Capítulo 5: En mi debilidad está mi fortaleza

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Isaac

Me encontraba en el sótano, todo estaba oscuro y húmedo. Tenía las manos y los pies con grilletes, me apretaban y sentía que me estaba produciendo heridas. A pesar del dolor que me producía, no luchaba por desatarme dado que era costumbre encontrarme en este sitio cuando me daba los ataques. Esta vez había hecho mi propio record: en dos semanas mantuve el monstruo callado. Me sentía orgulloso por ello, pero sabía que dentro de poco iba a recaer.

Desde ese día en la feria que perdí los estribos y ataqué a una mujer*, me propuse a que no volviese a suceder. Así que, cuando la sed empezaba a rozar mi garganta, me encerraba en el sótano. Por eso prefería estar aquí atado como un perro, al menos era un animal pero no era un monstruo.

Noté como el ser que habitaba dentro de mí, luchaba por salir. Me daba latigazos, dado que estaba muy hambriento. Quería salir costase lo que costase. Respiré hondo y moví los grilletes para asegurarme que no podría escapar. Aún me quedaba un poco de cordura y me aferraría a ella todo el tiempo que fuera posible.

Cerré los ojos y la recordé. Su pelo rubio, sus ojos marrones, su voz tan sensual, su dulce olor a fruta y deliciosa sangre. El dolor que sentía ella y la depresión que aún conservaba hacían que me atrajese salvajemente. Deseaba quitarle su sufrimiento de una mordida. Moví frenéticamente la cabeza de lado a lado para despejarme de esas ideas que no llevaban a nada bueno. Tenía que controlar los pensamientos, pero su recuerdo me perseguía.

Hacía poco que había empezado el instituto. Había conocido a una chica que me atraía peligrosamente. Era Blanca, su pasado macabro me hacía la boca a agua. No sé cómo he tenido fuerza de voluntad para aguantar las ganas de devorarla estas dos semanas atrás. Pero mi aguante había llegado a mi límite.

Toda mi fuerza de voluntad había quedado en nada, en la dichosa clase de gimnasia. Hoy tocaba escalada, Blanca se situaba delante de mí. Yo le esperaba para que me dejara el arnés. Blanca es muy buena escaladora pero hoy no era su mejor día. Su pie falló y calló hacía bajo. Gracias al arnés, que no se estampó* contra el suelo. Pero con el roce contra la pared, se había hecho una herida. El olor a sangre era tan tentativo que casi me lanzo contra ella. Gracias a que estábamos en el aire libre y pude reaccionar para irme corriendo hacía mi casa.

Al llegar a mi hogar, mi padre al verme en este estado, me ató en el sótano. Éste se sentía triste e impotente no sabía qué hacer para ayudarme. Yo en cambio me sentía feliz porque había tenido fuerza suficiente para evitar la tentación.

Toda mi alegría se derrumbó, cuando escuché el ruido detrás de la puerta. Sabía quién era y qué traía consigo. El monstruo se puso ansioso y sentí una sacudida. Escuché los pasos que producía sus pisadas para luego abrir la puerta. Pude contemplar a mi padre, sudoroso y nervioso. Sentía culpabilidad por lo que había hecho pero también alivio porque mejoraría mi estado. Yo en cambio sentía asco con sólo pensar en lo que podría llegar a pasar.

– Hola hijo ¿Cómo estás? – dijo con su voz áspera y llena de preocupación.

– Yo quiero que pare esta sensación. Con cada sacudida que recibo me siento menos estable y más asesino. La única forma es que me muera de hambre. Así no haré daño a nadie más –     respiré hondo, mordiéndome el labio – ¡Vete! – Chillé.

– No hijo, no dejaré que te mueras. Ya perdí a tu madre, no quiero perderte a ti también.

– Eso es ser egoísta papá, esto no es vida... – levanté un poco las manos para señalar los grilletes– Soy un monstruo, algo horrible que se debe eliminar.

– ¡Eso nunca! Seguirás conmigo. Haré lo que sea para que vivas.

Tragué saliva, mi garganta estaba seca y me ardía. Sabía a qué se refería mi padre. Mi mente se negaba pero el monstruo me lo exigía. Negué con la cabeza eufóricamente dirigiéndome al monstruo. Era yo quien mandaba, al menos mientras conservase la cordura.

Saga Dones: Naélium (Segundo libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora