Prologo

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Mauro
Miré a Sarah y leí sus labios. <<Huye. >> Y podría haberlo hecho. Era el único de los dos que gozaba de esa oportunidad. Pero no era egoísta, no estaba creado para abandonar a alguien que me importaba. Mucho menos cuando lo había prometido. Por eso me quedé muy quieto, saboreando el regusto amargo de la traición más inesperada mientras valoraba las posibilidades que teníamos los dos de salir de allí. Resultaba muy irónico que aquel aeródromo privado en Civitavecchia fuera tan espacioso y sin embargo siquiera pudiéramos movernos. Quizás tenía que ver el hecho de que nos había rodeado un séquito de diez hombres. Uno de ellos había capturado a Sarah y dos más me apuntaban con un arma sabiendo que sus compañeros no intervendrían, pero lo harían si fuera necesario. No venía al caso, pero me sentí poderoso. Si mi padre había necesitado de refuerzos para capturarme seguramente se debía a que me consideraba bastante habilidoso. Apreté los dientes. Alessio Gabbana dio varios pasos al frente con lentitud. La oscuridad que resaltaba casi parecía una extensión perversa de su sombra. -No vas a dejar esta ciudad. -Señaló la puerta de su coche-. Y ahora obedece, hijo mío. Joder... -¿Por qué? -Quise saber creyéndome una autoridad que no sentía. -Deja que me ahorre las explicaciones. Resoplé una sonrisa y negué con la cabeza conteniendo unas estúpidas lágrimas que amenazaban con caer. Aquello era surrealista. -Resulta que en la mafia un hombre si puede traicionar a su sangre, ¿no es así? -murmuré notando como mi fuero interno se desgarraba. Alessio asintió con la cabeza, pero no pareció que me estuviera dando la razón. Sino más bien fue un gesto de altivez. Quería demostrarme que no le importaban mis palabras. -Arrestadles -ordenó. Pero mis dedos enseguida se hicieron con el arma que tenía en la parte baja de la espalda. Le apunté justo cuando él se daba la vuelta, importándome una soberana mierda que ahora me estuvieran amenazando cinco armas. Si decidían matarme, me llevaría a mi padre conmigo. -¿Por qué? -pregunté de nuevo al tiempo en que cargaba la pistola. Mi padre me miró de reojo y soltó una sonrisilla pesada y aburrida mientras agitaba las manos para calmar a sus esbirros. No le conocía. No sabía quién era ese hombre, ni tampoco cómo demonios podía parecer tan retorcido dentro de aquel traje de firma. -Adelante, dispara -me animó-. Dispara a tu propio padre para salvaguardar el bienestar de tu primo y esa cría. Que mencionara a Cristianno con aquel desdén me produjo un escalofrío. No iba a tolerarle que despreciara de aquel modo mi relación con él. No se trataba solo de su bienestar, sino de poder ser libres. Los dos juntos. -Hay ocho balas en este cargador -mascullé enfatizando mi postura. -Vacíalo, entonces. -Estuve a punto-. Dispara, Mauro. -Quería hacerlo... Pero... Alessio sonrió-. No puedes, porque eres igual de leal que él. -Un comentario tan nostálgico como cruel. ¿A quién se refería? ¿De quién coño estaba hablando? -¡DIME POR QUÉ! -grité hasta rasgarme la garganta. Me descontrolaba. Porque en el fondo no me preocupaba lo que pudiera pasarme a mí tras aquella noche. Jamás previmos que uno de los nuestros nos traicionaría de esa forma. Un quejido. Un forcejeo. No me hizo falta mirar para saber que Sarah ahora corría más peligro que hacía unos minutos. Era la forma que Alessio tuvo de incitarme a aceptar sus órdenes. -Suelta el arma -impuso, ahora mucho más severo. -No lo hagas, Mauro... -Sarah siquiera pudo terminar su súplica. Y yo, poco a poco, me asfixiaba. De haber estado solo no me hubiera importado iniciar una reyerta, siquiera el final que eso pudiera darme. Pero..., no solo se trataba de cuidar de Sarah. Sino también de su hijo. Bajé el arma. -Buen chico -sonrió mi padre al tiempo en que amordazaban a mi amiga. Eché a correr hacia ella. -¡¿Adónde la lleváis?! -chillé antes de que dos esbirros me interceptaran con una fuerza que me cortó el aliento- ¡Soltadla! -¡Mauro, no! -Me suplicó ella cuando me vio caer al suelo. -¡¿Por qué haces esto, papá?! -Me retorcí-. ¡¡MÍRAME!! Pero Alessio no me miró. Y permitió que me golpearan sin miramientos hasta sentir como se me escapaba la consciencia. A través de una mirada borrosa pude ver a Sarah. Gritaba mi nombre y se resistía... No iba a poder hacer nada por ella. Me imaginé volando a Japón. Mirando a mi primo mientras besaba a Kathia, sobre un puente, en mitad de la noche. El sonido del río bajo nuestros pies, la luna reflejándose en el agua, el aroma de las flores del cerezo. Imaginé a Enrico sosteniendo a su hijo y a Giovanna despertándome con un beso una mañana cualquiera... Imaginar... Maldita fuera esa palabra. <<Lo siento, Cristianno... No voy a poder ayudarte, compañero. >>
Sarah
Nunca creí que tendría que herirme a mí misma. Pero tampoco imaginé que apenas sentiría dolor. Había despertado en una celda de paredes rocosas, sumida en una profunda oscuridad que desprendía humedad en exceso y un corrosivo temor. Estaba amordazada, maniatada y cada vez que intentaba respirar sentía que iba a asfixiarme. Continué rasgando la piel de mi muñeca porque sabía que estaba muy cerca de empezar a sangrar. Eso me daría la oportunidad de liberarme de aquellas esposas, arrancarme la tira que me cubría la boca y respirar con algo de normalidad antes de pensar en el modo de huir de allí. No sabía dónde estaba. Tan solo recordaba a Mauro perdiendo el conocimiento mientras yo gritaba su nombre antes de que unos tipos me cubrieran la cabeza con un saco y me obligaran a inhalar cloroformo. Ni siquiera sabía el tiempo que había estado dormida o lo que me habían hecho. Mi piel comenzó a humedecerse gracias a la sangre. Ahora el dolor era un poco más intenso, pero me dio igual al notar como mi mano se escurría por entre las esposas. Un tirón más y me soltaría. Así fue. Jadeé al caer al suelo por la inercia de la maniobra. Gesto que no habría tenido importancia si no hubiera pensado en Enrico y en nuestro hijo.
<<¿Cómo demonios llego hasta él? >>, pensé entre sollozos. Fue entonces cuando supe que no estaba sola allí. Miré a mí alrededor, desconcertada y notando un frío tremendamente agudo. Había deducido la presencia de alguien más al escuchar un aliento que no era el mío. -¿Hay alguien ahí? -Gemí ayudándome de mis manos para moverme. Todo estaba tan oscuro que apenas se diferenciaba nada. Hasta que toqué unas piernas. Me sobresalté-. ¡Oh, Dios mío! -Exclamé queriendo protegerme. Muy en el fondo había esperado estar equivocada y creerme a solas en aquella celda. Traté de recomponerme y volví a avanzar. -¿Hola? -Pregunté forzando la vista. Lentamente diferencié el cuerpo de una joven. Estaba tumbada en el suelo, en posición fetal y me pareció que se cubría con una manta roída. Tuve la sensación de que llevaba demasiado tiempo allí encerrada. -Hola... -Esta vez susurré mientras extendía una mano. Le toqué el hombro y ella siquiera se inmutó. -¿Puedes incorporarte? -Vislumbre sus ojos confusos y enseguida pensé que quizás no me entendía. Lo que me hizo temer estar fuera de Italia-. ¿Entiendes lo que te digo? -Pregunté en inglés haciendo todo lo posible por ahorrarme las ganas de llorar-. ¿Cuál...? ¿Cuál es tu nombre? -Tartamudeé. <<No dejes que esto te supere. Debes ser fuerte por tu hijo. Debes volver con Enrico...>> Me animó mi fuero interno. Y obedecí limpiándome las lágrimas. -Xiang... -Una voz débil, muy aguda. Y rota-... Xiang Ying. -Yo soy Sarah Zaimis... Aquella débil joven china luchó por incorporarse y me miró de frente con timidez pero sabiendo que no podría ver del todo bien la corrosión de su rostro. Tampoco necesité mucho más para saber que había sido maltratada una y otra vez. Apreté los dientes y tragué saliva. Me empeñaba en no decaer, en resistir. Ambas debíamos salir de allí lo antes posible. -Bien, Ying -susurré apartándole el pelo de la cara-, tenemos que salir de aquí, ¿de acuerdo? ¿Puedes caminar? -La incité a levantarse. -No podemos. -Tuve un escalofrío. -¿Qué? Ella señaló la pared rocosa y le dio varios golpecitos. Esa actitud dejada y sin voluntad me confirmó la degradación de su personalidad y energía. -Estamos bajo tierra, no podemos salir -confesó en un inglés torpe y desganado-. Es... imposible. -Seguramente porque ella ya lo había intentado. Cogí aire. -Pero tenemos que buscar una salida. -No supe bien si se lo decía a ella o trataba de convencerme a mí misma. Un fuerte crujido que se expandió por toda la celda. Alguien pretendía abrir la puerta. Y lo supe al tiempo en que Ying me cogía por los hombros y me zarandeaba. -Son ellos -gimió aterrorizada-. Son ellos. -¿Quiénes? -Siseé. Y ese terror penetró en mí y me arrasó. La luz del exterior me ardió en los ojos. Pero pude vislumbrar una sombra masculina. -Vaya, vaya... -Una voz maliciosa-. Mirad a quien tenemos aquí. La putita de Enrico. Poco a poco, pude reconocerle y me compadecí de las ocasiones en las que Kathia había tenido que luchar contra él. -Valentino. -De pronto aquella fue la primera vez que deseé la muerte de alguien con demasiada violencia. Ni siquiera Mesut Gayir me había proporcionado tal descontrol. Supongo que se debía a que por aquella época yo no era la misma que era ahora. -Sarah Zaimis. -Recalcó el Bianchi. Él me conocía-. La muerte te sienta realmente bien. Por tanto, sabían que Enrico había mentido.
Cristianno
Tor Sapienza no era un distrito para ser visitado por un aristócrata que incluso había llegado a ser comisario general de Roma. Principalmente por su ligera actividad conflictiva. Pero si Silvano Gabbana había elegido aquella zona como punto de encuentro, entonces la información que iba a proporcionarme era realmente comprometida. Entré en el paso subterráneo del metro del distrito en torno a las cuatro de la madrugada. No había ido solo, sabía que me cubrían bien las espaldas, pero no pude evitar mantener el contacto con mi arma. Al menos hasta que vi a mi padre parado a unos metros de mí apoyados en su bastón. Sentí un latigazo de rabia. Me dolía que un hombre tan imperativo como él hubiera terminado de ese modo por culpa de una maldita bala Carusso. Pero no había ido hasta allí para fustigarme con el pasado. Tragué saliva y acaricié la espalda de mi padre sabiendo que él me miraría enternecido. -Papá, no deberías estar de pie -dije mirando de reojo el bordillo de la vía. Él sonrió. -Ahora mismo los malditos dolores me importan un comino -comentó revolviéndome el cabello-. ¿Cómo estás, hijo? Suspiré. -¿Has venido hasta aquí para preguntarme eso? -Por suerte, mi voz sonó con calma-. Estoy bien, papá. Estoy preparado. Porque sabía que le preocupaba mi estado emocional. Silvano era así, un gran padre que siempre había antepuesto el bienestar de sus hijos y su esposa al suyo propio. -Eres fuerte. -Me dio una palmada en el hombro-. Por supuesto que lo estás. -Y después volvió a apoyarse en el bastón. Esta vez con dos manos. Gesto que me bastó para saber que lo que quería decirme me trastocaría demasiado. Una parte de mi mente se puso a cavilar en busca de las posibilidades. Pero la otra no dejaba de observar. Mi padre no se andaba con rodeos, era estricto con la sinceridad, demasiado quizás. Pero cuando pensaba mucho las palabras con las que comunicarse era irremediable tensarse. -Papá... -He organizado un protocolo de evacuación. Contuve el aliento. Y su mirada azul se clavó en la mía dándole más énfasis a su confesión. De pronto nuestros planes no me parecieron tan fiables como hacía unos minutos. Si mi padre recurría a pensar en una forma de escapar era porque contaba con que algo saliera mal. Pero supe que no lo había hecho él solo. Seguramente Enrico también lo sabía. Me humedecí los labios. -¿Por qué íbamos a necesitarlo? -Quise saber. -Porque probablemente no conocemos a todos nuestros enemigos.
Kathia
-Bueno, Kathia, aquí estamos -dijo Angelo mientras caminábamos por el pasillo. Él, con una sonrisa orgullosa en la boca. Yo, con la mano apoyada en su brazo y la tensión golpeándome el vientre. -Así es -resoplé. -Has cumplido maravillosamente bien tu función... -Lamento no compartir tu alegría -mascullé apretando los dientes. Angelo pretendía que perdiera el control, que su supremacía me desbordara y terminara conmigo. Pero no lo conseguiría. Enrico estaba allí, Cristianno estaba allí, todo su equipo estaba allí. No estaba sola, no tenía nada que temer, eso mismo me había dicho Thiago. <<Confío...>> Y si de verdad lo hacía, debía levantar la cabeza y enfrentarme a ese momento fuera como fuera. Por muy difícil que me pareciera. -Yo lamento que esto me haga disfrutar tanto -añadió el Carusso colocándose delante de la gran puerta por la que entraríamos a la iglesia-. Gracias, Gabbana - comentó mirando al frente. Me permití mirarle de reojo, pero contuve mi odio. No debía dejarlo expandirse en una situación como aquella. Aun así, lo percibí subiendo y bajando por mi garganta. Pero no era odio...sino desolación. No sabía que podía llegar a existir un mundo tan devastador como el nuestro. A partir de ese momento, todo lo que me deparara el mañana ya no dependía de mí. Valentino Bianchi tendría mi vida en sus manos. Lentamente, se abrieron las puertas. Y Giovanna echó a correr hacia mí... Esa mirada suya, húmeda y estremecida, me lo dijo todo.

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