Una nueva vida

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Parte 1

Habían pasado unos meses desde que todo había cambiado, desde que Aria había tomado la decisión que cambiaría su vida, desde que había admitido no poder continuar con su boda y dar marcha atrás en el último momento.

Buscó con ahínco a Liz en aquel bar donde se conocieron sin resultado, conoció otras chicas pero no llegó a más, no se atrevió a probar el sabor de los besos en otros labios.

Después de su huida de la iglesia, perdió un poco parte de su vida: sus amigas apenas quedaban con ella, sus padres casi ni la dirigían la palabra y Abraham... Este había intentado hablar con ella en innumerables ocasiones, pero Aria, por el contrario, no tenía ninguna intención de retomar su antigua relación, había perdido el interés.

Se mudó a una casa más humilde y con poco más que lo básico: Un baño, un dormitorio, salón y cocina. Un sitio lo suficientemente económico para su nivel de vida. El trabajo era lo único que permanecía igual en su vida, la monotonía y estabilidad que la ayudaba a no volverse loca.

Liz se había marchado de la ciudad y no había dejado ningún rastro que seguir, ningún teléfono al que llamar. Se dedicó a buscar en los listines telefónicos en los que dio con su dirección. Pero, después de presentarse allí, se encontró con una puerta cerrada y un informe de desahucio por impago.

Decidió seguir con su vida. Intentar olvidar y, esperar que la vida le diera algún tipo de señal.

***

Salía del trabajo cabizbaja, en cierto modo deprimida: nadie se había acordado de su cumpleaños.

Aquel día, 20 de Noviembre, Aria cumplía 31 años. Y no le hacia ninguna ilusión. Cerró su gabardina y caminó penosamente hasta el metro. Le fue imposible encontrar asiento y leer de pie no era una opción. Se colocó en mitad del vagón y, aferrada a la barra, se dedicó a mirar los anuncios que había en las paredes del vehículo.

Aunque el vagón estaba lleno cuando se montó. Al ir tan lejos, poco a poco se fue vaciando, quedando sólo unos cuantos. Llamo su atención una pareja: eran dos chicas como de unos 20 años, se comían a besos sentadas, con las piernas de una sobre la otra, como si fuera un koala abrazado a un árbol. 

La suavidad de las caricias sobre el cuello de su pareja, el modo con el que entrelazaban sus labios, despertó la añoranza en la castaña, los recuerdos enterrados volvieron a emerger. Pero ya no dolían, los había asumido, los había hecho suyos y recurría a ellos para sacar la sonrisa que se había vuelto un sentimiento totalmente esquivo en su vida.

Su mirada debió de ser demasiado fija, pues las jóvenes pararon de besarse y la miraron cortadas. Aria se sonrojó ante lo evidente que había sido y apartó la mirada rápidamente.

tragó saliva y aguantó hasta que paró el metro y se bajó. Faltaba una estación para la suya pero, le había dado tanta vergüenza, que decidió cubrir a pie lo que quedaba hasta casa.

Fuera, el sol caía y con ello la temperatura. Se abrigó más mientras andaba evitando a las personas que también buscaban recogerse rápido. Su respiración formaba vaho, uno que ascendía y se disipaba, un vaho efímero, como todo en la vida.

Paró frente al puesto de churros que había cerca de su casa y decidió darse un capricho. Allí, un hombre de unos cuarenta años, la recibió con una sonrisa.

- ¿Qué vas a querer guapa? - Preguntó afable y cercano.

- Un chocolate y media docena de churros, por favor - Respondió mientras buscaba con que pagar.

El hombre marchó y volvió casi al instante con una bolsa.

- Estaba a punto de cerrar y me sobran unos cuantos - La dijo - Te los regalo.

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