No hay pretextos para excusar las palabras que hacen daño, porque siempre se tiene la capacidad de decidir si hacemos daño a los demás o no y no hay un pretexto que sea coherente para poder librarnos del peso de la conciencia al comportarnos de una manera tan incorrecta como esta.
La mentira es navaja que hiere el alma, esas heridas no sanan, el tiempo sólo permite dos cosas; perdonar o envenenar las heridas y no hay remedio.
No hay una cura para el engaño o la mentira, a veces ni siquiera el tiempo nos ayuda a perdonar el dolor que causa.
Las personas que mienten, son personas que no tienen la seguridad de mostrarse tal y como son.
Que no entienden que pueden ser sinceros y mostrar sus sentimientos claros y sin enredar nada.
El que miente es verdugo, es castigo de almas desamparadas que no tiene la fuerza de escapar a semejante penitencia. No hay cosa más decepcionante que enterarte que alguien te está mintiendo, saber que todas las cosas que un día te hicieron feliz o que provocaron buenos sentimientos en ti, no es más que una farsa; peor aún te enteras de la verdad porque alguien más te lo hace ver, te lo hacen saber.
Quien vive con una persona mentirosa, es una persona que todos los días se levanta y se pone una venda en los ojos.
Es una persona que sabe que se le está diciendo otra cosa, todo menos la verdad, son mártires de sí mismos, se vuelven victimas de su propia vida y sufren en silencio porque son cómplices de su agresor.
La mentira es castigo del inocente, la mentira es bacteria del corazón, no hay mentira leve, no hay mentira con justificación ni con piedad, porque la mentira duele y no hay algo que medie ese dolor.
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