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Solo me había preguntado si a Chimchim aún le gustaba el olor a café. Nada más. Pero aquella pregunta, que le había salido con tanta naturalidad, me dejó desconcertada. Tanto así que, mientras procesaba su pregunta, me costó respirar. 
Seokjin sabía que a Chimchim le gustaba el olor a café porque cuando era chica siempre acercaba mi taza hacia la nariz de mi amigo secreto para que lo oliera, pero Seokjin también tenía entendido que yo lo había dejado de ver. A cierta edad, cuando era entendible que así fuera, empecé a actuar como si no lo viera más. Su pregunta no tenía cabida, no tenía sentido. 

Miré a Chimchim disimuladamente, él estaba igual de confundido que yo. Atiné a reírme, como si no me hubiera explotado el cerebro. Fue casi que a la defensiva. Tomé mi vaso de café y bebí un sorbo, sin decir nada. La mirada que me dedicó mi hermano fue indescifrable. Tenía sus ojos entrecerrados, pendiente a mi reacción. Agarró también su vaso de café y tomó de la bebida. Su mirada se relajó. Entendí entonces que había pasado la prueba, tal vez me lo había dicho solo para molestarme: varias veces había hecho él bromas acerca de que tuve un amigo imaginario hasta una edad bastante tardía. 

El momento extraño pasó. Después de eso hablamos de cosas normales, de los estudios y cosas por el estilo. Le conté que había una nueva cocinera, que tenía un hijo de mi edad, que ambos se iban a quedar a vivir en casa y que Jungkook dormiría en su cuarto. Tal y como lo pensaba, no le molestó en absoluto. 

Un hombre de barba larga y cabellos enredados, con sus ropas sucias, descalzo, cargando todas sus pertenencias en una bolsa de nylon, cruzó caminando a paso calmo frente al banco en el que estábamos sentados. Seokjin le llamó la atención y le entregó el vaso que sobraba. El hombre nos sonrió y nos agradeció. Se alejó por el camino del parque a seguir vagando por alguna parte de la ciudad, ahora un poco más feliz porque tenía café caliente. 

Cuando se acercó la hora del almuerzo, entendimos que era momento de volver. Quería un respiro de toda aquella parafernalia que tanto me disgustaba, pero no valía la pena si significaba tener una molesta discusión con mi madre al regresar tarde. Las reglas eran las reglas y siempre estaban primero. Por eso nos levantamos y, con tranquilidad, caminamos a casa. La había pasado bien, siempre era bueno compartir tiempo con Seokjin.

Al llegar al patio de casa, las cosas parecían más animadas. Al parecer, durante nuestra ausencia, se habían servido bebidas alcohólicas lo que, sin duda, iba a hacer que todo fuera más interesante. Más que nada por mi tía que, siempre que se emborrachaba, disfrutaba de bailar de las formas más extrañas que usted jamás podría imaginarse. Mi padre era un borracho más bien socarrón, se tomaba un par de copas y empezaba a hacer chistes de "mi suegra" o "mi mujer". Mi madre se ponía seria, se le salía el bichito esnob que tenía dentro. Y yo, que no tomaba, miraba como el mundo adulto se desmoronaba frente a mí y se empezaban a caer las caretas y los antifaces y todo era más honesto y natural. 


El siguiente evento de interés, ocurrió a la semana siguiente.
Ya habían empezado las clases, ya había dedicado cinco días de mi vida a soportar a los mismos compañeros que conocía desde la escuela. Era como si estuviera atada a ellos. Y los profesores no se habían vuelto más amigables ni nada así, seguían mandando deberes como por deporte y sus vocaciones parecían inexistentes. Un panorama para nada alentador ni que fomentara mis remotas ganas de ser una estudiante aplicada. 

El chofer me dejó en la puerta de mi casa, era de noche, llovía, me desplacé casi que moribunda hasta mi habitación. No me quité el uniforme ni los zapatos, no me duché, no comí. Solo me tumbé boca abajo en mi cama, cerré los ojos y dejé los segundos pasar. Estaba agotada. Quería quedarme allí hasta petrificarme y fusionarme con mi cómodo colchón. 

Mi Amigo Secreto [Jikook/Kookmin] EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora