10 - Al fin

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Émeren se había intentado distraer mirando la pequeña alga que la sirena había plantado frente a él, pero le dolía tanto recordarla que prefería la triste vista de la atadura que le envolvía los brazos.

Suspiró tristemente. Se distraía mirando al desfiladero frente a él, intentando notar el cambio del color y la cantidad de iluminación del agua a medida que iba pasando el día.

"Ojalá me hubiera matado..."

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Pasaron veinte horas más. Sintió vibraciones en el agua, algo se acercaba. Ni siquiera se incorporó.

-¿Viniste a explicarme o qué?

Se dio cuenta que no podía articular bien, como siempre. Pero si no era la diosa ¿quién se había acercado? Se giró para mirar hacia arriba.

Óin le sonreía. Su cabello dorado se mecía con la corriente y resplandecía con la luz que venía desde arriba.

Émeren casi pudo sentir el corazón saliéndose del pecho. Se incorporó tan rápido como pudo, pero no logró decir nada. Óin lo rodeó con los brazos por la atadura en su pecho. Émeren pudo sentir la suavidad de su piel tibia contra su mejilla, las hebras doradas de su cabello acariciándole la frente y la oreja. Suspiró lleno de alivio y gratitud, y movió la cabeza para sentirse más cerca de ella.


Óin la había pasado muy mal al recuperar sus recuerdos. Lloró amargamente, hasta que la emisaria le explicó que Émeren no había muerto. Inmediatamente emprendió el camino para ir a verlo.

-¿Cómo es que sigues vivo? ¡Yo vi... yo vi cómo te atravesó el corazón!

Émeren no respondió. Y Óin no hubiera podido escuchar una respuesta tampoco, estaba sollozando, intentando sentirse lo más cerca de él posible.

Él le acarició la mejilla con la nariz, ella no pudo sino sonreír. La rozó con el dorso de la mano en la cintura, y Óin tomó sus manos entre las suyas. Tenía las orejas rosadas.

-Me alegra saber que estás bien... Pero ¿Cómo es que no estás muerto?

Émeren subió la mirada, preguntándose cómo podría explicarle eso y lo fácil que sería si pudieran hablarse, cuando vio a la emisaria sentada en el borde del desfiladero. Óin miró hacia arriba también. La semidiosa se limaba las uñas con una lima blanca y pequeña, los miró, como si la hubieran interrumpido.

-¡Oh! Bueno... puedo hacerles un último favor, si tanto insisten.

-¿Lo liberarás?

-No. Luveh no puede remover un castigo que ella no impuso. Pero esto es más útil por ahora, creo.

Émeren no comprendió a qué se refería hasta que se dio cuenta que entendía a Óin mucho mejor. Y miró a la emisaria, sorprendido.

-¿Qué hiciste?

-Oh, sólo facilité la comunicación entre ambos. No lo arruines, Émeren. -y dicho esto desapareció, dejando tras de sí la pequeña lima blanca, que caía con lentitud hacia ellos.

Óin lo abrazó de nuevo, feliz de poder comprenderlo y de poder escuchar su voz de nuevo.

-Respóndeme ¿Cómo no estás muerto?

Émeren sabía que su respuesta podría alejarla de él para siempre, pero se armó con todo el valor que le quedaba y comenzó a hablar.

Le explicó quién era, de dónde venía. Cómo despreció y olvidó a su familia, a todos los que alguna vez lo apreciaron. Cómo utilizó tantas vidas sin importarle sus destinos, sino lo que pudiera sacar de ellas. Cómo el conocimiento lo convirtió en el humano más poderoso, y aún así, no ayudó a nadie sino a sí mismo, para seguir aumentando su poder.

Prisionero del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora