Tres...

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Duré, aproximadamente, dos horas en la casa, más bien, apartamento de Agnan. Hablamos de cosas triviales mientras él copiaba y yo le explicaba más o menos de lo que se trataba. En esas dos horas, no lo ví sonreír.
Voy de camino a casa, tarareando una canción. Está anocheciendo y ya hay poca luz.
Recuerdo como Agnan me miró un momento y sentí algo diferente, pero no era miedo o algo parecido. Era algo bueno, una sensación buena.
— ¿Por qué tan solita, hermosa chica? ¿Sabe que es peligroso? — Un señor calvo y que tiene una mirada lujuriosa aparece por un callejón. Al instante me entra un miedo horrible. Me alejo trastabillando.
— Em... Con permiso, señor. — Paso corriendo a su lado, pero una mano grasosa me detiene con fuerza, haciéndome caer de bruces.
— Cariño, pero ¿por qué corres? Sólo te hice una pregunta. Y debes contestarme.
Me aprieta más y doy un quejido. Me lastima.
— S-suélteme... — Digo asustada y forcejeando. Pero parece imposible, se ve fuerte. 
— Vamos, nena, solo ven conmigo un momento.
— N-no... ¡Déjeme! — Doy un jalón y me logro zafar de él, pero con mis tacones vuelvo a tropezar y él a tomarme. Me estampa contra una pared y me tapa mis únicas oportunidades de escapar.
— Mira, niñita, te aconsejo que seas dócil, o si no... — Me sonríe con crueldad y baja su mano hasta mi cadera y yo doy un respingo al sentir su asqueroso tacto. — Sufrirás.
— Señor, creo que le ha dicho que la suelte. Le sugiero que lo haga.  — La voz grave de Agnan me tranquiliza completamente.
El señor me suelta y yo al instante corro hacia Agnan y me escondo detrás de él. Me siento débil y mal. Pude haber hecho algo y ahora me refugio detrás de Agnan.
— ¿Y tú quién eres, maldito? — Pregunta el señor con mala cara y me da más miedo, ¿qué tal si le hace algo a Agnan por mí?
— Soy alguien quien le dijo que estaba haciendo algo malo. — Contesta Agnan con su mirada inexpresiva.
— Mira, estúpido, ahora yo te sugiero que te vayas y me dejes a la linda muchacha. — Me mira y me vuelve a sonreír con lasciva, lo que me da un escalofrío. Me pego más a Agnan.
— Señor, váyase.
— Tú no me mandas. Vete. Ahora.
— Muy bien... — Me toma del codo y me llega el miedo de nuevo, ¿me va a dejar? ¿Me va a entregar al pervertido? — Nos iremos.
Me jala con él y vamos de camino a su casa, pero algo nos detiene: una navaja enterrada en el hombro de Agnan.

Algo me acecha...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora