capítulo 3

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—¿Qué hiciste qué?— preguntó una completamente sorprendida Sango ante la confesión de la azabache.

—¡Shh! ¿quieres callarte?— regañó Kagome volteando a ver si alguna de los estudiantes que caminaban a su lado la habían escuchado.

Sango bufó inconforme —Bien, pero y a dime, ¿en serio lo hiciste?

Kagome mordió su labio y avanzó camino a la cafetería, luego de haber terminado las primeras clases del día —Si— dijo desanimada mientras veía los charcos en el suelo, huellas únicas de la tormenta del día anterior.

La castaña guardó silencio unos segundos —No puedo creerlo, ¿por qué?

Kagome se encogió de hombros mientras negaba en silencio —No lo sé… cre-creo que…— mencionó insegura —creí— corrigió — que había algo todavía.

Sango, estupefacta la miró en silencio mientras trataba de digerir esa confesión de la chica que era casi su hermana —¿Y no?

Kagome suspiró profundamente y luchó por dejar su inseguridad y sus agónicas dudas, entre las lágrimas que la noche anterior había derramado, ya no quería seguir cargando con ellas, Inuyasha no la amaba y tal vez ella tampoco… ya no sabía.

Ante el mutismo de su amiga, la castaña abordó el otro tema complicado que se unía a esa confesión.

—¿Y Kouga?— preguntó ganando toda la atención de Kagome mientras seguían caminando con sus mochilas al hombro —¿Qué pasa con él?

—¿Crees que deba decirle?— preguntó Kagome casi atormentada.

—¿Qué creíste anoche mientras… mientras te— dijo y dudó —… te acostabas con el idiota ese?— mencionó y bajó la voz —¿Pensaste en que se lo dirías o que guardarías silencio?— preguntó sin saber qué responderle. Ella conocía a Kagome y sabía que si había tomado esa decisión de volver a intimar con Inuyasha era porque había pensado en todo. Tragó difícilmente mientras veía a Kagome bajar la mirada y continuar su camino, mientras entraban a la casi completamente llena cafetería.

—Inuyasha sólo me buscó porque Kouga le insinuó que nosotros dos…

—Ese boca floja— interrumpió Sango indignada mientras la tomaba de la mano para guiarla a comprar algo de comida.

—Ni siquiera sé qué diablos se supone que haga— confesó Kagome que comenzaba a hartarse.

—Mándalos al diablo a los dos— aconsejó la castaña lo que le resultaba más sano.

Kagome se mordió el labio mientras tomaba un emparedado y una pequeña caja de jugo —No pienso decirle a Kouga— terminó por decidirse, sabía bien que de decirle sólo generaría un conflicto entre ambos y confiaba en que el ojidorado también guardara silencio, pues era tan orgulloso que era incapaz de confesar que lo que Kouga le dijo, le generó celos y su posterior reacción.

Sango suspiró —¿Terminarás con él?

—A decir verdad no hay una razón realmente de peso para eso.

—¿Y que haya dicho eso no lo es?— preguntó la castaña casi indignada.

Kagome se dejó caer pesadamente en uno de las largas bancas mientras dejaba su bandeja de comida en la mesa, luego de haber pagado.

—¿Con qué calidad moral puedo molestarme por eso cuando yo…?— preguntó y no se atrevió a continuar; sabía bien que Sango comprendía lo que no se animó a decir.

—No tienes nada que reprocharte— aseguró la castaña mientras desenvolvía su emparedado —. Bien, no fue tan correcto— añadió —, pero — recalcó —, también él tuvo algo de culpa.

¿Y por qué no?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora