Capítulo 3

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Cristianno Tengo a Kathia, describía el mensaje que me había enviado Enrico. Y la enloquecedora reacción en mi cuerpo que le siguió al momento me devolvió la respiración de una manera bastante dolorosa. Cuando llegué a Ciampino (custodiado por dos guardias que mi hermano postizo me había asignado porque no se fiaba de mí), lo primero que necesité fue gritar y romper algo con mis propias manos. Una sensación que se incrementó al verme encerrado en el jet privado. Pero Enrico no era quien era por ser conciliador ni un buen chico. Que él fuera el protector de Kathia debía darme calma y seguridad. No le pasaría nada si estaba con él. 01:53 a.m. Debía llamar a Mauro y avisar de que todo había salido bien. Compartir esa ansiosa y desconocida alegría con él. Pero una vez más, no cogió el teléfono y eso me fastidió bastante. Le necesitaba, Mauro debería haber sabido que era completamente adicto a él. Apagué el cigarrillo y le di un último trago a la copa de brandy que me había servido volviendo a mirar por la ventanilla. Esa maldita oscuridad que rodeaba el aeródromo todavía no se veía interrumpida por ningún faro de luz. Tragué saliva al tiempo en que el piloto salía de la cabina. -Señor Gabbana -me llamó, captando toda mi atención-. La torre de control nos da permiso para despegar en 15 minutos. -Gracias por la información, Sordi. -El piloto asintió con la cabeza, pero no vi su regreso a la cabina porque volvía a estar pendiente de la visión que me regalaba la ventanilla. Y dos faros alumbraron el camino. Contuve el aliento. Después de haber sufrido demasiados reveses en las últimas semanas. Sentir la certeza de que, aunque solo fuera por esa noche, habíamos vencido, casi me asustaba. Me iría de Roma, pero Kathia vendría conmigo. Y eso me produjo una euforia casi corrosiva. -Señor Gabbana... -La voz de la azafata me sobresaltó. Me topé con una modesta sonrisa al mirarla. Asentí con la cabeza un tanto incrédulo. Siendo honesto no me lo creía. Lo que me llevó a pensar en lo emocional que me había vuelto desde que Kathia entró en mi vida. -¿Ahora si puedo salir? -Fui un poco brusco y la azafata hizo una mueca. Me levanté ignorando las quejas de mis músculos y me encaminé a la puerta del jet notándome engarrotado. Ya estaba abierta, solo tuve que asomarme y lo hice apoyando los brazos en el marco. Temí no ser capaz de permanecer en pie. Enrico fue el primero en bajar del coche y lo hizo sonriendo por algo que le había dicho Thiago. Lo supe en cuanto descubrí que su segundo también reía. Verles tan tranquilos me produjo un estado casi narcótico. De pronto me sentía agotado, tenía una fuerte necesidad de dormir. Lo había logrado, estaban allí y Kathia con ellos. Tanto sosiego me aturdió. Comencé a bajar las escaleras con lentitud, calculando muy bien los pasos. No quería terminar resbalando y dándome de morros contra el asfalto. Joder, eso habría sido demasiado ridículo. Así que me moví, como si estuviera aprendiendo a caminar de nuevo, consciente de las miraditas jocosas de mis compañeros. -¿Os han seguido? -Tontamente, fue lo primero que pregunté cuando puse un pie en el suelo. Enrico alzó las cejas y Thiago abrió la boca en una mueca que de no haber estado tan desconcertado me habría hecho reír. -¿Por quién nos tomas, Gabbana? -Dijo incrédulo y yo negué con la mano a modo de disculpa. Sí, desde luego había sido una gilipollez. Me acerqué al coche. Desde fuera no podía ver a Kathia por culpa de los cristales tintados y, aunque sabía que estaba allí dentro, noté un ramalazo de miedo que Enrico enseguida descifró. -Se ha quedado dormida nada más salir del hotel -aclaró en voz baja. Y yo acaricié la ventana con la punta de mis dedos y cerré los ojos. -¿Le ha hecho daño? -Quise saber sin poder evitar imaginar el temor por el que Kathia había pasado al estar a solas con Valentino. -No... -suspiró Enrico-. Hemos llegado a tiempo. Y el estupefaciente había hecho efecto. -¿Qué crees que pensará cuando despierte? -Un susurro que terminó ardiendo en mi garganta. Busqué la mirada de Enrico y supe que me habría respondido con una ironía si no se hubiera tratado de un momento como aquel. -A estas alturas, hacer esa pregunta es algo innecesario. Resoplé una sonrisa. -Gracias por ser tan delicado. -Esa vez el irónico fui yo. Abrí la puerta y me topé con el rostro tranquilo de Kathia. Dormía profundamente con los labios entreabiertos y su largo cabello amontonándose en los hombros. Tragué saliva mientras agachaba la cabeza. Tanto tiempo deseando ese momento... Y había llegado... Había llegado. -Esta es la primera vez que la tengo a mi alcance y no temo que nos peguen un tiro en la cabeza. -Mi voz trepidó dándole un énfasis mucho más intenso al contexto de mis palabras. Ambos éramos conscientes de mi estado, pero escuchar mi confesión nos sorprendió por igual. Colocó una mano sobre mi hombro y se acercó a mí. -Bueno, si dejas de portarte como un hombre, nada te librará de recibir ese tiro. -Se esforzó en bromear, pero era evidente que algo en su interior no terminaba de permitírselo. Enrico me ocultaba algo. Desvió su mirada hacia el asfalto y frunció los labios con disimulo, gesto que me indicó que, lo que diría a continuación, no iba a gustarme-. Tenéis que subir a ese avión... Entrecerré los ojos. Era lo suficientemente inteligente como para intuir el contexto real que aquellas palabras. De hecho ya había barruntado esa posibilidad, pero no quise creer que pudiera darse. -¿"Tenéis"? -Torcí el gesto para encontrar su mirada y así instarle a que me respondiera algo que en el fondo ya sabía. Pero no habló-...Enrico -le exigí. -¿Sabes cuál es una de las cosas que más me gustan de ti? -Sus ojos destellaron al mirarme y contuvieron mi irritación contra todo pronóstico. No había persona en la faz de la tierra que pudiera oponerse-. Que siempre has sabido comprender a las personas sin necesidad de hablar. Solo con una mirada ya destripas sus pensamientos. Apreté los dientes y me acerqué un poco más a él. -No juegues conmigo, Materazzi. -No lo hago. -Incisivo y elegante, como un cuchillo recién afilado-. Sube a ese avión. Ahora. El enfado me atizó en la espalda y se concentró en mi cabeza. Miré de reojo a Thiago. Él procuraba mantenerse al margen, lo que me indicó que estaba al tanto de las decisiones de su jefe. Seguramente él había sido el único en saberlo. Y lo entendía. Joder, si lo hacía. Pero... -¿Cuándo planeaste esto? -Protesté-. ¿Cuándo pensabas decirme que no vendrías con nosotros? -Si te hubiera informado antes, no me habrías dejado actuar con libertad.
Por supuesto que no. -Eres un cabrón... -gruñí. Enrico se mordió el labio, se pellizcó el entrecejo y miró al cielo. Aunque no tan bien como él, era cierto que yo sabía leer a las personas, por eso no me costó descifrar lo que estaba pensando en ese momento. -Si me voy... -Cállate -le interrumpí-. Ni se te ocurra decirlo. -Porque sabes que pasaría, Cristianno. -Maldita sea, claro que lo sé -jadeé. Le matarían. Si Enrico dejaba Roma al mismo tiempo que Kathia no podría justificar su desaparición y le juzgarían como traidor de inmediato. Aunque hubiera estado fuera un par de días. Pero eso ya lo habíamos hablado y no parecía importarle porque confiábamos en nuestras posibilidades. Jamás quisimos una batalla campal, la idea era un derramamiento de sangre lento y silencioso. Aun así, imaginar que Enrico podía morir en tal posición, me mareaba. Comprendió el análisis que estaba haciendo mi mente y lo detuvo colocando sus manos en mis hombros. Los aferró con fuerza antes de capturar mi cuello de un modo fraternal y obligarme a mirarle. -Eres tú quien lo planeó todo -murmuró-. Dominas el procedimiento perfectamente. No me necesitas. Qué estúpido era si así lo pensaba. -Yo siempre te necesitaré, incluso cuando creas lo contrario -sentencié. -Y sabes que es recíproco. Pero ahora mismo hay alguien a quien necesitas más. -Señaló a Kathia con una ojeada rápida. Ella continuaba durmiendo ajena a todo lo que me estaba diciendo su hermano. El muy cruel supo donde darme para que cediera-. Concéntrate en ese objetivo, ¿de acuerdo? -¿Qué le diré cuando despierte? Querrá verte, querrá tenerte al lado en ese momento. Eres consciente de ello, joder. -Te tendrá a ti. Eso ya es suficiente. Lárgate, vamos -me empujó. Me quedé inmóvil durante unos minutos, observando a Kathia sin saber muy bien qué hacer. Bueno, realmente si lo sabía, pero no estaba del todo conforme. Quería que Enrico subiera a ese avión conmigo y con ella. Quería que estuviera presente en el momento más importante de mi vida. Sin embargo, fue más frío que yo al pensar que mantener una vida era mucho más trascendental que experimentar una situación. Sarah iba a enfadarse muchísimo. Volví a tragar saliva y me metí en el coche. Mi intención era coger a Kathia entre mis brazos y subirla al avión. No estaba previsto que me entretuviera con su belleza. Pero observarla sin barreras me embrujó y no pude evitar acariciarla. Lo hice suave, deslizando mis dedos por su mejilla. Kathia suspiró temblorosa y giró la cabeza en mi dirección. Todavía dormía, pero algo de ella me sintió a su lado. -Cristianno... -jadeó entre sueños y yo me mordí el labio, loco por su boca. Me incliné lentamente y la besé mientras envolvía su cuerpo con mis manos. -Te haré libre, mi amor -siseé antes de cogerla en brazos y sacarla del coche. Miré una vez más a Enrico y después a Thiago. Este último comprendió mi petición tácita y asintió con la cabeza. Él protegería a mi hermano postizo por encima de cualquier cosa, incluso de su vida. Podía irme tranquilo. Comencé a caminar.
Enrico Hubo una época en que creí que podía ser un hombre benévolo. Pero por aquel entonces todavía era demasiado inocente y no había sentido el calor de la sangre de mis enemigos resbalando por mis manos. Sin embargo, con el tiempo, comprendí que era esa clase de persona fría y reservada, que se corrompería con la edad y llegaría a dominar con absolutismo todos esos aspectos. Quizás si no hubiera visto la muerte desde tan pequeño, a día de hoy no sería ese Enrico Materazzi que hasta en ocasiones yo temía. No me importaba mentir, actuar, traicionar, ejecutar. Cada uno de esos atributos formaba parte de mí, me definía. No había hecho falta que me adaptara a ello porque esa era mi verdadera personalidad. Algo incuestionable. Había sido creado para la... mafia. En la más oscura y siniestra de sus versiones. Pero justificar mi naturaleza era casi tan cobarde como huir de ella. Me mantuve impertérrito mientras el jet iniciaba su ascenso. Mi principal objetivo, pensando a corto plazo, se había efectuado con éxito. Kathia estaba fuera de peligro entre los brazos de su mejor protector: Cristianno. Y había garantizado la seguridad de Sarah. Pensar en ella me produjo un escalofrío. Suspiré y presté atención al jet hasta que el cielo nocturno lo engulló. -Deberías llamarla... -dijo Thiago mientras conducía. Él sabía bien que tras toda esa crueldad y frialdad que me determinaba, habitaba un hombre moldeado por los sentimientos. Sarah pertenecía a ellos con una fuerza que me quemaba. -Dame un poco más de tiempo. -Porque en realidad todavía no estaba listo para contarle que no me reuniría con ella en Tokio. -Se enfadará de todas maneras, Enrico. Sí, eso ya lo sabía. Pero prefería su enfado a que la muerte me separara para siempre de ella. De pronto, todo mi cuerpo y mente se llenaron de Sarah, hasta el último de los centímetros. Apreté los dientes. -Hay cosas mucho más importante por las que preocuparse en este momento. -Un comentario tan razonable como gélido, que se enfrentó de lleno a mis sentimientos. Thiago logró mostrarse indiferente a mis palabras, pero había demasiada confianza entre los dos como para no darme cuenta de hasta qué punto había comprendido mi perspectiva. Logró que el silencio que se instaló dentro de aquel coche fuera de lo más cómodo. Y disfrutamos de él el tiempo suficiente como para imaginarme la reacción de Kathia cuando despertara dentro de aquel avión privado. Pero de pronto una llamada alteró el mutismo. Enseguida miramos a la pantalla interactiva que había en el salpicadero de aquel profuso SUV de Audi. Se trataba de uno de mis hombres a cargo del perímetro del hotel. No estaba previsto que nos llamara, a menos que hubiera surgido algún imprevisto de proporciones imprudentes. Ese rumor insistente me perturbó y miré a Thiago sin saber que él ya lo estaba haciendo de antes. Esos impetuosos ojos verdosos fueron muy sutiles a la hora de indicarme sus sospechas. Acepté la llamada con un resoplido. Fuera lo que fuera, terminaríamos rápido con ello. -Sandro -dije a modo de saludo. -Jefe, nos ha surgido un pequeño contratiempo. -No parecía nervioso, pero sí algo mosqueado. Fruncí el ceño y me recompuse en mi asiento. De pequeño más bien debía de tener poco, sino ¿por qué me habría llamado? -¿De qué se trata? -Quise saber. -Tello ha intentado escapar. -Entrecerré los ojos. Tello era un joven siciliano, recién asignado a mi unidad por su persistente empeño en trabajar a mi lado. No le había encomendado trabajos excesivos porque no estaba seguro de su lealtad. Y teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, mi olfato no estaba en absoluto desencaminado-. Lo cazamos en el aparcamiento a punto de coger un vehículo de alta gama. Lo curioso ha sido que disponía de las llaves. Por tanto había previsto traicionarnos. Qué soñador... -¿Sigue vivo? -pregunté con el indicio de una sonrisa asomando en mi boca. -Sí -resopló Sandro, algo juguetón. Tanto él como Thiago ya se estaban haciendo una idea de lo que se paseaba por mi cabeza. Y es que ese tipo acababa de perder lo que toda persona protege por encima de cualquier cosa: la vida. Lo que más me gustaba era que él todavía no lo sabía-. Le hemos interrogado. -Bien -miré a mi alrededor-, estamos en Leonida Bissolati. Tres minutos para la llegada. Establece la seguridad y prepárame el utillaje -ordené. -Hecho, jefe. En cuanto Sandro colgó, Thiago se puso a reír como hacía siempre que se nos presentaba una oportunidad de entretenimiento como aquella. -Suena divertido -comentó malicioso. Y yo me quedé mirándole con esa curiosidad mía que siempre me despertaba la simbiosis que compartía con él. -Al menos espero que lo sea. -Extraje un cigarro del paquete y lo prendí sabiendo que Thiago todavía tenía algo que decir. -No te hagas el noble conmigo -repuso socarrón. ¿Yo, noble? Resoplé una sonrisa. -Lo siento, cariño -bromeé un instante antes de detenernos. En la puerta del servicio nos esperaban varios de mis agentes de confianza. Bajé del vehículo y me dirigí a Sandro. -Jefe -me saludó él ajustándose a mi paso. Entré en el hotel con Sandro a mi izquierda y Thiago a mi derecha. -Informe de situación -exigí. Todo estaba extraordinariamente controlado. La cantidad de escopolamina suministrada con cautela al Bianchi durante los momentos finales al convite le mantendría fuera de juego al menos hasta las primeras horas de la mañana. Tiempo suficiente para llevar a cabo todo lo demás sin que él fuera consciente de nada. Mi comitiva también había llevado a cabo toda la operación manteniendo las precauciones necesarias en rastros dactilares, así como en los biológicos, verificándolo hasta en tres ocasiones. Habían terminado de hackear el sistema de seguridad visual, y modificado las imágenes. Lo primero que Angelo querría ver en cuanto se enterara de la desaparición de Kathia serían las grabaciones. Pero ahora, en ellas solo encontraría a su supuesta hija en ropa interior optando por irse a la cama tras ver como Valentino se desplomaba en el suelo. Mientras caminábamos, Sandro me mostró el montaje final en un dispositivo portátil; no se percibía manipulación alguna, lo que les pondrían las cosas muy difíciles a los Carusso y Bianchi. El protocolo B de seguridad había sido activado en cuanto lo ordené. Un sencillo procedimiento de vigilancia que verificaba y controlaba la llegada paulatina de todos los invitados al hotel. Teniendo en cuenta que Angelo todavía estaba de camino, no se le esperaba hasta dentro de un rato. Pero en el caso de Olimpia y demás mujeres, ya habían llegado. Se encontrarían con todo tal y como lo habían dejado. -La señorita Sacheri se acaba de hospedar en tu habitación, como ordenaste. -Me gustó que lo comentara con tanta tibieza-. Hemos revisado con ella el plan
previsto. Todo en orden. Sofía Sacheri era una reputada modelo a nivel internacional que conocí hacía unos cinco años en una de las típicas fiestas benéficas que organizaba Angelo Carusso. Tenía un año más que yo, pero su aspecto la hacía parecer mucho más joven. Enseguida conectamos. Nos convertimos en grandes amigos que compartían una relación bastante estrecha y peculiar. De esas en las que puedes confiar plenamente y de vez en cuando incluso disfrutar sexualmente. Por eso ella estaba allí. Sofía sería mi coartada. -Número de incidentes: uno, Tello Scolari. El resto, ya has sido informado -terminó de explicar Sandro, asombrosamente orgulloso de su trabajo. Aquel tipo había sido un militar al servicio de la Inteligencia italiana y dominaba con precisión todo lo relacionado con sistemas informáticos y de vigilancia. Era uno de mis mejores y más confiables hombres, mi mano izquierda teniendo en cuanta que Thiago era la derecha. -¿Utillaje? -Le pregunté sonriéndole de reojo. Él respondió rápido a esa sonrisilla, devolviéndome un gesto divertido. Acto seguido se rodeó y dejó que otro guardia le entregara una especie de estuche cilíndrico. -Listo -concretó entregándome el estuche. Thiago me hizo la zancadilla, algo que me proporcionó mucha más gracia de la que esperaba. Le fastidiaba que yo quisiera divertirme solo. -Bien, ¿dónde está nuestro amigo? -En la sala dos. -Curiosamente, nos habíamos detenido a las puertas. -Inhabilitar cámaras -pedí. -Hecho. Sandro y los demás se dividieron dejándome a solas con mi segundo. -Thiago -le nombré a punto de abrir la puerta. -Necesitarás un equipo de limpieza. -Le dio voz a mis peticiones-. Yo me encargo. -Perfecto. -Entré y cerré la puerta tras de mí, lentamente. La imagen con la que me topé contenía un matiz un tanto dramático. Tello estaba amordazado y maniatado con cinta aislante a la silla en la que estaba sentado y una sutil iluminación le recortaba la silueta. Tuvo miedo al verme allí plantado observándole fijamente, demasiado quizás. Pero eso fue lo que lo hizo todo un poco más interesante. -Tello, Tello -tarareé antes de arrancarle la cinta adhesiva de la boca. -Jefe, se lo juro, no intentaba escapar. -Si no hubiera tenido nada que esconder no se habría justificado de inmediato. Torcí el gesto. -¿Optas por escudarte? ¿No prefieres empezar de otra forma? -Fui indulgente y le di una innecesaria nueva oportunidad. -No es lo que parece, de verdad. -No, claro que no. Nunca era lo que parecía. Ver arder los cimientos de mi casa con toda mi familia dentro no era lo que parecía... Apreté los dientes hasta que me crujió la mandíbula. -Eso no es lo que dicen mis hombres y tampoco las cámaras -comenté manteniendo la calma. Siendo justo, Tello no tenía culpa de mis demonios del pasado. -Solo quería comprobar el perímetro -lloriqueó. Me ahorraba tiempo que sospechara lo que iba a pasarle. Me acerqué a la mesa, desabroché el estuche y lo extendí hasta que quedó completamente abierto. Los elegantes trazos de acero de aquel juego de armas destellaron bajo la luz. -Pero resulta que no se te había asignado esa tarea -continué llevando a cabo mi elección. -Se lo juro por lo más sagrado. -Odio la gente que blasfema. Principalmente porque soy agnóstico. -Capturé un alicate de cirugía ósea. Me apetecía empezar por los huesos. -¿Qué es eso? -La mirada de Tello se dilató asombrosamente atemorizada con el instrumento-. ¿Qué va hacer? <<Sí ya lo sabes, ¿por qué preguntas? >>, pensé, pero preferí guardarme ese comentario y travesear con su miedo. -Hoy no es tu día de suerte -comenté con voz ronca-. ¿Sabes por qué? -Porque si él hubiera logrado escapar a tiempo, toda la gente que amaba habría estado en peligro inminente. Pero eso tampoco se lo diría... Sonreí y me acerqué a su oído-. Porque tengo unas ganas terribles de jugar -susurré. -Enrico, por favor... -me suplicó él-. No... ¡NO!
Enrico No me gustaba el ensañamiento. Si debía torturar a alguien o simplemente eliminarlo me gustaba hacerlo con la cautela necesaria para no cruzar la línea entre lo que corresponde y el exceso. Pero en aquella ocasión quise excederme. Porque Tello lo merecía al haberme guardado información. Y terminé lleno de sangre. La misma que se estaba yendo por el desagüe del plato de ducha de mi suite. Aun así, después de unas horas interminables, tuve tiempo de sorprenderme a mí mismo cavilando en algo completamente diferente. Pocos pensamientos me provocaban reacciones físicas. Muy pocos. Quizás ninguno. Porque era lo suficientemente imperativo como para controlar tales reacciones. Pero cuando se trataba de Sarah, todo cambiaba. Me era inevitable pensar en ella. La echaba de menos... Mucho más de lo que ella pudiera imaginar. Sin embargo me sentía orgulloso de tenerla tan lejos porque sabía que así jamás podría estar en peligro. Suspiré mientras el agua hirviente caía sobre mí. Me produjo un placer tan excesivo que tuve que apoyar los brazos en la pared para sobre llevar mi peso. Mi cuerpo oscilaba, lo sentía agotado. Y también ansioso. Tragué saliva. En realidad sabía bien que aquella sensación era un cúmulo de emociones. Mis instintos más profundos reclamaban la presencia de Sarah con urgencia. La necesitaban tanto que por un segundo fui incapaz de controlarme. De hecho no era la primera vez que me pasaba en los últimos días. Me equivoqué al cerrar los ojos. Porque la imaginé dentro de aquella ducha conmigo. En mi fantasía, Sarah estaba desnuda y el agua resbalaba por todos los rincones de su cuerpo. Me observaba con media sonrisa en los labios mientras sus manos repasaban la curva de mis caderas... Íbamos a hacer el amor hasta perder la razón y no me importaba saber que lo haríamos de pie o lo que nos deparara fuera de allí. Siempre habría tiempo de repetir en la cama. Siempre habría tiempo de aplastar las adversidades. Negué con la cabeza e incomprensiblemente sonreí. Aquella niña de veinte años tenía todo mi maldito sentido común en sus manos. Y resoplé. Sí, aquello era excitación. Tan poderosa como la ira y tan sutil como la tranquilidad. No me molesté en secarme cuando salí de la ducha. Esperé, de pie en mitad del baño, observándome desnudo en el espejo hasta que mi cuerpo comprendió que debía moverse de nuevo. Me coloqué una toalla en torno a la cintura y salí de la habitación sabiendo que Sofía Sacheri me esperaba. Lista para interpretar su papel. La oscuridad de la madrugada resplandecía, la única iluminación que entraba pertenecía a las sombras de la ciudad y acariciaban las curvas del exuberante cuerpo de aquella mujer. Esas líneas que conocía bien y que ahora esperaban mis órdenes. La miré con fijeza. A Sofía siempre le había intimidado mi forma de observarla cuando llegábamos a un momento así, pero no tardaría en responder y lo hizo. Solo que con más complicidad que de costumbre. Seguramente jactándose de lo poco que nos íbamos a tocar esa noche. Aun así, saber eso no le hizo disfrutar menos de la vista de mi torso desnudo. Ella se acercó a mí mientras se quitaba el albornoz y me mostraba su bonito conjunto de lencería. Después repasó mi clavícula con la punta de los dedos y se enroscó a mi cuello. -Sí solo piensas follarme, no hace falta que seas tan condenadamente erótico -gimió empleando el tono exacto de voz para que quedara grabado en las cámaras. Sus labios mordisquearon mi mandíbula y la cogí de las caderas para apretar su cintura contra la mía. No sentiría nada, pero eso no tenía por qué saberlo nadie, excepto nosotros. Ella sonrió. -No puedo evitarlo -admití desabrochando su sujetador-. Es algo natural. -Maldito cabronazo, eso ya lo sé. -La expuse. Noté como sus pechos se acomodaban sobre mi piel-. Dime, Materazzi, ¿lo quieres encima? -Tú marcas el ritmo. -Porque si lo hacíamos de aquella manera, la ficción sería mucho más realista. -Eso es lo que quería oír -susurró en mi boca, sin llegar a besarme. Y me empujó hacia la cama. Caí de espaldas sobre el colchón antes de que ella se desprendiera de sus braguitas y se colocara a horcajadas sobre mi cintura. Disimuló cuando fingió apartar la toalla e interpretó los gestos necesarios para hacer creer que acababa de penetrarla. Después comenzó a moverse sabiendo que yo le seguiría el juego, entre gemidos y embestidas, y se acercó a mi cuello. -Me debes una... -siseó tremendamente bajito.
Cristianno Exhalé. Y después me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía nada que temer. Eso en sí ya era un triunfo. Supongo que tenía lógica sentir confusión después de todo lo vivido. No había habido ni una sola noche en la que pudiera conciliar el sueño sin que mis preocupaciones o remordimientos me perturbaran. Dormir había sido demasiado complicado. Pero en ninguno de esos días lo había intentado estando al lado de Kathia. La miré y volví a exhalar. Esta vez al darme cuenta de que todo lo que había hecho en las últimas semanas me daba aquel momento como recompensa. Más allá de ganar o perder, justo en ese instante, yo ya me sentía satisfecho. Kathia aún dormía. Tenía los labios entreabiertos y, aunque apenas había iluminación, pude ver que su tez lucía un poco más pálida de lo normal. Un rastro grisáceo rodeaba sus ojos e incrementaba la hinchazón. También resultaba evidente la huella en sus mejillas de las lágrimas que había derramado. Sentí algo de rabia al recordar quien se las había provocado, pero una parte de mí insistió en vivir ese momento y aparcar todo lo demás. Creo que ambos nos lo merecíamos. Más allá de todo eso, Kathia mostraba una expresión suave. Parecía tan frágil y pueril que me sorprendió que se tratara de la misma chica capaz de desafiar a toda una mafia. No pude evitar una sonrisa. Tragué saliva y bajé la mirada. Quería continuar observándola, lo necesitaba. Jamás había vivido un momento así con ella, tan seguro y leal. Sin miedo, ni restricciones. De hecho, ni siquiera podía decir que habíamos compartido una situación de pareja corriente. Probablemente despertar al lado de la persona que se ama es algo demasiado básico para casi todo el mundo. Sin embargo para mí... era algo extraordinario. Deslicé la sábana por su cintura. Kathia permaneció quieta y ajena a que poco a poco mi respiración empezaba a titubear. Noté un punzante frío derramándose por mis extremidades. Se me pegaba a las piernas, pero desaparecía en los muslos y se transformaba en un calor dilatado que presionaba mi pecho. Era un efecto extraño, que me producía una serenidad a la que no estaba acostumbrado, pero me gustó experimentar aquella contradicción. Tuve la sensación de que mi cuerpo apenas pesaba... Hasta que su aliento acarició mi boca. De pronto el calor comenzó a ser insoportablemente intenso. Y me sobrevino un escalofrío cuando decidí acariciarla. Acerqué una mano a su mejilla y la ahuequé. Me enloqueció la forma en que mi piel conectaba con la suya a causa de un simple roce. Se me erizó el vello y comencé a masticar mis pulsaciones. El corazón me latía en la boca. Suspiré, me humedecí los labios y tragué saliva de nuevo mientras deslizaba mis dedos por su cuello. Bajé un poco más, hasta su clavícula y después su pecho. Lo rodeé con suavidad y sin apenas presión, tragándome las repentinas ganas de ir más allá. Llegados a ese punto, maldije que estuviera vestida y dormida. La excitación comenzaba a captar toda mi atención. Me latía en el vientre. Era una quemazón que lentamente se apoderaba de mi cintura. Me estaba volviendo loco. Temblé al alejar mis manos de su cuerpo y al pensar que estaba completamente abandonado a mis miradas. Por primera vez mi estado físico superó al psíquico. No pude pensar en otra cosa más que en el modo en que me perdería dentro de ella. Cerré los ojos y enterré el rostro entre mis manos. <<Joder...>>, mascullé en silencio. Todavía no sabía que reacción tendría Kathia cuando despertara. No era el momento de pensar en sexo. Tenía que tragarme aquella dolorosa exaltación y no se me ocurría mejor forma que una ducha helada. Me incorporé despacio, me pasé las manos por el cabello y lo restregué con ímpetu. Me froté las mejillas mientras me levantaba, capturé unas prendas de la maleta y mi móvil y miré por la ventanilla, a través del filo de la cortina. Fue un poco desquiciante descubrir que había despertado al atardecer, cuando en realidad apenas había dormido ocho horas. Pero es lo que tenía el desfase horario. Seguramente estábamos a punto de llegar a Tokio. Resoplé, entré en el baño y me apoyé en la puerta echando la cabeza hacia atrás. -Me cago en la puta...-jadeé más que concentrado en la parte baja de mi pelvis. Mi excitación era más poderosa que nunca. La física de una emoción a veces no tenía sentido. Ni siquiera era comparable. Y yo no estaba en absoluto acostumbrado a tener ese tipo de sentimiento recién levantado. Justo en ese instante la espantosa melodía de mi teléfono comenzó a sonar. Tuve ganas de reír al ver el nombre de Alex latiendo en el centro de la pantalla. -Ha llamado al teléfono del increíble Cristianno Gabbana. -Dije al descolgar, apoyándome en el lavamanos-. En estos momentos está muy ocupado. Por favor deje su mensaje... -¡A la mierda! -Exclamó mi amigo y no pude evitar reírme. Dios, ya les echaba de menos. -Avanzas, Alex -sonreí-. Ya tienes un poco más de paciencia. -Veremos hasta dónde alcanza cuando tenga tu careto delante. -Tu amor por mí hace que se tambalee el mundo. Te adoro. -Qué gilipollas -se carcajeó. -¡Alex! -La vocecita de Eric se impuso dándole un toque de atención a su amigo. De pronto recordé que les había dejado rodeados de confusión. Alex todavía no había aclarado las cosas con Daniela y Eric sufría por Diego. Que estuvieran tragándose sus preocupaciones y atendiendo las mías dijo mucho de hasta dónde estaban dispuestos a llegar por nosotros. Ni siquiera podía considerarlos mis amigos, eran muchísimo más que eso. -¿Está el señorito listo? -Preguntó el de Rossi. -Así es. ¿Te interesa decirle algo? -Sugerí bromista. -Tu inteligencia me abruma. -¡Gracias! -¿Tanto me echáis de menos? -Comenté haciéndome el arrogante. Bueno, en realidad lo era un poco así que no hizo falta que me esforzara demasiado. -Cabrón, hijo de tu madre, nos debes una despedida de soltero -exigió Alex. -Y quiero un stripper -le siguió Eric, lo que me indicó lo poco que tardarían en ponerse a parlotear entre ellos. No era la primera vez que sucedía. -Pues te lo llevas a un cuarto privado -se quejó el grandullón-, no quiero los huevos de un depilado cerca de mí. -¿Qué problema tienes con las pelotas depiladas? -Tuve que deducir el final de la frase porque mi sonrisa no me dejó escuchar. No manteníamos ese tipo de conversaciones (triviales, adolescentes, puede que sin sentido) desde hacía semanas. Poder hablar así, nos hizo un poco más ricos. <<¿Mauro, qué demonios estás haciendo, joder? Mira lo que te estás perdiendo, compañero >>, pensé mucho más nostálgico de lo que esperaba. -No sé... -tartamudeó Alex-...me ponen nervioso. -Él seguía a lo suyo. -Tío, ¿qué coño tienes entre las piernas? -Quise saber-. ¿El Amazonas?
-Vete a la mierda. -¿Cristianno? -La voz del Albori sonó tímida y devota. -Dime, Eric. -Definitivamente, ese chico podía hacer que cualquiera cayera rendido a él con solo un suspiro. Era tan tierno que hasta sorprendía. -Ya sabes cómo es Alex para todo eso de los sentimientos -no hacía falta que lo jurara, él era más de demostrar-, pero yo te lo puedo decir... -Silencio-. Disfruta mucho... -Y temblor. Eric no parecía poder hablar-. Disfruta... -Os queremos -le interrumpió Alex porque seguramente se dio cuenta de que a Eric le costaba seguir-. Sois nuestros hermanos y aunque no podamos estar allí, no cambia el hecho de que, a través de vosotros, lo estamos. -No dudó, lo dijo con fuerza-. Te mereces esto, y Kathia también, así que disfrútalo. Nosotros os estaremos esperando. -Y terminó dejándome completamente apabullado. -Siempre juntos...-confesé apretando los dientes porque la debilidad llamaba a mi puerta. -Hasta la muerte, ya lo sabes -Aseguró Alex-. ¡¿Quieres dejar de llorar, Eric?! -¡Me he emocionado! -Chicos, yo... -Pero no pude terminar. Aun así, Alex se dio cuenta y lo comprendió todo. -Lo sabemos. Y si tu puñetero primo coge el teléfono, dile que no te deje huir. -Sonó jocoso. Y podría haber seguido con la broma si no me hubiera visto fustigado por un escalofrío muy desagradable-. Llamarnos en cuanto podáis. -Dale besos a Kathia -añadió Eric. -Y vosotros tened cuidado por allí -les dije. -No os preocupéis por eso. Corté la llamada y me llené de suspiros. Hablar con Alex y Eric me había gustado, pero también me había dolido porque deberían haber estado allí. -Joder... Abrí la ducha y me desnudé de forma mecánica, casi parecía un robot con problemas en la fuente de alimentación. Mis movimientos eran demasiado prolongados, muy lentos. Me costó horrores colocarme bajo el agua. Y para cuando creí que ya estaría más calmado, me di cuenta de que aquel ardor no me abandonaría tan fácilmente.
Enrico Casi sentí alivio cuando empezó a amanecer. Esa había sido una de las noches más largas de mi vida. Toda la calma que había respirado me había inquietado mucho más que un contratiempo. Necesitaba que la acción tomara el protagonismo, que todo empezara a desmoronarse dentro de la cúpula Carusso. Ansié que llegara el momento y yo pudiera verlo todo desde la primera línea. Pero era cauto, me gustaba jugar a la perversión que deja ese espacio en blanco entre mis enemigos y mis decisiones, listo para que yo lo escriba. Realmente debía disfrutar de ese silencio característico que precede al conflicto. Hace que la venganza sea bastante más seductora. Sin embargo, incluso una persona como yo puede llegar a impacientarse y saborear ese doble sentido. Mucho más si pensaba en Sarah... Me perdí el momento en que el sol rayó el horizonte al cerrar los ojos. Estaba muy cansado, pero no debía dejar que eso me afectara. Me froté las mejillas para despejarme, me encendí un cigarrillo y miré el reloj. En Tokio ya eran las cinco de la tarde, era una buena hora para llamar. Había llegado el momento de contarle a Sarah que no iba a verme bajar de aquel jet privado. Saqué el móvil del bolsillo, busqué su número y lo observé durante unos minutos. No era para tanto, solo íbamos a estar unos días separados. Pero resultaba que era yo quien no estaba seguro de poder soportar la distancia. Tomé una fuerte bocanada de aire y llamé. Pero nadie contestó y esa ya era la sexta vez que sucedía en los últimos tres días. Fruncí el ceño y estrujé el teléfono entre mis dedos. ¿Dónde demonios estaba? ¿Por qué no contestaba? -No deberías fumar sin antes comer algo -dijo Sofía entrando en la terraza con dos tazas de café en las manos. Me entregó una y tomó asiento a mi lado encargándose de que pudiera ver el bonito conjunto de lencería que llevaba bajo el albornoz. Como si no lo hubiera visto ya. -Gracias -murmuré risueño mientras negaba con la cabeza. A Sofía le encantaba provocar. Sabía que era una belleza y que cualquiera se volvería loco por ella. De hecho más de una vez había tenido que intervenir para alejarle a alguien. -¿Has podido dormir? -Preguntó acariciándome la nuca con un movimiento casual. Desde luego así lo era, no buscaba nada más. Compartíamos esa clase de amistad. -Algo... -Inconscientemente hice una cuenta atrás sobre el tiempo que tardaría en darse cuenta de que le había engañado. -Miéntele a otro, monada -espetó con descaro y yo solté un risita-. ¡Mira qué ojeras! Con lo guapo que eres, eso es imperdonable. -Tiró de la piel de mis mejillas. Sí, nos llevábamos un año, pero ella insistía en tratarme como a un adolescente. Siempre y cuando no decidiéramos terminar en la cama... Se quedó mirando el horizonte y dejó que permaneciéramos unos minutos en silencio. La conocía bien, me estaba dejando analizar cuánto le iba a contar. Ella era así, tenía una mente muy masculina, no exigía lo que normalmente las mujeres exigen; supongo que por eso había tenido tantos problemas con los hombres. Pero para mí ese fue uno de los factores por el que se convirtió en una gran amiga. Sofía me dejaba ser exactamente como quería ser, sin límites. -Tus hombres me lo contaron todo, pero me dijeron que algunas cosas me las explicarías tú. ¿Piensas hablar o tendré que sacarte la información a mordiscos? - Comentó sin dejar de mirar al frente, sabiendo que en aquella terraza podríamos hablar sin apenas restricciones. -Te has levantado demasiado fiera... -bromeé dándole un pequeño empujón con la pierna. -¡Ja! Lo soy, querido. Vaya si lo era. Cogí aire. -Ya sabes que eres mi justificación -admití. En cuanto descubrieran que Kathia había desaparecido se iniciaría una investigación que nos pondría a todos en el punto de mira, incluido yo mismo aunque fuera impensable y gozara de la total y absoluta confianza de Angelo. Sí resultaba que yo había pasado la noche con alguien y me encargaba de que hubiera pruebas y testigos de vista, tendría el camino despejado para concentrarme en lo que verdaderamente importaba. -Y también que crees que la necesitas -apuntó antes de mirarme-. Pero no sé el porqué. -Ella insistía en saber qué tan peligroso era todo para que yo hubiera tenido que recurrir a ella. Bebí de la taza y fruncí el ceño. -Bueno, si se enteraran de que yo tengo la información del paradero de Kathia, probablemente no tardarán en matarme. Los traidores tiene una muerte muy desagradable y yo sería visto como tal en el seno Carusso. Ningún Gabbana podría hacer nada por protegerme, a menos que se expusieran más de lo debido. Algo que no permitiría. Sofía enmudeció y se me quedó mirando intentando disimular lo mucho que le había afecto mi rotunda sinceridad para con el tema. Ella sabía quién era y el poder que ostentaba, pero jamás esperó que mi vida corriera peligro por ello. -Una de las cosas que más me molestan de ti es que trates estos temas de forma tan trivial -protestó-. Enrico, estás insinuando que puedes morir, joder. -Por eso estás aquí -le recordé-. Para protegerme. Eso ya lo sabía, pero, aun así, escucharlo de mi boca no terminó de complacerle. -¿Crees que conmigo basta? -Cabizbaja, dudó, y no me gustó. Recogí su cabello tras la oreja y me acerqué un poco más a ella. -Por supuesto. Si a alguien se le ocurría sospechar de mí, tan solo tendría que ver los vídeos para darse cuenta de lo equivocado que estaba. Para los ojos de mis enemigos, yo me habría pasado toda la noche entre los brazos de mi amante. -Se me hace raro que me pidas ayuda. -Nunca había sucedido, pero eso no significaba que algún día pudiera necesitarla. De hecho, ella era de las pocas personas fuera de mi círculo familiar en las que más creía. -Siempre he confiado en ti -admití. -Lo sé, pero... -Tragó saliva. Seguramente estaba pensando en el momento en que salvé a su hermano pequeño de una de las peores bandas radicales del país-... Nunca pareciste un hombre desprotegido. -Siquiera en ese momento lo era. Pasé una mano por sus hombros y atraje su cuerpo hacia mí en un abrazo cariñoso y protector. Ella suspiró confortada.
-No deberías preocuparte tanto, Sofía -le pedí-. No es más que una mera precaución. -Esa es otra cosa que me molesta de ti. -Me pellizcó el brazo-. Que le quites hierro al asunto. Sonreí y puse los ojos en blanco. -¿Hay algo que te guste? -Quise saber y ella hizo una mueca pícara. Supe lo que venía a continuación. -Tú, en mi cama -confesó. Nuestra relación había tocado aspectos sexuales en varios de nuestros encuentros, pero ninguno de los dos lo priorizaba, principalmente porque Sofía era lesbiana. Así que entenderlo como una broma era lo más adecuado. -¿Y Lara? -Le recordé a su novia. Apenas llevaban unos meses, pero la cosa funcionaba muy bien. -Uf, Lara... Esa chica es increíble, pero ya sabes que tengo debilidad por ti. -Cierto. Al parecer yo era el único hombre que le había despertado esa, digamos, curiosidad. Le di un beso en la sien y volví a recordar a Sarah. Tuvo que ser bastante evidente porque Sofía enseguida percibió el cambio en mí. -Hum..., hay algo que no me cuentas -comentó alejándose de mis brazos. Entrecerró los ojos y me escudriñó-. ¿El gran Materazzi cazado? Era tan hábil... Apreté los labios y asentí con la cabeza. -Muy cazado -revelé y las pulsaciones se me dispararon. Sofía puso los brazos en jarra sin importarle que en esa posición pudiera ver todo su cuerpo en ropa interior. -Esta relación no marcha, Enrico. -Solté una carcajada-. ¡No me cuentas nada! ¿Quién es la afortunada que ha tenido los enormes ovarios de sacarte del mercado, cabronazo? Me levanté y guardé las manos en los bolsillos mientras miraba la ciudad. <<¿Qué estás haciendo ahora mismo? ¿Por qué no me coges el teléfono? >>, pensé en ella. -La única que podía hacerlo -murmuré. -Estás hasta las trancas. ¡Me encanta! -Exclamó Sofía empujándome. -¡Para de una vez! Jugueteamos y Sofía continuó parloteando, haciendo que disfrutara de ese momento tan corriente. Se me olvidó el cansancio y contuvo mis oscuras necesidades de venganza. Al menos hasta que empezó a sonar mi móvil. -Sí...-dije al descolgar. De inmediato, mi fuero interno se convirtió en ese extraño ser cruel y siniestro que domina perfectamente todas las características del buen mentiroso. Casi sentí placer. -Angelo Carusso se dirige a tu habitación con un séquito de siete hombres; cuatro de ellos son de los nuestros. -Mi segundo sonaba encendido, muy complacido -. Acaban de informarle de lo sucedido. He dado luz verde. -Bien hecho -admití-. Todo controlado aquí. Déjame el resto a mí. Una ronca sonrisa vibró en mi oído. -De acuerdo. Te veo en un rato. -Perfecto. -Colgué y miré a Sofía sin saber que ya estaría desnuda bajo las sábanas. Se había deshecho de la ropa interior como lo habría hecho yo de haberme acostado con ella-. ¿Estás lista? -Le pregunté sonriente. -Cariño, yo nací preparada -respondió ensayando una pose realmente atrayente. Me acerqué a ella y me incliné para besarla en la frente. -Esa es mi chica. -Ten cuidado -susurró ella sabiendo que le guiñaría un ojo en respuesta. Me ajusté la camisa, cogí la chaqueta de mi traje y me la coloqué justo en el momento en que escuché como se abría la puerta. Apenas pude evitar una sonrisa torcida. Nunca había sentido la mafia recorriéndome de una forma tan poderosa. Ese momento que tanto había ansiado, había llegado. Miré a Angelo y a todos sus hombres fingiendo sorpresa mientras ellos reparaban en la presencia de una Sofía soñolienta y desnuda en mi cama. -¿Sucede algo, caballeros? -Pregunté. -Kathia ha desaparecido. -El Carusso no se dio cuenta del gran gozo que me produjo su tono de voz tan desconcertado.

MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora