¿Cuánto tiempo?

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Ichimatsu Matsuno estaba perdiendo la paciencia.

Cumplía ya una hora sentado en una esquina de la sala de espera, aguardando silenciosamente la llegada su turno. Le había parecido oír llamar su nombre al menos tres veces  en el último cuarto de hora, equivocándose miserable (y vergonzosamente) en cada una de ellas.

Un problema con el personal, le habían exprimido como explicación, una vez que se atrevió a preguntarle a una enfermera que pasaba junto a él por qué las cosas tardaban tanto.

«Así es como se ponen las cosas a esta hora, tesorito», le había formado ella, sin levantar los ojos empapados de rímel del papeleo que llevaba entre los dedos: «Quizá debas levantarte más temprano la próxima vez».

Ichimatsu se jaló el cuello de la sudadera violeta con un suspiro irritado. Tenía calor y comenzaba a sentirse sofocado, presa de un repentino mareo asqueado que no le permitía enfocarse con claridad. Jamás se había encontrado a gusto a los hospitales, y mucho menos ahora, con indicios alarmantes de que algo no iba bien.

Idiota. Era un idiota por pensar en ello. Sacudió la cabeza.

Unos asientos más allá, a su izquierda, un niño chillaba a a todo pulmón en los brazos de su madre. Ichimatsu chasqueó la lengua, tenso. Podría haberse apostado a que lo estaba haciendo a drede.  Como si pudiera presentir su propia paciencia, corta y explosiva, y lo estuviese poniendo a prueba.

Los sitios vacíos seguían llenándose.

«Al demonio» , pensó una vez que el llorón consiguió zafarse de las manos de su madre y se echó a correr entre las filas, gritando y estampando el pequeño trasero contra las butacas libres. «Tienen cinco segundos. Yo me largo de aquí.»

«Uno».

Dos chicas entraron charlando animadamente por la puerta principal y se dirigieron hacia los sitios junto a él. De inmediato descubrió el motivo, horrorizado: Eran los únicos que aún permanecían libres. 

Una de ellas le miró con curiosidad.

«Dos».

El mocoso regordete había sido recapturado.

«Tres».

Su instinto actuó antes que su fuerza de voluntad y fue entonces cuando avanzó hasta la salida, deslizándose como en sueño. El exterior le ofrecía luces brillantes, colores cálidos. El cristal de las puertas estaba tan cerca que ya casi podía considerarse librado. ¡Qué tonto había sido, gastando todo ese tiempo en aquel sitio de mierda! Lo recompensaría con algunas horas de descanso y gatos al llegar a casa. 

Cuatro.

Casa.

—Paciente Matsuno —llamó entonces una voz femenina, proyectándose dificultosamente a través de los parlantes de anuncio.

El chico se detuvo en seco. El mundo exterior lucía tan bueno en comparación a ese sitio... Tan fresco, aireado y vivo...

—Paciente Matsuno. —Como si le hubiese leído el pensamiento, la voz volvió a abrirse paso sobre las cabezas. —Por favor, presentarse a consulta pendiente con el doctor Ayame-san, sala 15B, pasillo dos. Paciente Matsuno, favor de  presentarse a consulta pendiente con...

Fue consciente de la mirada de las enfermeras, pero fingió no darse cuenta.
Pretender indiferencia siempre había sido su talento.

Tomó aire y volvió sobre sus paso. No pasa nada. No pasa nada. Su cuerpo no se molestó en seguirle el juego; tampoco pareció creerle. El corazón se le detuvo. Volvió a acelerar.

Tic Tac.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora