Me enseñaste a que no siempre se debía llegar de primero, me mostraste con tus caricias y tus palabras que una simple posición no determinaría quién era, ni mucho menos las cosas que podría llegar a hacer, qué tan lejos podría llegar.
Recuerdo el día que quedaste de segundo en un concurso de piano, tus ojos tristes y tus labios temblando reteniendo el llanto; te recapitulé todo lo que una vez me dijiste a mí, y que el hecho de que no seas el más grande no significa que no seas el más hermoso.
Así como Saturno.
Porque eres maravilloso.