uno.

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—¿DaeHyun? —la voz de YoungJae por poco rebota con curiosidad y sorpresa entre las paredes azules del frío pasillo en el último piso del edificio de viviendas.

El castaño en el suelo eleva la mirada, grandes ojos sedientos de esperanza bien abiertos cuando mira a YoungJae parado a unos cuantos pasos de donde él está sentado, sosteniendo en su regazo a la nenita de apenas dos años.

Su boca se abre por unos momentos. DaeHyun no sabe por qué, la verdad; a de ser por la costumbre, ya cubierta de polvo dentro de él, que casi le empuja a saludar a YoungJae de forma entusiasta como lo hacía todas las mañanas cuando se veían en los pasillos de la escuela, justo apenas antes de entrar a clases, porque DaeHyun siempre llegaba tarde.

Pero cuando recuerda que está oscuro y que es una noche de abril a un par de años después de salir del instituto, DaeHyun vuelve a unir sus labios, cerrando la boca, porque desde ese entonces que no se ven —y hace un poquito más que no se hablan.

YoungJae se da cuenta que el chico no va a hablar, porque no tiene qué decir o, más bien, porque está tomando dentro de sus pupilas todo lo que puede de YoungJae y cómo él no ha cambiado ni un poquito: sigue siendo igual de alto, aunque ahora está ocupando una camisa por gusto y no porque pertenezca al uniforme escolar; todavía tiene los labios secos y sus mejillas siguen siendo abultadas debajo de un rosado tenue y natural en esa zona de su piel. Aunque él incluso se ve más saludable en comparación al fantasma con la ropa mal puesta y bolsas oscuras debajo de los ojos los días lunes en la mañana, cuando el último año de clases tenían matemáticas a primera hora.

En cambio, por la razón que YoungJae ha tenido que alzar la voz con el nombre del castaño en la punta de su lengua para asegurarse de que se trata de él, DaeHyun parece haberse drenado a sí mismo del alegre entusiasmo que le ponía rubor a sus mejillas coquetas, pero de las que ahora no hay siquiera rastro. YoungJae se da cuenta que ha perdido todo el peso del que solía quejarse, incluso un poco más, pero no parece que de la manera en la que él lo había planeado. Ahora está delgado, sus ojos luciendo todavía más grandes, pero ya no brillan.

—¿Qué... haces aquí? —pregunta, porque, de pronto, YoungJae ya no quiere seguir mirándole.

Duele pensar que cuando tenía dieciséis años, él mismo podía hasta perderse una clase completa de historia solo para mirar a Jung DaeHyun.

Ha dudado un par de segundos en preguntar más bien qué le ha sucedido, pero YoungJae no se ha cruzado con nadie después de terminar la secundaria y mudarse a Seúl, así que probablemente, él quiere creer, todos se han reducido a sí mismo de la misma forma en que DaeHyun parece haberlo hecho.

Aunque, honestamente, lo duda. La pequeña niña durmiendo entre los brazos de DaeHyun le apunta que esto no les sucede a todos.

—Yo-- —DaeHyun se aclara la garganta antes de seguir hablando. Parece como si estuviera peleando contra un resfriado —Me mude hoy, pero me he dejado las llaves adentro y el conserje aún no sube a darme la copia —el pelinegro asiente ligeramente, aunque casi se ahoga con su propia respiración cuando DaeHyun señala con su cabeza la puerta detrás de él como su nueva vivienda, justo frente a la de YoungJae —. He querido bajar, pero —ahora él mira a la niña acomodada sobre su regazo y entre sus brazos —se ha quedado dormida.

Se quedan allí por un buen rato, menos del que a ambos les parece, porque resulta incómodo y es como si el destino se estuviera riendo de ambos. YoungJae siente ganas de hablar, de preguntar a gritos cosas que él pensó habían muerto hace tanto, pero el tiempo parece jugarles una mala pasada y se congela justo allí donde están ellos, en el pasillo.

DaeHyun suspira en silencio y decide que es lo justo hablar con YoungJae ahora que puede, aunque él no es capaz de mirarle directamente a los ojos.

le daré color a tus labios ※ daejaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora