Los nervios hicieron estragos en mi estómago y, lastimosamente, también en mi ridícula tendencia a sufrir un ataque de ansiedad. No sabía muy bien como decirles a mis padres que no volvería a entrar en aquella casa innecesariamente grande atestada de gente a la que no soporto; con sus sonrisas falsas y palabras de felicidad podridas. Ni siquiera creo que mi salud mental aguantara un solo comentario más sobre lo bien que me quedaba aquel vestido ridículamente caro o como el maquillaje resaltaba mi belleza natural. No mientras ella no estuviera aquí. En un jardín arropado por las luces de una fiesta superficial y flores durmientes. Estaba claro de que yo no encajaba en esta vida de excesos, ni quería hacerlo. Detestaba cada uno de los caprichos infantiles que me regalaban mis padres para resarcir todos los errores que habían cometido conmigo. Yo solo la quería a ella, y era lo único que ellos no me permitirían nunca. Y no fue hasta que comprendí eso, que me rompí.
Pude ver a mi padre riendo con una copa de champan en una mano y la cintura de mi madre en otra, que por supuesto, también sonreía divertida. Hablaban con uno de los muchos muchachos que habían invitado esta noche para que "enderezara mi camino". Y no sé que fue lo que me hizo quedar más asqueada, que ellos estuvieran divirtiéndose mientras yo sentía que me ahogaba o saber que nunca llegaría a ser aceptaba por mis propios padres. Dejé caer mi peso cuando decidí que la opresión en mi pecho ardía algo más de lo que podía soportar sin ponerme a llorar. Respiré hondo un par de veces y no pude evitar comparar la luna como mi antónimo aquella noche; impecable y resplandeciente. Ella brillaba con su propia luz y yo solo alcanzaba a sentirme miserable.
— ¿Audrey?
Juro que pensé que estaba soñando cuando la vi delante de mí, con un vestido rojo vibrante y una sonrisa rota bañada del mismo color, porque esa era la única explicación viable de tenerla solo a unos cuantos pasos de distancia. Sus ojos azules parecían igual de cansados que siempre, pero había algo más en ellos, un misterio que no pude resolver, como muchos de sus otros misterios. Llevaba su precioso pelo naranja en un recogido ordenado y se veía tan hermosa que apenas pude separar mis ojos de ella. Caminó hacia mí, y no supe si era por su balanceo delicado o por la falta de oxigeno que llegaba a mi cerebro, pero la vi acercarse a cámara lenta. Acarició mi cara y hasta ese momento no sentí que esto era real y no un engaño de mi subconsciente.
— ¿Margo? ¿Qué haces aquí? — pregunté, aunque no estaba segura de que mi voz llegara a oírse del todo. Le brillaron los ojos, y no pude ver que era por pura tristeza.
— Te prometí un baile aquella noche. — susurró débil. Una sonrisa de medio lado se abrió camino hacia mis labios, y una risa, que más bien sonó a sollozo, la acompañó.
— Hemos bailado muchas veces. — recordé algo confusa.
— Pero esta es especial. — sentenció, y sin decir más, cogió mi mano y tiró de mí sin mucho esfuerzo.
Coloqué mi agarre en su cintura y acerqué nuestros cuerpos. Intenté sostener nuestras miradas, juro que lo intenté, pero me vi derrotada, obligada a colocar mi cabeza sobre su pecho. Margo no dijo nada, únicamente empezó nuestra danza. Nos movíamos al ritmo de una canción que no sonaba en aquella fiesta, pero que habíamos escuchado muchas veces. Conté los latidos de su corazón mientras sentía las lágrimas venir a mí. Porque ella estaba aquí y porque la quería. Dios, cuanto la quería.
No sé por cuánto tiempo estuvimos abrazadas, burlándonos en la oscuridad de aquellos que se creían felices, podría haber sido solo un par de minutos, o solo un par de horas. Pero fue el suficiente para sentirme segura de nuevo. Besé su mandíbula y aspiré su olor, queriendo retener cada detalle; atrapar el momento. Pronto descubriría que el tiempo no se detiene por nadie, y que la gente que sueña, lo paga caro.
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Orange hair, red dress, blue soul.
Roman d'amourUna sueño que tuve una vez que no he podido olvidar.