal.

"Aquí no ha ocurrido nada. La vida sigue y tú sigues con ella." Me había repetido mentalmente todo el camino a la universidad.

Diego se había ido antes de la cena y yo había vuelto a llorar un mar. No había tenido el valor de encender el móvil y aún no lo hacía. Lo llevaba apagado dentro del bolsillo trasero de mis vaqueros.
Entré a mi salón de clases y me senté en mi lugar habitual. No había hablado con Lizeth para nada, y sabía que no podría extenderlo más. Llegaría el momento en el que tendría que contarle como me sentía y no estaba lista para ello.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos que pegué un brinco del susto cuando algo cayó frente a mí, sobre mi mesabanco.

Cuando alcé la vista, el corazón me dio un vuelco dentro del pecho. Jos Canela me miraba fijamente. Su expresión era completamente inteligible, sin embargo, su mirada lucía triste y cansada. Tenía un enorme moretón en el pómulo izquierdo y el labio inferior completamente reventado.

—¡¿Qué te pasó!? —me puse de pie de golpe, mirando su rostro, horrorizada.

Alcé mi mano para tocar su labio, pero me reprimí a mí misma, cerrando el puño.

—No es nada —dijo, cerrando los ojos mientras negaba con la cabeza. —. No te preocupes. Te he traído tu libro, _____. Gracias.

Miré hacia mi mesabanco y observé la portada desgastada y vieja de mi libro antes de volver a mirarlo. —Deberías ir a que te revisen esos golpes, Jos. —susurré.

Él me regaló una media sonrisa tensa. Una sonrisa que no tocó sus ojos. Ni siquiera alcanzó a dibujársele un hoyuelo. —Merecidos me los tengo. Gracias. Nos vemos.

Entonces, se giró sobre sus talones y se echó a andar fuera del salón.
En la entrada, pude observar cómo se topaba con Lizeth, quien, a su vez, le dedicaba la mirada más venenosa que le había visto jamás.

Sin decir una palabra, Jos salió del aula y Lizeth me miró con clara preocupación. —¿Te ha dicho algo? —preguntó con suavidad.

—Me ha traído mi libro. ¿Qué demonios le pasó en el rostro? —pregunté, frunciendo el ceño. Necesitaba saberlo.

Lizeth se mordió el labio inferior y suspiró—: Alonso lo golpeó cuando se enteró de todo.

—¡¿QUÉ!? —chillé.

La molestia y el coraje comenzaron a abrirse paso dentro de mi pecho. Yo no quería que Jos tuviera más problemas por mi culpa.

—Alonso estaba molesto y Jos quería correr detrás de ti el sábado y... Bueno, Alonso encontró una sola manera de detenerlo. —se disculpó Lizeth.

—No debió golpearlo —siseé, enfurecida. —. Jos no debería haber peleado con Alonso por mi culpa. Yo...

Lizeth se limitó a mirarme con aprehensión antes de regalarme una sonrisa triste. —Lamento mucho lo que pasó, _____.

Yo cerré los ojos con fuerza y mascullé—: No importa. Ya no importa. Vamos a superarlo.

Los días pasaban a una velocidad impresionante. Con la escuela, las tareas, ayudar a mi madre en la tienda y estudiar como loca para las ridículas pruebas que mi profesor de literatura francesa me aplicaba cada semana, no tenía mucho tiempo para pensar en la única cosa que era capaz de robarme el sueño: Jos Canela.

Las noches, en cambio, eran un completo martirio.
Cuando caía la noche y me acostaba entre las sábanas, lo último que quería era pensar en él, pero era inevitable. Siempre; hiciera cuanto hiciera, terminaba pensando en él.
No me había llamado, no se había comunicado y yo tampoco había hecho nada por hablar con él.

Había pasado más de un mes desde aquella fatídica noche que tanto quería olvidar y lo único que sabía de él era lo que la gente del campus decía.
Tampoco me agradaba mucho lo que escuchaba. Todo era acerca de él y Valeria siendo algo más que amigos. Me enfermaba la idea de que tantas personas estuvieran interesadas en aquel ridículo romance. Un romance que nadie sabía si realmente existía.

—Es mierda colectiva —decía Alonso cuando Lizeth despotricaba pestes contra Jos y Valeria.

Mierda colectiva o no, dolía. Dolía casi tanto como no tenerlo cerca.
Casi tanto como verlo todos los días, topármelo en los pasillos y pretender que no lo conocía. Él tampoco hacía nada por hablar conmigo y en cierta forma, lo agradecía.
Jos y yo pertenecíamos a mundos completamente diferentes. Entonces llegaba aquella incómoda situación en la que lo miraba en todos lados, me lo topaba en todos los pasillos, y ni siquiera lo miraba.

Éramos dos desconocidos a los ojos del mundo. Dos desconocidos que se conocían perfectamente el uno al otro. Dos desconocidos que conocían absolutamente todos los miedos del otro, por irónico que fuera.


—Entonces, ¿Qué haremos ésta noche? —dijo Diego, sentándose frente a mí en la mesa que compartía con Lizeth y Alonso.

Diego se había vuelto tan parte de mis días como ellos. Se la vivía haciéndome reír, bromeando, jugueteando, molestándome e invitándome a los más ridículos lugares que había tenido la fortuna -o desgracia- de conocer.

—Alonso quiere ir a la inauguración del nuevo club del centro. —dijo Lizeth, con una sonrisa. Emocionada.

—Perfecto, ¿vendrás, cierto? —dijo Diego, mirándome con una sonrisa pintada en los labios.

Yo abrí la boca para replicar pero Lizeth me atajó, mirándome con severidad—: Ten mucho cuidado con lo que vas a decir, _____. Tienes más de un mes revolcándote en tu propia miseria y yo tengo más de un mes permitiéndotelo. Tienes que ir. No está a discusión.

Yo fruncí mi ceño y me crucé de brazos, enfurruñada, mientras miraba la sonrisa socarrona de Diego. Fue entonces cuando lancé una patada en su dirección por debajo de la mesa.

—¡HEY!, ¡Esa era mi pierna! —gruñó Alonso, haciendo una mueca de dolor.

Diego se soltó a reír a carcajadas mientras yo reprimía una sonrisa y me ruborizaba por completo. Lizeth rió también mientras Alonso despotricaba en voz baja.

Entonces, me levanté en mi lugar y golpeé a Diego en un hombro con un puño. Diego comenzó a reír aún más y yo me senté en mi lugar, enfurruñada e indignada.

—¡Se supone que debe ser doloroso, masoquista! —bromeé, indignada.

Entonces, Diego recorrió su silla hasta que quedó a mi lado y pasó un brazo por mi hombro antes de decir con ironía—: Tus formas de demostrarme tu amor, me matan, _____.

Yo no pude evitar sonreír, mientras Lizeth y Alonso reían.

—Idiota... —mascullé, sonriendo.

—¡También te amo, _____!, ¡Eres maravillosa! —dijo Diego, sarcásticamente.

Yo abrí la boca para replicar, cuando un golpe estrepitoso me hizo girar mi cuerpo hacia atrás para observar qué había ocurrido.


Jos Canela se encontraba agachado en el suelo, levantando una silla. Su rostro estaba completamente enrojecido y su ceño estaba fruncido profundamente.
Su mirada se encontró con la mía y, por un segundo, creí que su mandíbula iba a quebrarse de tan fuerte que la apretaba.

Entonces, se irguió y salió de la cafetería.

Mi corazón latía a una velocidad frenética dentro de mi caja torácica y no pude evitar sentir satisfacción con la sola idea de que quizás... Sólo quizás, Jos estuviera escuchando a Diego. La idea de Jos celoso, era algo a lo que podría aferrarme fácilmente.
Necesitaba algo a qué aferrarme.

Though You Can See Me | Jos Canela a.u.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora