Iba a introducir la tarjeta en el cuadrado metal situado a un costado de la puerta, pero vi que éste ya contenía una tarjeta dorada, muy diferente a la mía, introducida en él. La luz encargada de indicar si tenías o no acceso, en lugar de rojo, ya se encontraba verde.
Giré el pomo de la puerta, mi expresión siendo de desconcierto al notar que ésta se encontraba abierta.
— ¿Cuándo nos vemos de nuevo? —. Una voz femenina se dirigió a un hombre quien me daba la espalda. Ambos estaban lo suficientemente sumergidos en su plática como para notar mi presencia.
—Ah no, guapa. Temo que eso no será posible —. En su voz predominaba un tono firme, haciendo notoria la seriedad de sus palabras.
Ella le sonrió mientras se ponía uno de sus tacones, tomó su cartera y fui capaz de escuchar cuando ésta le susurraba un "Llámame". Sus ojos se encontraron con los míos y pasó por mi lado saliendo y pegando un portazo. Puerta que hace segundos había dejado abierta.
Dicha conversación se llevó a cabo en fracción de segundos, por lo que no me había marchado aún cayendo en cuentas de que aparentemente hubo una confusión de habitaciones.
El chico en cuestión se dio la vuelta encontrándose conmigo allí, parada. Sus ojos eran de un tono azul mar, su pelo desaliñado debido a las diminutas gotitas de agua que caían desde su cabello hasta su frente, siguiendo un recorrido que tenía como destino su torso. Se acababa de dar un baño, o al menos, gracias a la toalla que de sus caderas colgaba, esa impresión era la que daba.
Demás gotas recorrían su cuerpo haciéndole ver más atractivo. Mi vista fue descendiendo hasta dar con su paquete, y sí, lo he dicho. Su tez era un poco más clara que la mía, era un hombre esbelto con todo el sentido de la palabra. Sus brazos y cuerpo en general, tan fornidos como árbol de roble, dándome a captar que ha trabajado horas y horas en él. Por último estaban sus labios carnosos, teñidos por un leve color rosa.
— ¿Y bien? —. Tomó un cigarro de la mesa de noche y lo colocó entre sus labios, restándole importancia a la situación; como si el hecho de que una desconocida estuviese en su habitación fuese de lo más común.
Era claro y notorio que esperaba una respuesta por mi parte, probablemente explicando el por qué me encuentro en su habitación, pero estaba tan agotada mentalmente que sin duda alguna no me importó tomarme mi tiempo para replicar.
— ¿Piensas decirme que deseas o solo te quedarás babeando? —. Alzó sus cejas y en un movimiento se cruzó de brazos. Me miró desafiante a la espera de mi respuesta, por lo que respondí con un fruncido de ceño.
—Al parecer ha habido una confusión de habitaciones —. Alcancé a decir, a pesar de mi trance.
—Ésta es la número cincuenta y cuatro —. Con fines de verificar, miré el colgante que tenía mi tarjeta de acceso: 54.
Pude haberle reclamado que no ha sido mi culpa el mal entendido, mi acceso claramente indicaba la habitación número cincuenta y cuatro. Pero le deje pasar, no tenía tiempo mucho menos ánimos para participar en una discusión. Si a eso le sumamos el dolor de cabeza que me está consumiendo, en definitiva hasta mentalmente me encuentro indispuesta.
Incluso, estaba determinada a pedir unas disculpas que no merece y marcharme de allí evitando a toda costa cualquier tipo de riña.
Los minutos siguieron su curso y lo vi acercarse lentamente a mí, observándome detalladamente en el proceso. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sentí un espeluzno recorrerme producto al nerviosismo y desconcierto que en mí se instalaron, como secuela de la embarazosa situación en la que me he liado. Se acercó más y más hasta llegar de una manera provocadora a mi oído derecho, en el que susurró:
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Su Debilidad
Roman d'amourDio un largo suspiro, tomándome por el antebrazo. - ¿Por qué no simplemente te quedas? -. Ya podía notar de qué manera lo jodía esta situación, no conseguir lo que desea. Ha de ser el típico tipo bonito acostumbrado a conseguir cual puñado se le ant...