Kathia Extrañamente, pude soñar. Y lo hice con él, con sus besos y con sus caricias. Lentamente despertaba. Primero sentí el hormigueo típico de la consciencia y después el cambio de mi respiración, de lánguida a briosa. Notaba el cansancio pegándose a mi piel, haciendo que mis músculos fueran rocas. Empezaba a recapacitar, visualizando mis recuerdos con una nitidez que los dotó de un enorme realismo. Casi creí que lo estaba viviendo de nuevo: a Valentino esperándome en el altar, sus labios sellando mi vida con un beso. Sus manos desnudándome... aferrándome a él... Hasta que Enrico se cruzó en mis pensamientos. Fue entonces cuando recordé su entrada en aquella suite y el modo en que me sacó del hotel. Después de eso, todo era silencio y quietud. Una mente completamente en blanco. Excepto por una cosa... El aroma de Cristianno impregnado en el ambiente, adherido a mí. Con los ojos todavía cerrados dejé que una de mis manos se aventurara bajo las sábanas en busca de algo que no me atrevía a admitir. Quizás, con un poco de suerte, me toparía con la cintura de Cristianno, pero solo encontré un hueco vacío. Y precisamente ese espacio fue lo primero que vi. Me incorporé con torpeza y salí de la cama. No podía creer que mi fuero interno insistiera tanto en la presencia de Cristianno cuando era evidente que no estaba allí. Con todo, súbitamente dejé de pensar en él, y contuve el aliento. De pronto el suelo tembló bajo mis pies y miré a mi alrededor preocupada dándome cuenta del entorno. No estábamos en una de las típicas habitaciones de hotel de cinco estrellas y tampoco se respiraba ese ambiente. Aquella era una alcoba pequeña en donde apenas cogía una cama y sus respectivas mesillas de noche. No había espacio para mucho más, pero se respetaba el lujo y resultaba de lo más cómoda. Entrecerré los ojos al tiempo en que notaba un nuevo temblor. Mis instintos se activaron de golpe. No tenía ni la menor idea de cómo había llegado hasta allí, pero estaba segura de que no tardaría en averiguarlo. Era demasiado perspicaz. Mis pulsaciones se precipitaron un poco. Puede que a simple vista nada fuera extraño, pero había algo allí que desentonaba. Las ventanas se parecían demasiado a las de un avión, quizás un barco. Otro temblor. Esta vez tragué saliva y dejé que mi corazón latiera acelerado. Evidentemente no estábamos en tierra firme, y sé que lo mejor hubiera sido ahorrarse las dudas e investigar fuera de allí. Pero hubo algo mucho más importante que todo eso. Me sorprendió que al intentar respirar lo consiguiera con tanta facilidad. Era como si mi cuerpo intuyera que estaba a salvo. Saboreando aquella ambigua confianza, me acerqué a una de las ventanillas, capturé la arista de la persiana y tiré de ella. Supe que me toparía con el cielo justo antes de levantar la tela. Pero aun así liberé un jadeo. Las nubes se arremolinaban frente a mí y dejaban entrever como el horizonte mostraba los colores de un extraño atardecer. Apenas unos centímetros de acero me separaban de esa maravilla. No sabía muy bien qué hacer o pensar. Si no me hubiera quedado dormida en el coche de Enrico, hubiera sabido dónde me encontraba. No, hacía a dónde demonios iba. ¿Atardecer? Fruncí el ceño. En todo caso... <<Debería estar amaneciendo...>> Sentí un terrible vértigo. Supongo que se debió a la confusión, a no saber si Cristianno estaba cerca de mí. Pero hubo al igual de chocante que estar a miles de pies del suelo: el sonido del agua cayendo.
Enrico -Convoca una reunión e informa de la situación al resto de guardias-Le pedí a Sandro conforme caminábamos por el pasillo a paso ligero. La verdad es que no esperé tanto desconcierto. Al principio, todos los esbirros hablaban uno encima de otro. No terminaban de aclarar lo que ocurría y se perdían en incoherencias, fruto de la confusión. Lógicamente, no hacía falta que me explicaran nada porque yo mismo había sido el creador de tal caos, pero eso no podía decirlo. Por ahora. En cuanto terminaron de informarme, todos nos precipitamos hacia los ascensores. Angelo apenas dijo nada porque sabía que yo tomaría las riendas con supremacía y no sería necesario un tiempo para pensar qué hacer, dado que no disponíamos de él. Así que tácitamente me encomendó la dirección de la investigación regalándome unas extrañas miradas de soslayo que no fui capaz de descifrar. El destino era la suite nupcial. Kathia no estaba en el hotel, Valentino ya había despertado y los efectos de la escopolamina le habían producido exactamente la reacción que esperábamos: amnesia, trastorno y desorientación. Todo marchaba incluso mejor de lo previsto. -Quiero que todas las salidas estén completamente controladas -continué justo cuando Thiago se nos unió-. Que no entre ni salga nadie del hotel hasta nueva orden. Y, en caso de que alguien haya salido, traerle de vuelta, ¿entendido? -Sí, jefe. -Respondió Sandro como hacía habitualmente, pero noté que se moría de ganas por bromear conmigo y Thiago. Le guiñé un ojo en un gesto cómplice antes de subir al ascensor y perderle de vista. Lo que mi agente en realidad haría sería iniciar el protocolo C. Una medida que daba luz verde a la organización de mis hombres. Se les había asignado un papel y había llegado el momento de interpretarlo. Puro teatro, muy necesario y bastante eficaz, dado que a partir de entonces cualquier comportamiento, por desapercibido que fuera, podía ser el detonante de nuestra caída. No podíamos andarnos con licencias. Mucho menos cuando el ambiente de los capos parecía tan... desconfiado. Entré en la suite de Valentino. Todo estaba como habíamos establecido. Un escenario que señalaba el típico comportamiento de una pareja de recién casados. Cada rincón era un sinónimo de sexo, diversión y alcohol. O por lo menos eso creyó Adriano Bianchi y la casi veintena de hombres que ya había allí. -Tienes que explicarnos qué ha pasado, Valentino -dijo uno de sus guardias personales. El Bianchi no había tenido tiempo de vestirse. Apenas llevaba una toalla en torno a la cintura. Había tomado asiento a los pies de la cama y tenía la cabeza apoyada entre las manos. De pronto se levantó, cogió el primer objeto que encontró a mano y lo lanzó contra el cristal de uno de los ventanales haciendo que este reventara casi al instante. -¡No tengo ni puta idea, joder! -Gritó sin saber muy bien dónde mirar. Se le veía excesivamente desorientado, y muy cabreado-. ¡Quiero saber qué coño ha pasado aquí! ¡Ahora! Aparté al esbirro y me acerqué él antes de obligarle a mirarme buscando sus ojos con severidad. Valentino puso una expresión de furia al notar mi cercanía, pero no se opuso a mi examen visual. Tenía las pupilas muy dilatadas y la esclerótica bastante enrojecida. -Llama a científica -le dije a Thiago-. Necesitamos un examen toxicológico. Valentino me mostró los dientes y se inclinó hacia mí. Su aliento a alcohol por poco me provoca nauseas. -No he tomado ningún estupefaciente, Enrico -masculló y enseguida me dio un empujón con el hombro al pasar de largo. -Eso no es lo que dice tu cuerpo, Valentino. Sudaba, temblaba y ni siquiera era capaz de mantener la mirada fija en algún blanco, le titilaba demasiado. -Puede que tú tengas la respuesta. -Me retó con la mirada. Nos enfrentamos en silencio. Él intentando descubrir si sus palabras habían provocado algún efecto en mí. Yo, impertérrito, notando un retorcido sentimiento de prevención que me empujaba. Pero aquello no duró demasiado. A Angelo le interesaba mucho más saber que percepción tenía yo de la situación. -Valentino, harás lo que se te pida -interrumpió el Carusso. Después, mientras me incorporaba, me hizo una señal con la cabeza, dándome a entender que me apartara del grupo; necesitaba hablarme a solas y obedecí guardándome las manos el pantalón. -Enrico... -dijo bajito-. Quiero que descubras qué demonios está pasando y quién es el causante. Encuéntrale y haz lo mismo con Kathia. <<Gilipollas, Kathia está muy lejos de tu alcance. >>, pensé y habría estado genial poder decírselo, pero preferí mirarle fijamente. -Por supuesto. -Lo dejo en tus manos. -Quiso dar por zanjada la conversación. -Pero... -le interrumpí- si quieres que haga mi trabajo y sobre todo consiga frutos, tendrás que permitirme que sospeche de todo el mundo. Le reté con la mirada, solo que él no se dio cuenta y lo tomó como signo de autoridad. Aun así no le gustó en absoluto y apretó los dientes, desafiante. Mi comentario era razonable, pero eso no le ahorraba las molestias. -Haz lo que sea necesario -espetó-. Aquí, ahora mismo, cualquiera puede ser el culpable. -Me miró de arriba abajo-. Incluso tú. Torcí el gesto y, sin saber por qué, sonreí. -Incluso yo. -Tardé en desviar la mirada-. Thiago, llama a Trevi. Que el equipo se encargue de recoger todas las pruebas. Yo recopilaré la información de las cámaras de seguridad. -Enseguida, jefe. Ahora solo quedaba liberar la farsa. No encontrarían nada, no sabrían qué hacer. Iban a darse cuenta de que su enemigo era un maldito fantasma, invisible y soberano. Todo ello si el plan funcionaba como estaba previsto...
10
Cristianno Corté el agua y salí de la ducha dando tumbos como un gilipollas. No me había calmado. De hecho, y siendo asquerosamente sincero, estaba tan preocupado por la reacción que tendría al encontrarme de nuevo con Kathia que apenas podía pensar en otra cosa. Bueno, en nada más siempre y cuando no tuviera en cuenta el persistente hormigueo en mi pelvis. Apoyé los brazos en la encimera del lavabo y me miré al espejo. Gotas de agua resbalaban de los mechones de pelo y caían en mis mejillas enrojecidas; estaban bastante frías, pero me dio igual porque mi concentración se fue a la intensidad que había adquirido el azul de mis ojos. Me sorprendió lo ardiente que parecía. Liberé un profundo jadeo y comencé a secarme con la toalla. Llegados a ese punto podía parecer el típico pervertido que solo piensa en meterla. Pero no era una simple excitación. Iba mucho más allá. Supongo que lo que mi cuerpo necesitaba era unirse a Kathia de todas las formas posibles para asegurarse de aquella realidad y pasar de los idealismos. Pero había algo más, mucho más importante. Nuestro actual entorno iba a convertirse en el perfecto alimento para las dudas de Kathia en cuanto despertara. En el pasado, ya le había ocultado cosas y respondió con un justificado rechazo y enfado, dado que había fingido mi muerte y permitido que me llorara. Pero incluso ahora seguía ajena a varios factores tan importantes como el hecho de no haber muerto en aquella casa en ruinas. Era a eso a lo que debía enfrentarme. Me coloqué la ropa interior, los pantalones a medio abrochar y la camisa desabotonada y me acerqué a la puerta. Dudé cuando mis dedos tocaron la cerradura. Solo tenía que arrastrar aquel pedazo de madera y salir, no era en absoluto una maniobra complicada, joder. Me lancé. La oscuridad, el silencio y el calor me abofetearon. Cogí aire y me adentré un poco más en la habitación advirtiendo que la cama estaba vacía. Me inquietó bastante que no estuviera allí, pero enseguida me topé con ella. Estaba apoyada en el fingido alfeizar de la ventana y curioseaba el exterior a través del filo de la cortina, seguramente matando el tiempo mientras me esperaba. Se me contrajo el vientre y el hormigueo se hizo más poderoso al observar sus piernas encogidas. En esa posición, la forma de sus muslos era impresionante. Pensé que, si la miraba un poco más antes de alertar mi presencia, no sería tan malo. Kathia no sabía que la observaba, ni que casi podía escuchar el caos de sus pensamientos. De pronto suspiró y, todas las suposiciones que hubiera podido hacer sobre su reacción, se perdieron tras sus ojos, más plateados que nunca. Nos miramos como si no lo hubiéramos hecho en mucho tiempo. No, no... Nos devoramos en silencio. Ella me estudió, luchando por no dejarse llevar por las emociones que le despertaba mi cuerpo húmedo y a medio vestir. Y yo la observé dosificando mis tremendas ganas de ir hasta ella y atrapar su boca con la mía. Kathia se dio cuenta de mis deseos y cerró los ojos dándome la impresión de que se le escapaba el control. Esa corta distancia que nos separaba acumulaba todas nuestras pretensiones por tocarnos.
Kathia Había decidido esperarle tragándome la inquietud que me producía saber que solo nos separaba una maldita puerta. Pero, por momentos, me había costado muchísimo no entrar en aquel baño y observarle desnudo bajo el agua; de haberse dado ese momento, quizás me habría duchado con él. Había notado como esa necesidad se me pegaba a la piel y me empujaba. Aun así lo sobrellevé porque realmente había cosas mucho más importantes que atender, por encima de mi absorbente deseo por Cristianno. Me convencí de que resistiría, incluso cuando le tuviera delante; que sometería ese imperialismo que desprendía su presencia y antepondría las exigencias de mi fuero interno. Pero, en ese concreto instante en que su mirada me engulló, no creí que mis instintos adquirirían voluntad propia. No creí que sería tan extraordinario verle. Toda la basura que habíamos experimentado se evaporó en cuanto le vi allí plantado, a solo unos pocos metros de mí. Temblé y esta vez no fue por las turbulencias, si no por Cristianno y su implacable mirada. Esa forma de mirarme tan urgente y ardiente, su poderosa apariencia, hizo que todas las preguntas que tenía que hacerle ya no tuvieran importancia. Todas mis ambiciones se reducían a estar con él. ¿Qué más daba todo si le tenía? ¿Qué más daba a dónde me llevara? Alimenté mi necesidad de él y le devoré en silencio sin importarme lo que estuviera pasando por su cabeza. Quizás, después de ese instante, todo se rompería en pedazos, pero en lo único que fui capaz de pensar fue en tumbarnos en la cama y sentirle entrando y saliendo de mi cuerpo. Olvidar el tiempo y sus causas. La verdad es que ni siquiera pude imaginar un centímetro de distancia entre nosotros. Cristianno aceptó mi mirada y lo que esta seguramente le estaba provocando. Permitió que ese espacio que nos separaba nos abrasara, y suspiré desviando la atención de sus ojos. Me fijé en el modo en que la camisa se le acomodaba a los hombros, la forma en que la tela acentuaba las líneas de su maravilloso torso, la manera en que el pantalón colgaba sensual de su cadera. Lentamente enloquecía, y Cristianno lo sabía, por eso se mordió el labio de aquella manera. Después agachó la cabeza y empezó a moverse. -¿No... preguntas? -Titubeó, pero supe que no era por timidez, sino por el estímulo. Cristianno no quería obedecer a las imposiciones de sus deseos hasta saber cómo me sentía. Él siempre actuando en esa línea entre el erotismo y la delicadeza... Esa línea que solo me había mostrado a mí. -No sé por dónde empezar... -admití en un susurro sabiendo que eso le detendría y volvería a mirarme. Me pareció ver una sonrisa en sus labios, pero fue muy débil. Supongo que no quería mostrarme lo intimidado que le tenía mi reacción. Y ciertamente quería exigirle una explicación, pero una parte de mí lo impedía y tampoco sabía muy bien qué preguntar primero. Ahora era yo la que agachaba la cabeza. -Podría enfadarme contigo -siseé mientras tocaba el suelo con los pies-, pero cuando te miro... -Callé y Cristianno se acercó lentamente a mí. -Cuando me miras... Dejó que su aliento resbalara por mi mejilla y me estremeciera, obligándome a apoyarme en el alfeizar. -Soy incapaz de reprocharte nada. Cristianno torció el gesto y se humedeció los labios mientras yo notaba como su pecho poco a poco se acercaba al mío. Si continuaba por ese camino sería incapaz de seguir hablando. -Porque sabes que jamás haría algo que pudiera ponerte en peligro -jadeó y mi excitación se elevó a lo más alto. Lo que acababa de decir era incuestionable, pero aun así seguía pareciéndome indescifrable. No lo sabía todo de él y eso hacía que mis recuerdos y sentido común estuvieran en confrontación. Deseaba una cosa y necesitaba otra. -¿Qué tienes que contarme, Cristianno? -Le clavé una mirada impetuosa, en todos los sentidos. -¿Qué quieres saber? -Si no hubiera murmurado, tal vez no me lo habría puesto tan difícil. Su boca estaba volviéndome loca. Su cercanía lentamente me desesperaba. -¿Qué hora es? -No era mala idea empezar por preguntas sencillas. Eso, quizás, me daría valor. Sentí un cosquilleo en las mejillas al ver como resoplaba una sonrisa. -Son las 19:42 p.m. hora local. ¿Cómo? Fruncí el ceño. -¿Local? Se quedó muy quieto, sus pupilas completamente inmóviles. Y después tragó saliva. -Supongo que hemos terminado de sobrevolar Corea. ¡¿Corea?! Sentí como se me descolgaba la mandíbula y me quedé mirándole como si se tratara de un fantasma. Notaba como la sangre me bombeaba desquiciada en las venas. -¿Cuánto llevo en este avión? -Once horas. -Dios mío... -Me llevé las manos a la cabeza. Casarme con Valentino Bianchi para después despertar en la habitación de un jet privado aparentemente sola ya era extraño. Pero ¿sobrevolar Corea? Miré al techo. El corazón me latía a toda prisa y notaba una extraña sensación hormigueante bajo mi piel. De repente le miré. No sé muy bien lo que quise expresar con esa mirada, pero desde luego Cristianno comprendió todo mi desconcierto y fue lo suficientemente comprensivo como para menguar la tensión sexual que habitaba entre los dos. Solo un poco... -¿Adónde me llevas? -Le exigí. -Tú misma elegiste ese destino, Kathia. -Su voz, más y más cerca de mí-. Yo solo cumplo tus deseos. Supongo que en otra situación le habría entendido mejor, pero en ese instante no sabía ni qué pensar. Fruncí el ceño e imaginé que le mandaba a la mierda empujándole hacia la cama. Se suponía que era una reacción de enfado, pero terminó siendo mucho más. Por suerte ese pensamiento no pasó de ahí y pude controlarme. No debía mezclar las cosas, no tenía sentido. -Pero hay más... ¿verdad? -Indagué, aunque ya sabía la respuesta. -Solo un poco más. Apreté los dientes. Habría dado cualquier cosa por destripar sus secretos. -Y eso es lo que no vas a contarme. -Prefiero que lo experimentes a que yo mismo lo explique. Cristianno era una persona objetiva, demasiado quizás. No se andaba con rodeos a menos que sus reservas fueran lo suficientemente despiadadas. Lo que me indicó
que quizás si me lo contaba no terminaría de creerle. Porque cabía la posibilidad de que fuera demasiado inverosímil. O tal vez yo había perdido la cabeza y estaba empezando a divagar gilipolleces. Entrecerró los ojos e indagó en los míos. Supe que no tardaría en dar con mis conjeturas. Cristianno sabía leerme muy bien. De hecho, su mirada me dijo cuan acertada había estado al pensar aquello. -Te dije que confiaras en mí, que no permitiría que nadie te hiciera daño, incluido yo -Casi masculló al referirse a sí mismo. De repente mi mente aparcó todas las dudas y se concentró en un solo objetivo. No quería que creyera que dudaba de él porque esa no era la verdad. No debíamos confundir las ganas de saber con la desconfianza. Esa vez me acerqué yo y lo hice hasta que su cuerpo quedó completamente pegado al mío. A Cristianno no le intimidaron mis movimientos, ni el modo en que mis dedos acariciaron su vientre. -¿Has pensado que tal vez solo me basta con estar a tu lado? -Le susurré en los labios. Cristianno resopló excitado al tiempo en que sus dedos acariciaban mi espalda. Con tremenda lentitud, se acercó a mi cuello y rozó mi piel con sus labios. Cerré los ojos y liberé un jadeo perdiéndome en la sensación tan placentera que me regalaron sus caricias deslizándose hacia mis caderas. Introdujo una de sus manos bajo la tela del pantalón, mostrándome el calor que albergaba su contacto. Se me contrajo el vientre al notar la fricción de sus yemas volviendo a ascender por mi espalda mientras tiraba del jersey hasta quitármelo. Estaba desnudándome de forma erótica y sensitiva. Y me sentí culpable por desearle tan fuertemente en una situación como aquella. La tensión sexual lentamente se apoderaba de mí. Mi respiración se descontrolaba, todos mis sentidos estaban puestos en Cristianno. Me dio la vuelta, apoyando su pecho sobre mi espalda, y tuve un escalofrío al notar su endurecida vigorosidad presionando ligeramente mis nalgas. Me enloquecía. Le quería dentro, embistiéndome con fuerza. -¿Quieres volverme loca? -Jadeé inclinando la cabeza hacia atrás. Terminó apoyada en su hombro. -Parece ser que lo estoy consiguiendo. -Susurró acercando sus labios a la comisura de los míos a la vez que envolvía mi pecho desnudo con sus manos. -Confías demasiado en ti mismo. -¿Tanto se me nota? -Susurró algo agitado. Él estaba sintiendo la misma locura que yo. Las yemas de sus dedos se hicieron más fuertes sobre mi piel. Inesperadamente se acuclilló en el suelo haciéndose con la cinturilla de mi pantalón. Deslizó la tela por mis piernas y yo lentamente, me di la vuelta. Le observé arrodillado ante mí mientras sus manos luchaban por no desprenderme de la única prenda que me cubría. Besó mi vientre, se apoyó en él unos segundos y después clavó sus ojos azules en los míos dejándome sin aliento. -Lo siento... Fruncí el ceño. -¿Por qué? -Pregunté confusa. Su mirada lentamente se hacía más oscura y peligrosa. Por un instante creí que me ahogaría en él. Volví a tragar saliva, empezaba a notar una ligera presión en el estómago. -Por ser algo rudo... -Su voz sonó ronca, y feroz-... Por no poder controlarme. -Sus dedos se clavaron en mis muslos. Ese ligero quemazón que me produjeron encendió mis deseos más ocultos. -Rudo -siseé empezando a comprender a qué se refería. -Así es... -jadeó él. Esa vez sus pupilas me recordaron a los de un depredador justo antes de cazar a su presa. Súbitamente se levantó y consumió mi expectación con su boca. Noté como sus manos rodeaban mi cuello y se tocaban en mi nuca ejerciendo una fuerza que me empujaba aún más a él, a sus labios, a su lengua. Todo su cuerpo bloqueó el mío, me arrinconó con desesperación contra la pared y no le importó que soltara un quejido al notar la fuerza con la que me acorraló, porque Cristianno lo ahogó con un beso frenético. Y me lanzó por un precipicio de descontrol e irracionalidad. A esto se refería cuando se disculpó, a este tipo de rudeza y a la que vendría a continuación. No había podido resistirse más, mucho menos teniéndome casi desnuda frente a él. Cristianno era ardiente, muy vigoroso. No tenía lógica que soportara la excitación. Y yo no quería que lo hiciera. Una parte de mí siempre había deseado disfrutarle salvaje y desinhibido y supe que al fin le tendría de aquella manera. Enredó los dedos entre mi cabello, tiró con sutileza de él obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás e inició un recorrido de besos y pequeños mordiscos por mi cuello mientras su otra mano resbalaba por mi vientre. Capturó con fuerza el filo de mis braguitas. Aunque, poco a poco, perdía la razón, supe lo que se preponía. Noté el ligero crujido de la tela antes de recibir el brusco empellón de su pelvis contra la mía. Después, aquella insignificante prenda caía desgarrada al suelo. Gemí mucho más agudo de lo que esperaba porque me había dejado completamente expuesta y porque saberlo me produjo más placer del imaginado. No tardó en acercar sus dedos al centro de mi cuerpo. Pero fue astuto, sabía que no podría controlar mis gemidos con lo que iba a hacerme. Así que se detuvo, me miró y cubrió mi boca con la mano que le quedaba libre. Fue entonces cuando, sin apartar sus ojos de los míos, introdujo un dedo en mi interior. Me retorcí de placer, no solo por aquella caricia, sino por el calor que me produjo su ardiente mirada y a la forma en que me penetraba. Cristianno sabía que era el dueño de aquel momento, que podía hacer lo que deseara y que yo respondería a esos deseos en exceso complacida. Me invitaba a la locura. Jamás había estado tan a su merced como esa vez. Jamás le había visto enloquecer de aquella manera. -Cristianno... -jadeé en la palma de su mano. -¿Qué? -Dijo pero no dejó ni un instante de hacer presión con sus dedos-. Dime, Kathia... -Su voz y sus caricias hicieron que me retorciera de satisfacción. Apartó la mano y volvió a besarme. Esa desesperante necesidad de tenerle creció entre mis piernas al tiempo en que él se desabrochaba el cinturón. Alejó sus caricias de mí y me dio la vuelta antes de aferrarse a mis caderas. Apoyé los brazos en la pared y abrí un poco más las piernas. -Dímelo... -Lamió el lóbulo de mi oreja provocando que inclinara la cabeza hacia atrás y mi cintura se retorciera-... ¿Necesitas esto? -jadeó. Le sentí peligrosamente cerca... Jugó con la sensación. Porque quería que volverme loca. Esa expectación terminó logrando lo que Cristianno quería: que cuando entrara en mí no fuera capaz de pensar en otra cosa que no fuera su miembro invadiendo mi interior con supremacía. -Sí... -dije sin aliento. Cristianno rodeó mi cuello y se acercó un poco más. -Dilo. -Imperativo. Me mordí el labio y le miré de soslayo. -Te necesito. Dentro. Ahora. Me embistió con rudeza. Una y otra vez, rápido y lento... Más y más húmedo... Escuchaba sus jadeos y su aliento precipitado al recorrer mi espalda con su boca. Acarició mi pecho y mis caderas y me obligó a besarle. Tenerle entrando y saliendo de mi cuerpo de aquella manera mientras me miraba a los ojos entre beso y beso me envió al clímax de un modo violento. Aquel fervor me llenaba, me trastornaba y no podía evitar pedirle más. Apenas fui capaz de mantenerme en pie, pero Cristianno me sostenía. Y me volvía a empujar al delirio mientras sus jadeos me nombraban y los míos le seguían.
11
Cristianno Podría haberme pasado el resto de mi vida haciéndole el amor de aquella manera. Pero necesité más. Y era ambiguo que lo necesitara de todas las formas existentes. La embestí con fuerza una vez más mientras me quitaba la camisa. Kathia volvió a gemir y tembló cuando salí de ella y le di la vuelta. Me lancé a su boca. Probablemente no esperaba una respuesta como esa, pero me dio igual. Me lo había puesto tan difícil... La besé contradiciendo mis ganas de hacerlo lentamente y saborear el momento. Sus labios me dieron una ansiosa bienvenida mientras mi lengua se enroscaba ansiosa a la suya. Conocía su boca, sabía qué movimientos necesitaba hacer para volverla loca, pero esa vez yo perdí la cabeza mucho antes que ella. Fui puro pasto del deseo y la codicia. Rodeé su torso provocando que su pecho quedara completamente atrapado por el mío. Kathia se aferró con fuerza a mi cuello emitiendo un excitante resuello. Un segundo más tarde deslicé las manos por sus caderas y la levanté del suelo. Ella enseguida comprendió lo que quería y enroscó las piernas a mi cintura mientras la llevaba a la cama. Nos lancé sobre el colchón sin importarme nada más que el hecho de estar entre sus muslos. Sentía como mi pelvis se endurecía un poco más por la presión de la suya y como ese calor me azotaba en las piernas llegando incluso a creer que me paralizaría. Me alejé de sus labios y resbalé por su barbilla, hacia la clavícula, mientras mis dedos buscaban su pecho. Kathia arqueó la espalda para dejarme más espacio y me permitió levantar la camisa. En apenas un instante perdí el control y capturé uno de sus senos con mi boca. La sensación que le siguió al gesto me enloqueció. Kathia jadeaba de placer al tiempo en que mi corazón se desbocaba. Su piel me exigía y no le importaba que estuviera siendo rudo. Quería más, así que abandoné su pecho y deslicé mi lengua por su vientre. Me incorporé sobre las rodillas, terminé de desnudarme y me quedé observándola fijamente mientras su torso se encorvaba con la entrada del aire en sus pulmones. Apreté los dientes. La incontinencia había estado a punto de hacer que me perdiera aquel momento. Si lo hacía aprisa y obedeciendo a mis necesidades más salvajes, sabía que no lograría saciarme del todo. No quería que ese momento fuera a quemarropa. Así que me contuve y decidí equilibrar las sensaciones y el hambre que tenía de ella. Acerqué un dedo a sus labios. Sin apartar la vista ni instante de la mía, Kathia lo lamió y después suspiró al notar como ese mismo dedo, ahora húmedo, resbalaba por su escote. Seguí la línea hacía su ombligo, deteniéndome en el centro húmedo y ardiente de su cuerpo. Kathia abrió un poco más las piernas y me miró con fijeza sabiendo que mi boca estaba muy cerca de ella. Esa química que desprendía cada uno de nuestros movimientos casi parecía surrealista. Había deseado mil veces no ser Kathia y Cristianno. Sin embargo no serlo nos habría robado sentir ese fuerte deseo desgarrador. Estábamos demasiado conectados. Coloqué las manos sobre la almohada, dejando su rostro entre medias, y flexioné los brazos para regresar a su boca de nuevo. Esa parsimonia con la que sus labios se aferraron a los míos hizo que tuviera un escalofrío que aumentó en cuanto mi pelvis se apoyó en la suya. Justo en aquella zona, la excitación se desbordaba, nos reclamaba. Y me acerqué al balcón de su cuerpo. -No sabes lo mucho que necesitaba tocarte de esta manera -suspiró y después dejó que la punta de su lengua rozara mi labio inferior. Poco a poco me introduje de nuevo en ella. La humedad me estremeció. Su interior me absorbió con firmeza, oprimiendo mi miembro hasta el punto de hacerme rozar el clímax con las yemas de mis dedos. Y me contuve, apretando los dientes y reprimiendo la respiración porque quería compartir el orgasmo con ella. Hice presión en su cintura con la mía al tiempo en que la besaba y engullía uno de sus gemidos. -Pienso llegar hasta el final... Lo sabes, ¿verdad? -jadeé al tiempo en que ella sacudía las caderas. Me quería mucho más adentro. -Sí... -¿Y lo quieres? -Tartamudeé. -Quiero todo de ti -me susurró al oído-. Todo... -E incluso más, mi amor... La embestí de nuevo, suavemente. Entrando y saliendo de un modo en que pudiera sentirme con total plenitud, al completo. Kathia encorvó la espalda, se retorció de placer mientras sus uñas se clavaban en mis glúteos e incrementaban la presión. Siempre habíamos hecho el amor, pero jamás pudimos disfrutar de un sexo tan cargado de erotismo y dureza. Nos fusionamos, fuimos uno en todos los sentidos.
Kathia Apoyé mi cabeza en el pecho de Cristianno mientras él acariciaba mi hombro y acompasaba su respiración a la mía. Nuestros cuerpos desnudos, sin barreras, enredados y completamente pegados. El esplendor de nuestras emociones lentamente volviendo a la normalidad después de haber alcanzado una y otra vez orgasmos profundos y descontrolados. Esa forma que tuvimos de hacer el amor, intensa y desmedida, sin reservas ni barreras, compensó con creces cada uno de los minutos que habíamos pasado separados. Durante ese momento no creí en nada que no fuera aquello. -¿Estás bien? -Susurró Cristianno, acariciándome el cabello. Le miré y fruncí el ceño. -¿Acaso aparento lo contrario? -Ambos sonreímos mientras me acercaba a su boca y la besaba una vez más. Ese gesto hizo que mi cintura prácticamente quedara sobre la suya. Noté como el centro de su cuerpo se agitaba. -Por un momento creí que me había excedido -confesó él acariciando mis caderas. -Eso no ha sido exceso, Cristianno. -Había sido pasión en estado puro. El deseo más profundo. Ciertamente, había sido brusco, pero yo se lo había exigido. Ese había sido nuestro momento y lo habíamos vivido como deseábamos. -Me encanta cuando me nombras de esa manera -gimió repasando el arco de mi espalda. Tuve un escalofrío cuando rozó mi pecho. Me quedé mirándole, venerando aquella mirada suya, ahora de un azul que hasta dolía. -Cristianno. -Siseé su nombre. Esa vez con toda la intención de enloquecerlo. Él soltó una carcajada. -Eres una bruja -bromeó antes de besarme.

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Mafia
Roman d'amourSecuencia de la saga Bajo el cielo púrpura de Roma. Espero disfruten de la lectura.