Flashback
Laura era un enigma. ¿Por qué se fue cuando vio a Lea? ¿A dónde? Y lo más importante para Marina en esos momentos: ¿Cuándo volvería?
Parecía que la chica de las esmeraldas sabía todo lo que iba a pasar. Lo presentía o lo veía en visiones. Quizás en sueños. Y lo que no veía, se lo imaginaba. Todas las posibles respuestas, situaciones y preguntas las premeditaba antes de hablar o de hacer cualquier cosa. Conocía las consecuencias que acarrearían cada una de sus acciones y conversaciones que podría mantener con Marina, y en qué porcentaje.
Así que cuando apareció esa noche sabía muy bien qué y cómo decir. Sabía muy bien qué consecuencias tendrían esas frases premeditadas. Sabía muy bien qué era lo que pasaría aquella tarde.
Así que aún que no se fue por gusto, más bien por fuerza, sabía que todo el daño ya estaba hecho y qué pasaría a partir de aquel momento.***
Sin entender muy bien el por qué, Marina se echó a llorar. Y Lea, instintivamente, la abrazó todo lo fuerte que pudo, impidiéndole un poco respirar.
Meri, que así la llamaba su hermana, no era muy llorona. Más bien orgullosa, con una especie de muralla invisible que no dejaba ver más allá de su expresión facial y corporal. De normal no había ni rastro de sus sentimientos. Ni siquiera cuando hablaba de cómo se sentía, se abría del todo. Se la podría calificar como fría.Por algún motivo, el tema de Laura encontraba una pequeña grieta en su muralla de contención de sentimientos, y en aquella ocasión causó las lágrimas que ahora resbalaban por las mejillas de Marina.
- Tranquila, no pasa nada. - susurró Lea, frotando ligeramente la espalda de su hermana con una mano y acariciándole el pelo con la otra.
Después de varios sollozos Marina se calmó y le explicó a Lea que robó unas galletas y que Laura le había dicho que hiciera unas nuevas.
Lea dijo que entendió todo lo que su hermana explicó, pero no era verdad. Ella tenía dos años menos que su hermana, así que ahora tenia diez. Por este motivo no terminaba de entender cómo podía Marina ver a Laura y ella no. Lo cierto era que le quedaban muchas más preguntas sin responder, las cuales no se atrevió a mencionar ya que su hermana estaba en un no muy buen estado de ánimo.- Vale, creo que lo entiendo... Pero ¿sigues queriendo hacer galletas? Luego podríamos decidir si comérnoslas o dárselas a la mujer de la tienda. En cuanto a eso... No te preocupes, yo sé que no se te ocurrió a ti la idea. Te conozco desde que nací, y sé que tú no eres así.
- Gracias, de veras. - Se secó las últimas lágrimas que derramaría aquel día con la manga y se sonó la nariz con un pañuelo. Después se quedó pensativa unos segundos - Creo que sí que quiero hacer las galletas, y quiero dárselas a la de la tienda.
- Muy bien, pues vamos allá. Seguro que no es tan difícil, ya he hecho con mamá alguna vez. - Lea levantó la barbilla con aire auto suficiente y se dirigió a la cocina. Marina la siguió hasta la encimera, en la cual pusieron un bol, una barilla para remover y una bandeja para hornearlas.
Para ser sincera Lea no tenía ni idea de cómo hacer galletas, pero aquella tarde haría de hermana mayor intentando pretender que sabía cómo prepararlas.
Cogieron tres huevos, un poco de leche, harina, azúcar y unas bolitas de chocolate que se habían desparramado por el suelo del armario de los botes. Lo removieron todo bien, y cuando iban ya a meterlas en el horno, decidieron que querían hacerlas mas vistosas.
Abril, a veces, les ponía colorante alimenticio rojo para que quedasen rosadas, y ya que éstas galletas iban a ser un obsequio a modo de disculpa, decidieron hacerlas así.
Estuvieron diez minutos buscando el colorante alimenticio rojo por toda la cocina y no lo encontraban. Pero finalmente Marina encontró un pequeño botecito con un pitorro similar a los del colorante alimenticio, relleno de un líquido (no muy líquido) rojo.
Cuando lo encontró, ambas exclamaron al unísono: "¡Viva!", se miraron a los ojos y extallaron a carcajadas, pues llevaban varias semanas intentando tener telepatía de hermanas. Y parecía que iba funcionando. Estaban orgullosas.Así que echaron varias gotas de aquel líquido-sólido a la mezcla hasta que quedó rosada, tal y cómo las solía hacer Abril.
Satisfechas, abrieron el horno y metieron las galletas. No sabían cuánto tiempo tenían que estar ni a cuántos grados, pero como su madre llegaría pronto, decidieron poner el horno a máxima temperatura durante veinte minutos.
(...)
Tal vez se habían pasado un poco con el tiempo.
Estaban negras y resecas, pero todavía se podía apreciar el rosa de la masa. No mucho, pero si se rascaba la capa superior negra, se veía el rosado.
Al abrir el horno a Lea se le empañaron las gafas, y sacó la bandeja del horno como pudo. Tuvo suerte de no quemar a su hermana. (Niños, no hagáis esto en casa) Dejaron la plancha en la encimera y ambas cambiaron su expresión facial de: " ¡Qué emoción!" a "¿Es normal que sean TAN negras?". Se miraron la una a la otra y exclamaron "Esto es asqueroso". Ahora sí que era oficial que habían conseguido la telepatía de hermanas. ¡Dos veces en un sólo día!
Sin estar muy seguras de si dárselas a la señora de la tienda o tirarlas, las metieron en una bolsita de plástico transparente y pusieron un lacito azúl para cerrarla. No se atrevían a dárselas, pero no tenían tiempo de hacer otra hornada y tenían que darse prisa si querían entregarlas ese día.
Así que corriendo como el viento se pusieron lo primero que encontró cada una en su respectivo armario y salieron se casa en dirección a la cafetería de la mujer que iba a ser premiada con aquella espléndida tanda de galletas.
Llegaron en menos de un minuto y llamaron a la puerta. Eran las ocho y media de la noche, estaba a punto de cerrar. Pero las luces seguían encendidas, así que la señora debía estar dentro, en el almacén.
Nadie contestó a la puerta.
Marina llamó con tanto énfasis que Lea creyó que iba a romper el cristal de la puerta. Y de eso no se podría disculpar haciendo unas galletas quemadas.
Después de varios segundos de espera una señora bajita, regordeta, con unos mofletes muy colorados y hoyuelos llamada Anabel corrió a abrirles la puerta a aquellas dos adorables hermanas. Bueno, más bien a Lea, porque Meri se había escondido detrás de ella para darle una sorpresa.- Hola y bienvenida a La Cafetería De Anabel, pasa y siéntate... - juntó las cejas en cuánto se dio cuenta de quién era - Un momento... - entrecerró los ojos - ¿Acaso no eres tú la hermana de la "robagalletas"?
El descubrimiento de ese nuevo mote para Marina fue espontáneo y le gustó. Sí. A partir de ahora la llamaría así.
- Hola, Anabel. ¿Puedo pasar? - Lea puso un pie dentro de la tienda y miro hacía los dos lados como si fuese a cruzar un paso de zebra.
- Si es para robarme galletas porque ya se ha convertido en una tradición en tu familia de bastardos, no. - Se cruzó de brazos para parecer más imponente.
Aún que la chica no conocía el significado de la palabra bastardo, sabía que no era nada bueno, así que funció el ceño dando a entender que aquello no le había gustado.
- Pues no, Anabel. - Lea levantó las cejas y cerró los ojos mientras lo decía - Es más, hemo... Es decir, he, venido por todo lo contrario.
- ¿En serio? ¿Por qué será que no me creo una palabra de lo que dices?
En ese momento Marina dio un salto desde detrás se su hermana hasta posicionarse a su lado, acompañado de un sonoro "TACHÁAN".
Anabel no pudo evitar el salto que dio por el susto e intento reprimir la sonrisa que escapaba de sus labios poniendo una mano tapando su boca.- Anabel, quiero pedirte disculpas y te he traído... Bueno, te hemos traído - rodeó a su hermana con un brazo - un regalo. Quería decirte que hice lo que hice por motivos que ni yo entendía, y que me siento muy mal por ello. Así que... - hizo una pausa, sonrió, y sacó las galletas que escondía detrás de su espalda.
- ¡Oh!
Anabel no sabía si reír o llorar. No le gustaban mucho los niños, pero ese gesto tan bonito de Marina hizo que su corazón se derritiera. Se llevó las manos a la boca, e intento contener las lágrimas en vano.
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La Otra Cara De La Moneda [PAUSADO]
Non-FictionNo todos los amigos imaginarios son tan buenos como suelen decir. No todos te ayudan y te aconsejan. Y eso Marina Del Monte lo sabe mejor que nadie, puesto que lidia con Laura desde que tenía siete años. Laura tiene una mirada penetrante, sus ojos v...