c i n c o (Maratón 2/5)

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—¡_____!, ¡_____, espera! —la voz de Diego me hizo detenerme a mitad del camino.

Me giré para encararlo y espeté—: ¡NECESITO ESTAR SOLA!

—¡No!, ¡No lo necesitas!, ¡No voy a dejarte sola!, ¿Qué demonios pasó? —espetó de vuelta.

Yo froté mi cara, sin importarme lo mucho que fuera a arruinar mi maquillaje. —Se lo dije. Le dije que era yo... —dije, conteniendo los sollozos que amenazaban por salir de mi garganta.

Con el repentino ataque de ira, las lágrimas habían cesado y no quería volver a traerlas a mí.

—¿Y? —inquirió Diego, mirándome con cautela.

—Le importó una mierda. Fue tras Valeria, sin importarle que yo estuviera justo en la habitación... —no pude continuar. El nudo en mi garganta me hacía doler toda la tráquea y los pulmones. Quería gritar de frustración y al mismo tiempo sabía que no merecía la pena.

—Entonces es un imbécil, _____. Afróntalo y vive con ello. —dijo Diego, con la voz enronquecida.

¿Era mi imaginación o lucía furioso?...

Yo abrí la boca para replicar, pero inmediatamente me callé. No podía hablar acerca de lo que había pasado la noche anterior. No sin que me doliera en lo más profundo del alma.
Sin decir una palabra, Diego se acercó a mí y envolvió sus brazos en mi cuerpo de forma protectora y dulce. Yo apreté los ojos con fuerza, reprimiendo mi llanto, y él me presionó contra su cuerpo con fuerza.

Entonces, envolví mis brazos a su alrededor y me dejé ir... Dejé que el llanto fluyera hasta que los ojos me ardieron, dejé que las lágrimas cayeran hasta que no podía pensar en nada que no fuera el ardor de mis ojos y el dolor de mi pecho.

No pude cerrar los ojos en toda la noche.
Los recuerdos pasaban por mi cabeza una y otra vez, como una película sádica, masoquista y dolorosa que no cesaba. Jos pidiéndome hablar, Jos a punto de beber quince caballitos de alcohol, Valeria poniendo su horriblemente asquerosa ropa interior en las manos de él, él caminando hacia ella... ¿Qué podía justificar Jos?, ¿Qué tenía que defender cuando todo estaba claro para mí?...

Los ojos me ardían por las lágrimas derramadas y todos los músculos de mi pecho dolían por los sollozos reprimidos. Después de la fiesta, Lizeth me trajo a casa sin decir una sola palabra, lo cual agradecí infinitamente. No estaba lista para hablar de eso. No estaba lista para afrontar nada.

Cuando miré el reloj y me di cuenta de que eran las doce del día, me obligué a ponerme de pie y desperezarme. Me metí en la ducha y ahí lloré una vez más.
Era como si mi cuerpo no se cansara de arrojar llanto. Como si no hubiera sido suficiente haber llorado una noche entera por él...

Había apagado el móvil. Si había llamado, no me había enterado. Si me había escrito, no quería leerlo. No podía creer lo mucho que podía llegar a lastimar una sola persona. ¿Cuánto daño era capaz de hacerme?, ¿Cuánto daño era yo capaz de soportar?...

Al salir de la ducha, ni siquiera me molesté en mirarme en el espejo. Me daba miedo lo que iba a encontrar en el reflejo, pero casi podía imaginarlo: alguien completamente diferente a mi me estaría mirando fijamente y la frustración volvería.

Cuando bajé a la sala, me encontré con la solitaria estancia de la sala y una nota en braille en la mesa.

"Salimos a casa de tu tía Agnes. Llegaremos tarde. Te amo." Decía.

Suspiré pesadamente y me tiré en el sillón de la sala, mirando un punto fijo en el techo.
No puedo decir cuánto tiempo pasó mientras yo dejaba mi mente en blanco, pero el timbre de la entrada me desperezó por completo.

—¡Voy! —grité, a desgana.

Cuando me puse de pie, me congelé en mi lugar. ¿Y si se trataba de Jos?, no estaba lista para ver a Jos. Mucho menos estaba lista para afrontar la realidad. Tragué duramente mientras caminaba hacia la puerta.

—¿Quién eres? —dije, con un hilo de voz.

—¡Oh, vamos, _____, ábreme! —la voz ronca y alegre de Diego me hizo suspirar aliviada, mientras una parte de mí, sentía una punzada de decepción.

Sin decir una palabra, abrí la puerta.
Diego vestía unos vaqueros claros y una playera de mangas largas de color claro. Su cabello lucía más alborotado que de costumbre y llevaba una bolsa de supermercado entre los brazos.

—¡Dios mío!, ¿te has visto en un espejo? —dijo, abriendo los ojos como platos.

Yo lo miré con cara de pocos amigos mientras me disponía a cerrar la puerta. Él puso el pie para impedir que se cerrara por completo y sonrió diciendo—: Sólo bromeo. Lo lamento. ¿Puedo pasar?

Yo me mordí el labio inferior antes de decir—: No creo que sea buena idea. No quiero hablar ahora.

—¿Quién ha dicho que he venido a hacerte hablar? —inquirió, alzando una ceja mientras una sonrisa bailaba entre sus labios.

Mi ceño se frunció ligeramente. Y él rodó los ojos al cielo mientras sacaba de la bolsa un par de películas de comedia romántica. —No sé cómo funciona eso del helado, los pastelillos y las películas en las chicas, pero he oído que así son sus terapias reparadoras. Así que, bien... El día de hoy seré una chica; he traído películas, helado y panecillos de chocolate. ¿Ahora puedo pasar?

No pude evitarlo, una sonrisa se deslizó por mis labios y dije—: Eres un idiota —pero le abrí la puerta y lo dejé entrar.

—No puedes culparme por intentarlo —dijo mientras caminaba hasta a la sala.

Yo me dirigí a la cocina y tomé dos cucharas del cajón de los cubiertos. Cuando llegué a la sala, Diego estaba poniendo una película en el reproductor. Yo me senté en el sillón mientras abría el bote de helado de chocolate y tomaba un pastelillo. Diego se sentó a mi lado sin decir nada y tomó otro pastelillo mientras comía helado conmigo.

El silencio no era incómodo ni tenso. Diego no estaba intentando nada. No era que yo esperaba que intentara algo, sino que más bien lo agradecía. Lo que menos necesitaba era tener que lidiar con un chico intentando aprovecharse de la situación.

—Esa película fue espectacularmente mala —se quejó Diego, mientras se ponía de pie y se disponía a cambiar la película del reproductor.

—A mi me gustó —dije, con una sonrisa pintada en los labios.

Diego me miró como si me hubiera vuelto loca pero no replicó. Se limitó a encogerse de hombros y decir—: ¿"Él en mi cuerpo, ella en el mío", o "Si tuviera 30"?

Me mostró ambas películas, como sopesándolas en una balanza y yo respondí—: "Él en mi cuerpo, ella en el mío".

Diego sonrió nuevamente y se volvió sobre sus talones para colocar la película.
El timbre de la puerta volvió a sonar y me puse de pie, excusándome un segundo.

—¿Quién es? —volví a preguntar.

Nadie respondió. Mi corazón comenzó a latir fuertemente dentro de mi caja torácica, pero me obligué a tragar mi nerviosismo y tomar aire profundamente. —¿Quién es? —volví a preguntar.

—Soy yo. —la voz ronca de Jos me hizo congelarme por completo.

Mi corazón se aceleró aún más y odié a Jos un poco más por aquellas reacciones que provocaba en mí. —V-Vete. —tartamudeé, pegando la frente a la puerta. Reprimiendo a aquella parte de mí que gritaba que debía abrirle la puerta.

—Necesitamos hablar. —dijo Jos. El tono de su voz era desgarrador.

—Yo no tengo nada que hablar contigo —dije, lo suficientemente fuerte como para que él me escuchara del otro lado de la puerta.

—_____, por favor... —su voz se quebró y yo cerré mis ojos, intentando reprimir el nudo de mi garganta, pero era imposible.

—Jos, por favor, vete... —supliqué.

—Sólo escúchame. Prometo que... —se quedó callado unos segundos, como si estuviera midiendo el peso de sus palabras. —. Prometo que después de que me dejes hablar, me iré y nunca más te molestaré. Sólo... Sólo escúchame.

Yo cerré los ojos con fuerza y me obligué a sonar firme. Lo que iba a hacer iba a poner punto final a todas las esperanzas albergadas a lo largo de ésos tres meses. Jos y yo jamás íbamos a volver a estar juntos...

—No tengo nada que hablar contigo, Jos. No me interesa escuchar lo que tienes que decir. Lo único que quiero es que me dejes en paz. Lo único que quiero es que sigas con tu vida, así como yo seguiré con la mía.

—_____, no me pidas eso. Tú sabes lo que siento. Tú sabes que te a...

—¡NO LO DIGAS! —espeté, con la voz entrecortada. —, ¡No te atrevas a usar esas dos palabras!, no sabes su significado. No te atrevas a decir que me amas cuando ni siquiera sabes lo que es amar de verdad, Jos. Se terminó. Vive con ello. Yo lidiaré con ello, también.

Las lágrimas inundaban mis ojos, pero no podía importarme menos.

"Nunca más contigo, Jos Canela. Nunca más." Le prometí mentalmente. Y ésta vez, haría todo por cumplir mi palabra.

—_____, por favor... —escuché la voz de Jossuplicante y cerré mis ojos con fuerza.

¿Cómo podía ser tan insistente?, ¿Cómo podía yo soportar estar de éste lado dela puerta cuando él estaba del otro lado?...

—Jos... —susurré suplicante.

—Hablaré de todos modos —dijo, en voz baja y ronca.

Yo apreté mis párpados con fuerza, intentando tranquilizarme. Intentando sercompletamente racional y no dejarme llevar por la revolución de sentimientosque se estaba llevando a cabo dentro de mi pecho.

—Yo... —el silencio me hizo creer que se había arrepentido y que se daría porvencido; y sentí el pánico creciendo dentro de mi pecho. —. No recuerdo nada delo que pasó la noche que... —su voz ronca se quebró un momento y continuó—, queestuvimos juntos. ¿Puedes imaginar lo que fue despertar por la mañana, desnudo,acurrucado junto a la chica que me había prestado el libro más cruel que heleído en mi vida?, ¿Puedes imaginar lo mierda que me sentí?, no te imaginascómo de imbécil me sentía. Es por eso que no pude quedarme. No tenía el valorde mirar a la cara a aquella niña de sonrisa bonita y ser un imbécil.

Tomé aire profundamente. No recordaba nada. No recordaba quién era yo. Norecordaba todo lo que me había contado y todo lo que yo le había contado a él.Eso explicaba el hecho de que no me hubiera llamado, o no hubiera estado por lamañana.

Una parte de mi, se sintió aliviada. El hecho de creer que Jos me había mandadoa la mierda aún sabiendo quién era yo; aún habiéndome dicho una y mil veces queme amaba justo una noche anterior, era insoportable y, de cierta forma, saberque no recordaba, me daba algo de alivio.

—Entonces, cuando te vi en la fiesta, supe que no podía postergar más elmomento. Iba a tener que ser el imbécil que odiaba ser. Entonces, llegarontodos y querían hacerme beber y... Valeria puso su ropa interior en mi mano y yosólo... Lo vi como una manera de salir de la situación. No quería beber. Muchomenos después de lo que había hecho una noche anterior y... La seguí. Pero, tejuro... ¡Te juro!, que yo no quería hacer nada con Valeria. Nunca. Yo sólo... —unsuspiro entrecortado lo interrumpió.

Lágrimas pesadas inundaban mis ojos, pero no me atreví a dejarlas caer. No meatreví a quebrarme. Quería creer en él. Quería creer en lo que él me decía,pero no podía.
No en ese momento. No cuando todo se sentía tan horrible.

—Jos, por favor, vete... —pedí con un hilo de voz.

El silencio que le siguió a mis palabras fue tan doloroso que, por un momento,creí que terminaría por quebrarme y abriría esa puerta para encararlo.

—¿Y-Ya no quieres estar conmigo? —tartamudeó él, con la voz enronquecida.

Yo apreté los puños con fuerza. —N-No, Jos. —dije, porque era cierto. En esemomento, no quería estar con él, y no sabía si más delante lo querría.

—Bien —respondió con la voz temblorosa y enronquecida. —. Lamento haber venidoa importunar. Buenas tardes.

—Adiós. —susurré.

—¿Por qué estás dejando que se vaya? —la voz suave de Diego me hizo brincar enmi lugar.

—¡Dios mío!, ¿Siempre eres tan impertinente? —chillé, irritada.

—______, tú LO AMAS. Quieres estar con él. Vino a buscarte, ¿Por qué diablosestás dejando que se vaya? —dijo, sin importarle lo que le había preguntadoantes.

Me giré en mis talones y lo miré fijamente. —No le creo —me sinceré. Laslágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas pesadamente. —. No creo que nofuera a hacer nada con Valeria. Creo que, si no hubiera sido por Lizeth, Joshabría seguido a Valeria escaleras arriba y habrían...

La sola idea de imaginar a Jos con otra chica me revolvía las entrañas. Cerrémis ojos con fuerza y sequé las lágrimas con el dorso de mi mano.

—Estás consciente de que acabas de ponerle un punto final a todo lo que tenían,¿cierto? —inquirió, suavemente.

Yo asentí, sintiendo el nudo de mi garganta ampliarse.

Diego me miró con tristeza y masculló—: Sé que nada de lo que diga te harásentir mejor pero, verás que el tiempo lo cura todo y pronto vas asuperarlo.

—Eso espero... —susurré, intentando alejar mis pensamientos de Jos. Intentandoreprimir el impulso de querer llamarle y pedirle que volviera.
La decisión estaba tomada.






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Foto del diego en la multimedia uwu   

Though You Can See Me | Jos Canela a.u.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora