Entraron los dos en la cueva y no habían caminado mucho cuando apareció ante su vista un espacio de suelo plano lleno de flores y plantas muy extrañas. Pájaros raros y preciosos volaban por el cielo mientras que en tierra corrían curiosos animales. A través de un pasillo de piedras de colores llegaron a un quiosco rodeado de agua y flores de loto. Gasas de color verde cubrían las ventanas de estilo clásico. Después de pasar la cortina se sentaron y Misono le sirvió té frío en un vaso de cristal.
- Hermano Mahiru, espera un momento, voy a llamar a mis padres - le dijo.
Mahiru observó a su alrededor. El suelo estaba cubierto de ladrillos con motivos de pájaros y un fénix, de mucho colorido. Las mesas, las sillas y los bancos eran de un sándalo rojo y brillante, la delicada vajilla que estaba sobre la mesa presentaba múltiples colores. Las flores rojas y las hojas verdes de los motivos parecían reales.
Muy pronto se oyó un ruido de pasos. Al tiempo que se abría la cortina apareció un anciano encorvado de blancas barbas y una viejita de cabellos plateados.
- Misono ha ido a invitarte dos veces y al fin estás aquí - dijeron sonriedo. - Siéntate, ¡por favor! Si no hubiera sido por tu bondad nuestro hijo Misono ya estaría muerto hace dos días... Misono, ¡ordena pronto que sirvan la comida!
Dos sirvientas pusieron la mesa y al ratito se empezaron a amontonar los platos exóticos, a cual más sabroso.
Cuando terminó la comida Mahiru quiso volver a cuidar sus animales. Misono ordenó traer una gran bandeja con monedas de oro y una caja con perlas blancas, para regalarle a su amigo.
El muchacho hizo como le había dicho Sakuya y no aceptó ningún regalo. Sólo dijo, muy tímidamente y señalando aquella maceta:
- Esta flor es muy linda, ¿me la podrían regalar?
En el rostro del viejo se dibujó un gesto de embarazo mientras en los ojos de la anciana se asomaron grandes lágrimas, que se desprendían como perlas de un collar roto. Misono miraba a sus padres sin hablar.
- No se pongan tristes - se apresuró a decir Mahiru - .No quiero la flor, ya me voy - .Y diciendo esto comenzó a caminar. Pero Misono se le interpuso en su camino, se acercó a sus padres y les murmuró algo. Los dos ancianos asintieron con la cabeza y su rostro de preocupación se volvió alegre.
- Mahiru, no te enojes - le dijeron - . Hay una razón para que hayamos actuado así, pero ahora no te la podemos decir. Ya la sabrás tú mismo... Ya que te gusta esa flor, entonces ¡llévatela!... Esperamos que la cuides bien - y dicho esto le ordenaron a Misono:
- Carga la flor y acompaña a Mahiru.
- Por nada del mundo - dijeron por último a nuestro héroe -, la expongas al viento o a la lluvia ni la hagas pasar mal alguno.
Llevando la flor, Misono acompañó a Mahiru hasta la salida de la cueva. Este último lo quiso persuadir repetidas veces a que volviera, pero el otro no quería dejarlo y lo acompañó hasta el sitio adonde había peleado con Sakuya.
Ya muy seguro, Misono le entregó entonces la flor a su amigo diciéndole:
-Espero que puedas hacer lo que te aconsejaron mis padres, no seas injusto con ella... - Misono sacó un pañuelo, se secó las lágrimas y se despidió, partiendo hacia el noreste.
Mahiru estaba confundido. ¿Por qué esta flor había provocado una lucha a vida o muerte entre Sakuya y Misono? ¿Por qué los ancianos eran capaces de desprenderse de oro, plata y perlas y no de esa planta? Como si fuera una madeja enredada, por más que pensaba en el problema no daba con la punta del hilo.