Un nacimiento

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  Escribe Lú Jimenez (@Lupachirisu)  


La mano de Claudia se aferraba a la mía. Sus lágrimas caían a mares por sus mejillas, aunque no sabría si definirlas por su alegría o por el miedo que yo mostraba. Inmediatamente me paré y la abracé. Todo indicaba que ya no era aquella persona con la que disfrutaba y hablaba en las funciones de cine mientras que el resto de los espectadores dirigían miradas amenazantes e insultos. Ya no era aquella amiga con quien yo contaba para hacer travesuras en la adolescencia. Ya no sería esa hermana la cual habitaba en el cuarto de a lado y yo visitaba cada vez que una pesadilla o un secreto se me presentaban. Ahora era una mujer fuerte, una admirable trabajadora, una esposa ejemplar y, en un futuro, una madre amorosa.

***

—El vestido es increíble, lo adoro. Cada vez que puedo lo usaré hasta que me haga deforme, fea, con una gran verruga en la cara y use una escoba para volar.

El día de su matrimonio, Claudia era la novia más hermosa que pudo haber existido. Su boda se realizó en el parque con más verde en la ciudad. El sol brillaba y Oscar la esperaba con un rostro que mostraba todo el amor que sentía por ella. Ya no habría necesidad para el discurso que tenía preparado si no lo veía lo suficientemente enamorado de mi hermana. Nada de eso paso. Después de dar el sí, Claudia se acercó a mí después del primer baile que tuvo con Oscar, ya como esposos, y bailó conmigo.

—Me siento orgullosa por mi elección. Estoy contenta que estés conmigo en este día tan especial.

***

La noticia de su embarazo nos alegró a todos cuando la dio en general, pero yo ya lo sabía. Dos tardes antes ella había hablado conmigo en un café.

—Debo decirte algo muy importante. Quizás cambie nuestras vidas o solo la mía. Nos vemos en la esquina de Sidmund y Claire.

Sentadas en muebles de ratán y bebiendo dos chocolates calientes, disfrutábamos de la puesta de sol como hace siete años. Conversamos de lo excelente que había sido el día en el trabajo, le comenté de mi jefa y su obsesión por la perfección en los detalles. Ella, mi hermana, me informaba del nuevo artículo que había publicado en el diario más influyente de la ciudad. Después de conversar una hora de nuestras alegrías y penurias, el chocolate se había tornado frio y le empecé a dar unos sorbos.

—Estoy embarazada — dijo después de un momento.


Ocho meses y medio después, mientras horneaba un pollo para la comida familiar de los domingos, el caos apareció. Claudia se encontraba caminando y todos los demás disfrutábamos del karaoke en el jardín con una voz oxidada pero enérgica. De repente, ella cayó al suelo arrojando el plato con pan de ajo a una distancia lejana. Todos corrimos hacia ella. Era muy pronto. Aún no podía ocurrir el hecho que todos esperábamos. Estábamos alegres y preocupados porque aún no podía pasar. Aún no era el momento, no debía ser.


Nada es claro. ¿Cuándo cogí las llaves y conduje? ¿Cuándo estuve seria y actué con tranquilidad?, ¿Cuándo fue que me mantuve mientras todos perdieron la cabeza? El olor a hospital me hizo entrar en razón. Caí en cuenta que llevaba a mi hermana en silla de ruedas hasta la sala. Entender que Oscar estaba en camino y que ella no esperaría más, me hizo reaccionar de forma valiente.


Habiendo llegado al quirófano, la acostaron inmediatamente en una cama. Todo se movía muy rápido. Tomé sus dos manos acentué mi frente con su frente y aunque lloraba solo le dije:


— Todo saldrá bien. Será prematura, pero estará bien porque su madre es una luchadora.


— Sé la madrina —me dijo sin mirarme, cinco meses antes. —Quiero que estés ahí, conmigo. Quiero que la veas salir y no me mires con esa cara, te enamorarás de ella. Te prometo que cuando sea tu turno, yo estaré ahí para ayudarte.


El momento había llegado y después de mostrar toda mi valentía, una fuerza que nunca encontré en mis mayores momentos de cobardía, salió. Me ayudó a mantenerme consiente, tomar la mano de mi hermana y apoyarla con las palabras que más oyes en las películas: —Puja, lo haces muy bien. Tú puedes, falta poco.


La vi. Nunca conocí a nadie que me enamorara con solo gritar. Fue prematura, sí, pero nunca la vi tan fuerte como en aquel momento. Ella solo tenía un minuto en el mundo y me parecía sagaz, inteligente, hermosa, delicada y simpática. Ella era todo lo bueno de este mundo. Yo fui lo primero, después del doctor, que ella vio en el mundo. Sus gigantes ojos me abrazaron. Después que se la llevaron, abrace a mi hermana y ella llorando me susurró: —Lo hicimos.


Al salir del quirófano me dirigí a la sala de recién nacidos. Ella estaba ahí, con un traje rosa y su nombre: Grace Montoya.


Mi mano tocaba el cristal y uno de mis dedos golpeaba la ventana en esperanza que a pesar de aquella pequeña distancia me reconociera. No me fui de ahí hasta que no la vi dormida en esa pequeña cama. A pesar de no haber cumplido sus nueve meses completos, era tan sana que si ella hubiese querido se devoraba el mundo. Cuando ya sus ojitos se cerraron por completo me alejé del lugar y empecé a buscar la cafetería para comprar un café.


Aún tenía ropa de quirófano y mi familia estaba dormida en la sala de espera. Tenía sangre por todas partes y no me importó. A punto de llegar al bar, mis lágrimas empezaron a salir y me senté a un lado del pasillo del hospital. Ella había nacido fuerte, mi hermana se encontraba perfectamente bien, pero lo que salía de mí era la presión que no había expresado las últimas cuatro horas. Un doctor me observó y me preguntó si todo estaba bien. "Nada podría estar mejor".



Glorias, abrazos, alegrías, lagrimas; quien diría que un pequeño ser que se formaba en el vientre de mi hermana, algo que aún no tenía un sexo definido, que apenas tenía el tamaño de un frejol traería tantas emociones, reuniría a mi familia y nos haría alegres.


Tinta y papel #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora