Kathia Agoté todas mis reservas de paciencia en cuanto terminé el maldito ritual de la tarta y el brindis nupcial. Al tratarse de un enlace de exagerado lujo, al que habían asistido tantísimas personalidades importantes, nos ahorraríamos ciertas tradiciones estúpidas, pero no fue así. Tuve que fingir sonrisas, posar mostrándome enamorada y besar a Valentino constantemente. De nada servía cerrar los ojos e imaginar que eran los labios de Cristianno. Ese tacto posesivo y cruel jamás podría parecérsele. Tras esa pantomima, me arrastraron a una pequeña sala que habían acomodado para mi estilismo. Según el riguroso programa que Olimpia y Annalisa habían establecido junto a los organizadores que habían contratado, ahora venía el baile nupcial. La atención sería incluso más grande que durante la ceremonia porque se habían encargado de convertirlo en un momento que mostrara la intimidad y conexión entre la pareja. Así que me vi subida en una plataforma mientras corregían maquillaje, peinado y demás. Todo debía ser más perfecto de lo que ya era. -¿Eres consciente de que el diseño que llevas cuesta más de medio millón euros? ¡Deja de encorvar los hombros! -Exclamó el estilista, repasando mi atuendo. Le enfadaba mi insolencia-. Estás haciendo que el corsé parezca un camisón. Sí, era muy consciente del derroche, pero al parecer nadie se daba cuenta de lo poco que me importaba. Suspiré, fruncí los labios y contuve un jadeo en cuanto aquel tipejo de metro cincuenta ciñó el vestido a mi cintura. -No sabía que una prenda que está completamente adherida a mi cuerpo pudiera ensancharse -comenté con ironía, haciendo malabarismos para no asfixiarme. Si continuaba ajustando el corsé, terminaría pareciendo un puñetero folio-. Es un misterio -gemí. Pero al estilista no le hizo gracia mi comentario e hizo una mueca mordaz. -Querida, eres mucho más atractiva con la boca cerrada -intervino Olimpia que se había puesto un tocado tan extravagante que daba la sensación de haberse peleado con un ave rapaz. -Suerte que en poco tiempo dejarás de oírme, ¿no? -Yo y esa costumbre mía tan popular de no saber permanecer callada. Olimpia dejó que su imagen se reflejara en el espejo, justo detrás de mí, y me mostró una espléndida sonrisa. -Exacto, es una suerte -sentenció. Sibila hizo una mueca. La asistenta de los Carusso, que me había acompañado en las peores circunstancias y me había apoyado incondicionalmente, apenas pudo remediar lo mucho que le molestó el comentario. Agaché la cabeza y busqué su mano con disimulo. Su dulce sonrisa disparó el afecto que sentía por ella. Por un instante solo quise aferrarme a su torso y perderme entre sus brazos. Minutos más tarde, salí de allí tras el pequeño grupo de víboras. Creí que casarme había sido la peor parte, pero resultó que estaba equivocada. Se apagarían las luces, se haría el silencio y toda la atención recaería sobre mí aferrada a mi marido bajo una tenue luz blanca que solo nos iluminaría a nosotros. Me acerqué a la entrada. Enrico esperaba allí con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón. Él sabía que estaba endiabladamente hermoso, que su presencia era pura supremacía y que al mirarle todo mi mundo sería un poco menos oscuro. -¿Puedo pedirte algo? -mascullé en un susurro, mirando a mi alrededor. -Puedes pedirme lo que quieras. -Un murmullo que estremeció hasta el último rincón de mi piel. Le miré, directamente a los ojos, sin importarme que alguien pudiera notar la devoción que desprendía mi cuerpo. -Entonces sácame de aquí -espeté-. Creo que no es necesario continuar con esto. -Y no lo era si tan solo se miraba desde nuestro punto de vista. Pero, llegados a esa parte, no podíamos echarnos atrás. Lo que se había empezado, se debía terminar. Todo eso me lo dijeron sus pupilas increíblemente azules. Después Enrico se colocó a mis espaldas y acercó sus labios a mi mandíbula con la excusa de apartarme un mechón de cabello. -Está ahí fuera, Kathia -susurró y mí se me contrajo el vientre al imaginar a Cristianno entre las sombras de aquel lugar. De repente dejé de sentir incomodidad o recelo. No temí lo que pudiera pasar a partir de aquella noche. Todo careció de valor si Cristianno me permitía notar su presencia. Sin embargo, una vez más, esa pequeñísima parte de mí fue mucho más allá; iba a herirme levantar la cabeza y encontrarme con una mirada que no fuera la suya. -No... -jadeé sin apenas aliento. -¿Qué...? -Dile que se vaya -ordené dándome la vuelta para mirar a Enrico de frente-. No quiero que esté aquí. Se apagaron todas las luces. -Kathia... -Hazlo. -Ojalá hubiera podido gritar-. Por favor. <<Esto se acaba...>>, de nuevo las palabras de Cristianno en mi cabeza. Mi fuero interno insistía en repetírmelo una y otra vez. -O imagínale. -Enrico me cogió del brazo, me dio un pequeño y brusco empellón y me obligó a mirar hacia el salón. Valentino esperaba mi llegada ensayando una pose tentadora-. Solo tú puedes convertir este momento en algo pasajero -terminó susurrándome al oído. Apreté los dientes. La música comenzó a sonar. -Valentino jamás podrá ser Cristianno. Avancé.
Cristianno Lo escuché todo. Cada una de las palabras que Kathia había mencionado se grabó a fuego en mi mente. No había dicho nada que no hubiera escuchado antes, pero fue la forma en que las mencionó lo que me volvió completamente loco. Hubo un apagón. Tardé unos segundos en acostumbrarme a la oscuridad, pero tras pestañear varias veces lo logré. Y vi a Kathia resplandeciendo como una estrella dentro de un círculo de luz blanca que solo iluminaba el centro del salón mientras todo lo demás permanecía en las sombras. Me levanté enseguida y me acerqué al ventanal hechizado por su presencia. Caminaba confiada y decidida, con la cabeza alta y el gesto tranquilo. Incluso su porte resultaba mucho más erguido. Esa Kathia parecía satisfecha y observaba a Valentino con una pasión que solo había visto en su mirada gris plata cuando... me miraba a mí. <<¿En qué estás pensando, amor? >> Quise colarme en su mente. Quise recorrer su cuerpo formando parte de él, como si fuera una de sus emociones, fusionarme con ella. Y quemar la distancia que se interpusiera entre nosotros, aunque apenas fueran unos centímetros. ¿Se podía llegar a amar de aquella manera? Yo lo hacía. Y me fascinaba. Apoyé una mano el cristal y me acerqué un poco más. Por un segundo me creí allí dentro, delante de todos, e imaginé que era yo quien extendía mi mano y esperaba la suya.
Kathia Enrico había sabido bien qué decir para hacer aquel instante terriblemente soportable. Cristianno era lo que siempre había soñado, así que no me costó imaginarle. Tenía experiencia, conocía a la perfección todas las líneas de su cuerpo y el deseo que estas me despertaban. Solo tenía que respirar hondo y avanzar hasta él ignorando todo lo demás. Sería muy sencillo aceptar aquella mano y perderme en su abrazo. Comencé tocando la punta de sus dedos. La caricia se deslizó por la palma de su mano y bordeó la muñeca, encaminándose hacia el antebrazo. Supe que Valentino me observaba confundido. Sabía bien que jamás le había tocado de esa forma. No tenía ni idea de que él había dejado de existir. Poco a poco, noté como sus brazos rodeaban mi cintura y me atraían hacia su cuerpo. Mi mente recreo el erotismo con el que me habría tocado Cristianno. Y me estremecí aferrándome con fuerza a sus hombros y conteniendo un jadeo. Notaba el corazón estrellándose con fuerza contra mis costillas y un calor naciendo de mi vientre. Acaricié su mejilla con la mía y le clavé las uñas en el cuello. La excitación lentamente me exigía, reclamaba más piel, más contacto. Hasta que me topé con su mirada. Su poder fue superior al de las sombras que se interponían. Cristianno estaba allí y se encargó de que sus ojos azules me devolvieran la sensatez. La imaginación no bastaba. -Me sorprende que puedas bailar -murmuró Valentino, pegado a mi oreja-. Debo reconocer que lo estás llevando con demasiada entereza. -¿Es un halago? -Mascullé. Ahora era muy tarde para dejar de actuar. Seguramente había asombrado a todos los invitados y no era bueno que notaran un cambio tan brusco en mí teniendo en cuenta que Cristianno estaba allí. Así que continué pegada a su cuerpo. -Digamos que sí -contestó jocoso-. Observa a la gente, Kathia. Nos miran fascinados, saben que somos la pareja perfecta. -Cierto, lo creían. Excepto una persona. Enrico no me quitaba ojo de encima-. ¿Crees que habrían pensado lo mismo de haber estado Cristianno en mi lugar? Cerré los ojos y no pude contener el temblor que se paseó por mis labios. Los apreté con fuerza. -Acordamos que no le mencionarías -gemí. -No, cariño, tú lo impusiste. -Su voz se volvió más ronca. Estaba muy seguro de que la espera había terminado, que le pertenecía e iba a empezar a manifestármelo. Apretó un poco más mi cintura-. No creo que esté contento en este momento. -Insistía en Cristianno porque sabía que me hería-. Eres mía, Kathia. Mi esposa y ahora que te poseo puedo hacer lo que me plazca contigo... Como terminar lo que empezamos en Génova. -Tragué saliva. Sus palabras contradijeron la exquisita pieza de Craig Armstrong que sonaba de fondo. Temblé de nuevo. Pero esta vez esa convulsión se extendió por todo mi cuerpo y me azotó con fuerza. Recrear lo que podría haberme pasado en aquella fiesta privada agravó el frío que calaba en mis huesos. Sabía que Enrico y Cristianno no iban a permitir que eso pasara, pero fue inevitable ponerme nerviosa. Incomprensiblemente, busqué a mi hermano, y mastiqué una aterradora soledad al no encontrarle por ningún lado. <<¿Dónde estás, Enrico? ¿Adónde has ido? >>, pensé conteniendo las sacudidas. -Vas a morir atada a mi cama, cubierta de heridas y moratones -cuchicheó Valentino, aprovechando nuestra cercanía. Continué indagando en las sombras, buscando a mi hermano, cada vez con más desesperación-. Haré que grites su nombre mientras te follo hasta hacerte rogar por tu maldita muerte. Te arrepentirás de haberle amado. -Cerré los ojos con fuerza. Si el haberme enamorado de Cristianno me proporcionaba ese final, lo aceptaría más que satisfecha. Solo me arrepentiría del tiempo que no podría compartir con él. -Gracias -susurré provocando que mi respuesta detuviera el balanceo de su cuerpo. Valentino se apartó un poco y me miró con el ceño fruncido. Parecía impresionado, algo que me animó a continuar-. Después de eso podré volver a estar con él. -Rescatar el dolor del falso recuerdo de la muerte de Cristianno me hirió -. Y ni siquiera tú podrás impedirlo. Quise irme cuando Valentino me cogió del brazo y tiró de mí. -Ni se te ocurra... -masculló y pretendió decir más, pero Enrico le interrumpió. Le colocó una mano en el pecho, empleando una fuerza disimulada que le obligó a liberar mi brazo. -Valentino -aseveró sabiendo que el Bianchi no podría hacerle frente-. Es mi turno. Me quedé mirándole a medio camino entre la fascinación y el miedo. Mi hermano había aparecido de la nada justo cuando más le necesitaba y eso terminó por desatar aquella incompresible inestabilidad. Una reacción que me produjo un escalofrío al ver la sonrisa perversa y retorcida que el Bianchi le regalaba a mi hermano. Enrico me atrajo hacia su pecho, ignorando el murmullo que se había despertado entre la gente, y me instó a caminar. No le importó que nos miraran o que Valentino se hubiera puesto a dialogar para atraer la atención de sus invitados. Simplemente se concentró en mí y buscó una salida. -Necesito respirar...-susurré cabizbaja, sin entender muy bien por qué demonios me sentía de aquella manera. No presté atención al camino ni tampoco hice mucho por mantenerme en pie. Él me guiaba y lo hacía con una resistencia que envidié. -Te llevaré fuera -sugirió con ternura. A continuación se acercó la mano a la boca-. Thiago, despeja la entrada del recinto. Voy para allá. -Hubo un pequeño silencio, seguramente porque su segundo le estaba hablando-. De acuerdo. Estad atentos. Esa bocanada de aire frío que me rodeó al salir al exterior invadió mis pulmones con rapidez. Tuve un escalofrío.
Cristianno Enrico debió escuchar lo que Valentino le había susurrado a Kathia mientras bailaban. De lo contrario, no se habría comportado de aquella manera. Le vi entre la gente, aparentemente tranquilo, cuando de pronto se tensó. Nadie percibiría la disimulada tirantez que se le instaló en los hombros, ni el gesto amenazante que adquirió su cuerpo. Pero yo le conocía bien y supe que había escuchado algo muy desagradable. Me ayudó mucho a confirmar mi sospecha la evidente degradación en la mirada de Kathia. Y también el modo en que se abandonó a los brazos de su hermano cuando este decidió sacarla de allí. -Joder... -mascullé bajito, apoyando la frente en el ventanal. Algo había sucedido y eso disparó todos mis instintos. Mi aliento se precipitó y se estrellaba contra el cristal cada vez con más fuerza. La presión de mis músculos ascendía por momentos, esa parte de mí más irascible deseaba un enfrentamiento abierto. Anhelé la violencia y la sangre. -Cristianno, ve a la verja principal. -La voz de Thiago retumbó en mi oído derecho. Y yo retorcí los dedos hasta convertirlos en un puño. -Disponéis de un canal al que yo no tengo acceso, ¿por qué no se me ha informado de ello? -Gruñí feroz. Seguramente Enrico, en alguna de las ocasiones que había tenido con Kathia, le había colocado un dispositivo en el vestido. -Son órdenes de Enrico -repuso Thiago tras unos segundo pensando bien qué decir. Apreté los dientes y me puse en movimiento. Casi eché a correr. -¿Qué le ha dicho, Thiago? -Jadeé-. Tú lo sabes. -Cristianno, déjalo estar y ve a la entrada principal. -No estaba previsto un movimiento como ese, pero tampoco hizo falta que dijera más porque enseguida comprendí que, si Enrico decidía exponerme por encima de cualquier cosa, no cabía la menor duda de que Kathia me necesitaba. Aunque ella no lo supiera todavía.
Cristianno Mis pies se estrellaban acelerados contra la grava. Había echado a correr y durante el proceso el auricular se me había caído. Ahora colgaba de uno de mis hombros mientras el aire se me amontonaba en la boca y el cuerpo me exigía un poco más de frío. Lo hacía, pero yo no lo sentía. Lo primero que hice fue ojear los recovecos que formaban los árboles y las sombras que le rodeaban. Estaba solo, quizás demasiado, y eso era muy peligroso. Pero no tuve tiempo de ahogarme en la desconfianza porque enseguida sentí la presencia de Kathia. La miré aprovechando que ella todavía no sabía de mí cercanía. Se había llevado las manos a la cintura y la presionaba como queriendo arrancarse el maldito corsé. Respiraba descontrolada y echó la cabeza hacia atrás creyendo que el gesto la tranquilizaría. Puede que en cierto modo lo lograra, pero no dejaron de temblarle los brazos. Un escalofrío me atravesó fuertemente tras recorrerme la espalda. Si la mierda que Valentino le había dicho no hubiera sido grave, no habría despertado esa reacción en ella. <<¿Qué demonios le ha dicho? >>, me pregunté. La necesidad por saberlo casi me corrompía. Pero me topé con los ojos de Enrico. Había ido hasta allí con ella ignorando nuestros límites, había querido que yo estuviera y supe por qué: solo yo lograría tranquilizarla. Por tanto había supuesto que algo así terminaría pasando y prefirió mantenerme al margen e idear por sí solo las posibles vías de escape. No, sólo no. Nunca podría estarlo teniendo un compañero como Thiago. Asentí con la cabeza aceptando su comportamiento al entender que había sido lo mejor para todos; mis impulsos no nos habrían dejado alternativas. Después suspiré con ímpetu y me dejé ver. Al principio, a Kathia le costó asimilarme, pero, conforme me acercaba lentamente a ella, su mirada se abrió y dejó que su habitual plata volviera a resplandecer. Mentiría si no admitiera que casi me paraliza; siempre que me observaba de esa forma, como si todo lo demás no existiera, conseguía ponerme muy nervioso. Me mordí el labio y guardé las manos en los bolsillos de mi traje sin dejar de avanzar. Kathia dejó caer los brazos sin fuerza. No sabía que le temblaban las pupilas y también los labios, ni que su cuerpo mostraba la evidente angustia que sentía. Estaba al borde del llanto y supe que ahora que me tenía frente a ella no tardaría en llorar. Pero me propuse ahorrarle ese momento y creé una risa dulce y tímida. -Hola, compañera -siseé a solo un palmo de su cara. Pude ver una débil sonrisa. Lo que me indicó que había captado mi plan. Eso me daba cierta comodidad. De soslayo vi que Enrico también sonreía y desviaba un poco la mirada. No podía dejarnos completamente a solas, pero nos daría esa intimidad que necesitábamos. -Hola -resopló Kathia. Odiaba verla de aquel modo-. ¿Cómo te va? Alcé las cejas y me hice el interesante. -Genial. ¿Sabes qué? -Me incliné hacia delante-. He conocido a alguien. -¿Ah, sí? -Coqueteó justo cuando una lágrima resbalaba por su mejilla. Se me contrajo el vientre, pero era muy tarde para echarse atrás. Yo mismo había iniciado ese juego, y si ella estaba luchando, debía hacer lo mismo. -Ajá. -Acomodé mi mano en su mejilla y limpié aquella lágrima con el pulgar. Kathia se dejó llevar por la caricia cerrando los ojos y soltando el aliento. Rebotó suave y caliente sobre mi boca-. Es una chica. -Casi tartamudeé. Me moría por besarla. -Lo suponía. -Debería presentártela, es increíble. -¿Eso crees? -Por supuesto -aseguré dejando que mis dedos se deslizaran por la piel de su brazo-. Es toda una guerrera, ¿no te parece eso asombroso? -Bromeé. -Entonces, ¿qué haces aquí? Deberías estar con ella. -Se quedó sin voz conforme terminaba la frase. Ya no pude remediarlo más. Capturé su rostro entre mis manos y me acerqué todo lo que pude a ella. La falda de su vestido se coló entre mis piernas. -Precisamente por eso he venido -susurré mirándola fijamente a los ojos-. Al parecer no puede vivir ni un segundo sin mí. -Estúpido. -Kathia me dio un golpecito en el brazo. Esa vez sonreímos los dos. Pero yo lo hice apenas un segundo. Apoyé mi frente en la suya y dejé que mis labios se aproximaran hasta llegar a rozar los suyos. -Y yo tampoco puedo vivir sin ella. -Un jadeo que a ambos nos cortó el aliento. Cerré los ojos y me abandoné a la sensación de sus manos rodeando las mías. -Cristianno -gimió ella. -Estoy aquí, mi amor. -La besé con calma. No buscaba que fuera un beso apasionado y ni siquiera tierno. Simplemente quise que me sintiera todo lo cerca posible de ella-. Era yo quien bailaba contigo -murmuré y Kathia no se alejó de mi boca para responder. -¿Acaso lo dudas? -Eso nunca. Ni siquiera en nuestro peor momento. -Pero no me has dejado terminar ese baile. Extrañamente, empecé a balancearme con suavidad. Puede que si bailaba con ella, ese momento que estábamos compartiendo, sustituiría todo lo que Valentino le había dicho. Quizás era desear demasiado, pero no me detuve. Y Kathia se dejó llevar por mis manos. Los movimientos eran casi imperceptibles, pero se acompasaron a los suyos y creamos un ritmo suave acorde a la música que se oía a lo lejos. Fue increíble sentir a Kathia pegada a mi boca, compartiendo mi respiración y dejando que mis dedos resbalaran por su cintura hasta hacerse con ella. La abracé, posesivo y delicado, y continué meciéndome hasta que su cuerpo se olvidó de la pesadumbre y el miedo. Esa vez Enrico no pudo evitar mirarnos. Me costó descifrar su pensamiento, pero tampoco fue necesario. Aquel gesto suyo, de serenidad y fascinación, lo dejó todo muy claro. Deseaba casi con el mismo fervor que yo que llegara la madrugada, pero, a la misma vez, se sentía tremendamente orgulloso de haber llevado a su hermana hasta mí. Había logrado tranquilizarla. Por eso ahora debíamos despedirnos. La besé de nuevo y esperé en sus labios. -Solo un poco más... -jadeé. No solté su mano hasta que la distancia se interpuso.
Kathia Me quedé muy quieta, saboreando la maravillosa sensación que su boca me había dejado en los labios mientras Cristianno se alejaba de mí. Otra vez. Me sobrevino un espasmo. Apenas había pasado un minuto y mi piel ya echaba de menos su contacto. Por eso el frío que le siguió fue tan cruel. Abracé mi torso y me obligué en vano a contener el temblor de mi aliento. Era cierto que ya no sentía desolación, que todos mis instintos se habían estabilizado y que mi cuerpo casi me parecía que flotara. Pero no era suficiente. Yo ya sabía que Cristianno tenía ese poder sobre mí, lo había experimentado en todas las ocasiones en las que me había tocado, pero de pronto mi fuero interno exigía más. Y esa exigencia no pretendía ser en una necesidad fugaz. -Un poco más, eh -dije repitiendo las palabras que me había dicho. Me escocieron en la lengua-. ¿Cuánto tiempo es eso? Me di la vuelta y pasé de largo junto a Enrico creyéndome dispuesta a regresar al evento. Esa no era la verdad y fue él el primero en reconocer que simplemente me movía por inercia, por eso me detuvo y tiró de mí contra su cuerpo. Sus brazos me consumieron en un abrazo que toda mi piel reclamó. Me enganché a su cuerpo un tanto desesperada y saboreé esa sensación hasta que le hablaron. Al estar tan pegada a él pude escuchar vagamente una voz que surgía de su auricular. Enrico suspiró antes de responder. -Proceded con el psicotrópico. -Fruncí el ceño y me alejé un poco de su abrazo-. Despejamos en quince minutos. -¿Qué psicotrópico? -Quise saber, pero él me ignoró y me cogió de la mano. -Tenemos que volver. Me solté con furia. -Enrico, ¿qué droga? -Insistí-. ¿De qué hablas? Se pellizcó el puente de la nariz y se humedeció los labios manteniendo un silencio un tanto tenso. No es que yo le hubiera puesto nervioso, si no que no quería contarme más. Al menos, no todavía... -Cuando dices que confías en mí -habló-, ¿hasta dónde alcanza esa seguridad? Tragué saliva y le miré todo lo poderosa que pude en ese instante. No le consentiría que subestimara mis creencias. Ni siquiera en un momento como ese. -Hasta donde tú me pidas -sentencié. Y él torció el gesto inclinándose hacia mí. -Pues entonces extiéndela un poco más -susurró-. Soy tu hermano, recuérdalo. Después de eso, regresamos al salón. Nos mezclamos entre la gente, asumimos nuestro papel allí dentro y contuvimos nuestros deseos. Pero no dejamos de seguirnos con la mirada ni un segundo. Supongo que Enrico quería que recordara lo que me había dicho en cuanto entré en la suite con Valentino.
Kathia Me detuve en mitad de la suite, permitiendo que aquella espectacular panorámica de Roma me abofeteara. No tardé en sentir la impotencia aferrándose a mis entrañas. Me temblaban las manos, hacía demasiado frío y la oscuridad poco a poco me engullía. Valentino cerró la puerta. Le escuché avanzar, lentamente se acercaba a mí. La turbación se disparó con ferocidad. Lo que iba a suceder en ese momento solo él lo sabía, pero no me hacía falta mirarle para intuir que arrastraba crueldad consigo. Fue muy estúpido creer que todo terminaría en el evento. Cuando regresé al salón y le vi un tanto desinhibido junto a sus colegas, pensé que me libraría de él, que no sería capaz de mantenerse en pie durante mucho tiempo si continuaba bebiendo de aquella manera. Pero resultó que estaba equivocada y abandonamos el club de campo sabiendo que la mayoría de invitados preferían seguir con la fiesta y que prácticamente estaríamos solos en el hotel. Cerré los ojos con fuerza al sentir sus manos palpando la cremallera de mi vestido y apreté los dientes. <<Confía, Kathia... Un poco más. >>, me dije, pero temí que no fuera suficiente. Luchar contra aquello confiando en algo tan abstracto comenzaba a perturbarme. Sabía que si me permitía tener esa clase de pensamientos, por muy fugaces que fueran, de alguna forma, traicionaba la confianza que había depositado en Cristianno y Enrico, pero era casi inevitable. El frío se intensificó cuando el vestido se deslizó por mi cuerpo y cayó al suelo. Quise llevarme los brazos al pecho y protegerme, pero Valentino no me dejó y aprovechó la maniobra para darme la vuelta y colocarme frente a él. Me observó con una fascinación corrosiva que fue en crescendo conforme acariciaba mi piel. Fruncí el ceño al toparme con sus ojos verdes. Valentino me deseaba y esa emoción era demasiado radical. -Dios mío... -susurró jugando con la goma de mi ropa interior-. Haces que me sienta hambriento. Tuve un escalofrío al tiempo en que tragaba saliva. Sus dedos me estaban quemando la piel. Por suerte no duró demasiado. Se apartó un poco, se quitó la chaqueta de su esmoquin y se descalzó. Se movía torpe, inestable, lo que me produjo un latigazo; tal vez si echaba a correr, no sería capaz de alcanzarme. Y casi me convencí de ello, pero sus movimientos me lo impidieron. Puede que estuviera demasiado ebrio, pero su fuerza continuaba siendo la misma. Lo supe en cuanto capturó mi rostro entre sus manos. Esperó, me intimidó dejando que el tiempo se convirtiera en una losa y desquiciara mi miedo. Él sabía bien lo asustada que estaba y jugó con ello. Hasta que me besó con rudeza. El sabor amargo de la mezcla de alcohol que habitaba en su aliento por poco me asfixia. Su lengua me obligó a abrir la boca mientras su cuerpo me empujaba y me acorralaba contra la pared. Intenté resistirme, forcejeé tirando de su camisa, empujando sus hombros, esquivando sus besos. Todo su cuerpo me reclamaba, lo notaba pegado a mí, y me hería. La obstinación solo me regalaría más dolor. De pronto Valentino perdió el equilibrio y comenzó a toser. Aproveché para intentar alejarme, pero lo evitó cogiéndome del cuello. -Has bebido de más, Valentino -protesté intentando apelar con calma a su sentido común, si es que alguna vez lo había tenido-. No creo que sea buena idea... Me puso un dedo en los labios y apoyó su frente en la mía. Apreté los ojos aferrándome con fuerza al brazo con el que me apresaba. -Eso lo hará todo mucho más interesante -balbuceó. -Valentino... -Eres mi mujer, Kathia. -Sus labios pegados a los míos. Su fiereza colándose en mi boca-. Mi esposa. -Por favor... -Un sollozo.
Cristianno Tuve un calambre en los muslos al comprender lo que estaban hablando aquel grupo de hombres capitaneado por Enrico y Thiago. Habíamos improvisado una reunión en la zona despejada. La noche se helaba y se nos echaba encima. -¿Qué cojones está pasando? ¿A dónde han ido? -protesté, en exceso perturbado, porque, en cuestión de segundos, Kathia había desaparecido del salón. Y Valentino también. Thiago había analizado las cámaras tras verificar que no estaban en el recinto. Lo que en cierto modo nos había hecho perder quince minutos. Una ventaja que se le regalaba a Valentino. -Escaparon por la puerta de atrás -reconoció el segundo de Enrico, precipitado, sorprendido con el extraño giro de los acontecimientos. Nadie allí hubiera podido imaginar que Valentino podría escabullirse con Kathia. ¿Qué coño había ocurrido?-. Nadie sabe a dónde se dirigían. -Estaba previsto que eso sucediera y todos estabais preparados para ello. ¡¿Cómo demonios ha podido ocurrir así, joder?! -Terminó gritando Enrico, dándole voz a mis pensamientos, porque ninguno de los dos entendíamos que algo tan estúpido hubiera podido pasar. Eso, en el mejor de los casos, precipitaba un poco nuestros planes y no era buena señal. Por eso todos los músculos de su rostro estaban en tensión. Uno de sus hombres quiso responder, pero se detuvo al ver como uno de los compañeros corría hacia nosotros. -Jefe, lo tenemos-jadeó sin aliento-. Les han visto entrar en la suite del hotel. -Preparaos de inmediato -ordenó Enrico y me sorprendió la eficacia con la que respondieron. Todos sabían qué hacer-. Empezaremos con el plan. -Me señaló a mí, sabiendo que de esa forma evitaba que me uniera a la acción-. Nos vemos en Ciampino, lárgate de aquí. -Enrico... -¡Lárgate de una vez! Me quedé allí plantado, observando cómo se marchaba y asimilando el torbellino de ira que me asfixiaba.
Kathia Valentino no me dejaría respirar. De pronto me cogió del cabello por la parte de la nuca y tiró un poco de él sabiendo que el gesto dejaba mi garganta completamente expuesta. La lamió desde la clavícula hasta la barbilla y me besó de nuevo ignorando mi resistencia. Le dieron igual mis quejas en forma de jadeos o mis uñas clavándose duramente en sus brazos. Gozaba. -Me encanta que reclames, amor -gimió escondido en mi cuello. Un fuerte temblor me sobrevino cuando escuché el tintineó de su cinturón. La hebilla impactó fría en mi vientre antes de verme arrastrada al suelo. Mis rodillas se hincaron en la alfombra provocándome una punzada de dolor que quedó silenciada al reconocer lo que Valentino pretendía. Sin soltar mi cabello, colocó mi rostro frente a su pelvis y terminó de desabrochar su pantalón. -Abre la boca, Kathia -masculló mirándome perverso desde arriba. Me negué apretando los labios entre lágrimas y resuellos que me hacían daño en la nariz. Pero no se detendría por mucho que mi obstinación se impusiera. Soltó mi pelo y me obligó a obedecer introduciendo con brusquedad su dedo pulgar en mi boca. -Eso es... Buena chica -suspiró emocionado. <<Estoy atrapada...>>, murmuró mi fuero interno mientras las lágrimas se intensificaban. Era imposible escapar y sentir aquella certeza me hirió mucho más que saber lo que iba a pasar. Hasta que de improvisto Valentino se tambaleó y perdió el conocimiento. Se desplomó sobre mí y el peso de su cuerpo inconsciente nos arrastró al suelo con brusquedad. Me llevé la peor parte, pero el desconcierto fue tan grande que apenas tuve tiempo de quejarme por el dolor. Le miré aturdida, sin saber qué demonios le había pasado, asimilando que desgraciadamente todavía respiraba, pero que su aliento surgía demasiado pausado. Mientras que sus pulsaciones descendía, las mías se disparaban. El miedo me atronaba en los oídos, el corazón se estrellaba desquiciado contra las costillas, no me dejaba respirar, ni tampoco pensar con claridad. Tenía que apartarle y huir de allí cuanto antes, era la mejor oportunidad que tendría. Pero cuando me creí capaz de hacerlo, la puerta de la suite se abrió de par en par, robándome toda la valentía. Dicen que cuando se desconoce algo, la turbación es mucho más desesperante. En ese instante estuve completamente de acuerdo. Entrecerré los ojos por la luz que entró del pasillo, pero mientras mi visión se aclimataba a la repentina luminosidad, pude diferenciar la silueta de cuatro hombres entrando a la habitación. Me bastó eso para reaccionar aunque solo fuera un poco. Aparté a Valentino a empellones y me arrastré por el suelo, encogiéndome en una esquina. ¿Qué coño estaba pasando? -Preparad el escenario. ¡Rápido! -Aquella voz...- Empezad por la habitación. Moveos. -La conocía... Las órdenes de Enrico no tardaron en obtener la respuesta de sus hombres, que empezaron a moverse con habilidad. Se dispersaron por la habitación y comenzaron a hacer su trabajo mientras su superior se acercaba a mí observando a Valentino con un amago de sonrisa en la boca. Esa versión de Enrico, tan magnifica y perturbadora, me acobardó, pero también logró hipnotizarme cuando le vi guardar su arma en la parte baja de la espalda y apartar las piernas de Valentino de una patada. -¿Qué es todo esto? -Pregunté desconcertada y con la mirada empañada. No sabía si ponerme a llorar o hacerlo lanzándome a sus brazos. Enrico se remangó los pantalones de pinzas y se acuclilló ante mí. -No pensarías que iba a dejarte sola en este momento, ¿no? -Torció el gesto dándole más énfasis a sus palabras y apartó un mechón de mi cabello en una caricia que me hizo temblar-. Escúchame, cariño, tenemos ocho minutos para abandonar el hotel. ¿Crees que puedes vestirte en uno? -Sonrió. Abandonar el hotel. Miré a mi alrededor. Reconocí a Gio, el esbirro que me acompañó durante la cena con Valentino hacía unas semanas. Y también a Thiago. Al tercer hombre no pude verle, pero di por hecho que era agente de Enrico; de otro modo no estaría allí. Estaban desordenando la habitación basándose en las instrucciones que Thiago leía en su teléfono. Todo estaba perversamente estudiado. <<Un poco más...>> Cuando dijo aquello, Cristianno sabía lo que iba a pasar. Porque probablemente él había sido el mentor. Jadeé y miré de nuevo a mi hermano asintiendo con la cabeza. No había tiempo para mi aturdimiento. -Eso es -dijo dulcemente antes de que su segundo me entregara una muda de ropa. Al mirarle, me regaló una sonrisa muy tranquilizadora. Me levanté tambaleante y comencé a vestirme apresurada ignorando el hecho de que cuatro hombres me habían visto casi desnuda. Ahora el corazón me latía en la boca y apenas me permitía coger aire, pero me dio igual. No dejé de moverme. Si Enrico había impuesto un límite de tiempo significaba que no podíamos equivocarnos. Ya respiraría después. -Enrico, marchamos. Ya -comentó Thiago trasteando su arma. Descubrí que le había puesto un silenciador, lo que insinuaba que quizá nos haría falta para salir de allí. Pude confirmarlo en cuanto mi hermano imitó el gesto de su compañero. -Bien, Kathia. -Se acercó a mí y me colocó bien la chaqueta mientras me observaba fijamente-. Tienes que hacerme un favor. -¿Qué? -Tartamudeé. -Tienes que permanecer callada, ¿de acuerdo? -Silencio. Absoluto. Eso no sería difícil. -De acuerdo -jadeé-, pero antes... -me quedé sin voz. No debería haberme costado decirle que le quería, pero mis instintos todavía estaban demasiado trastornados. Aun así, Enrico leyó en mi mirada mis pensamientos y me entregó esa sonrisa suya que tanto adoraba. -Enrico -protestó Thiago, pero su jefe le ignoró y me besó en la frente. -Y yo a ti. No te imaginas cuánto -susurró al volver a mirarme-. Vamos -me instó. Abandoné la habitación con Enrico cubriendo mis espaldas y Thiago abriéndome el camino. Me asustaba que un lugar que a simple vista resultaba tan pacífico nos coaccionara de aquella manera. Ese insidioso silencio que se respiraba podía sorprendernos en cualquier momento, pero al parecer yo era la única allí que lo pensaba y se cagaba de miedo. Thiago y Enrico se movían como si ellos mismos fueran la amenaza. Me recordaron a las historias paganas que leía cuando todavía no podía hacerlo. En ellas se contaban que los vikingos eran los reyes de las emboscadas y que nadie se daba cuenta de su presencia hasta que se sentía su violencia. Eso me hizo pensar que quizás, por primera vez, estaba en el otro bando; en el de los que conspiraban. Ciertamente, la parsimonia e insolencia de los movimientos de mis acólitos evocaba esa crueldad a la perfección. Las líneas de sus hombros en sintonía, sus dedos completamente tensionados en torno al gatillo de un arma. Sus pasos impactando en el suelo con decisión y destreza. -Recibido -murmuró el segundo de Enrico tras acercarse la muñeca a la boca. -Te cubro, Thiago -comentó mi hermano y su compañero enseguida cargó el arma.
No me hacía falta confirmación para saber que alguien les estaba informando a través de un dispositivo de comunicación que seguramente llevaban en la oreja. Por tanto, la información que les habían dado había llegado a los dos al mismo tiempo. Enrico me cogió del brazo y me guió tras de él al llegar a la esquina que nos cambiaba de pasillo. Me obligó a apoyarme en la pared y me indicó con un gesto que permaneciera callada. Me entraron ganas de decirle que se lo había prometido y que yo siempre cumplía con mis promesas, pero habría sido contradictorio. Se miraron. Thiago y Enrico se comunicaron en silencio y después asintieron con las cabezas. Segundos más tarde, Thiago estiró sus brazos, disparó a un objetivo que no pude ver desde allí y Enrico echó a correr. Le vi coger al fallecido antes de que se desplomara y lentamente lo tumbó en el suelo. Querían evitar un escándalo y esa tensión por poco me hace sonreír y llorar al mismo tiempo. Después de todo, en el fondo, era una sádica como todos los que estábamos allí. -Despejado -avisó Thiago a sus compañeros mientras me cogía de la mano. Me empujó con suavidad hacia delante-. Seguimos por el cuarto ascensor. Tuve que sortear las piernas del muerto al tiempo en que Enrico se levantaba y nos seguía. -¿Situación de la entrada? -Preguntó mi hermano en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Entramos enseguida y agradecí que estuvieran pendientes de las voces de sus pinganillos porque así no escucharían mi desquiciante respiración. Se me amontonaba en la boca y me oprimía el pecho. -Recibido. Pasamos al plan B. -Enrico me miró y a la vez entrelazó sus dedos a los míos sabiendo que el gesto me calmaría-. Paramos en la uno y salimos por la puerta de servicio. Confirmad. Varios hombres de la comitiva de Enrico nos rodearon en cuanto salimos del elevador. Mi hermano se rezagó un poco, prestándoles atención a sus agentes mientras Thiago me cogía de los hombros y me colocaba la capucha de la chaqueta. Se suponía que no debería haber prestado atención, pero lo cierto fue que todos mis sentidos estaban puestos en la conversación y la presencia de absoluto control de Enrico. Joder, él no era consciente de hasta qué punto llegaba su autoridad. O tal vez si, por eso hacía tan condenadamente bien su trabajo. Me hubiera gustado ver a Cristianno a su lado. -Ciampino está lista, jefe -le dijo uno de sus agentes-. Sugerimos la segunda ruta. -Tiempo de llegada estimado veinte minutos -comentó otro, sin molestarse en mirar a su superior. No apartó los ojos de la pantalla de su dispositivo móvil. -¿No hay alternativa? -resopló Enrico. -No, jefe -confirmó el primero-. Angelo y su séquito viene de camino. -Buen trabajo. Replegaos. -Miró a Thiago-. Nos vamos. -Y enseguida me vi arrastrada hacia el exterior. -Hecho -dijeron varios a la vez. El segundo de Enrico abrió la puerta trasera del aquel Audi SUV Q7 y me obligó agachar la cabeza antes de empujarme dentro. Fue algo brusco, pero los latidos de mi corazón estaban más pendientes de la tensión del momento que de otra cosa. Enseguida se subieron al coche: Thiago frente al volante y Enrico a su lado. Me quedé mirando el hotel mientras nos alejábamos pensando en lo que me habría sucedido de no haber sido por todo aquello. Y fue ese pensamiento lo que hizo que sintiera placer al respirar por primera vez esa noche. Cerré los ojos y me dejé llevar por un repentino y pacífico sueño.
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Mafia
RomanceSecuencia de la saga Bajo el cielo púrpura de Roma. Espero disfruten de la lectura.