Con las botas embarradas más por dentro que por fuera, y mi espalda cansada de erguirse, caminé hasta la estación haciendo uso de mis últimas fuerzas. Empujé la puerta y dejé el paraguas acostado en la pared. Lo primero que vi fue una silla, y ahí fui a dar sin pensarlo dos veces. Mientras me retorcía y doblegaba hacia atrás buscando escuchar un chasquido característico de mi espalda, cerré los ojos y solté un merecido aullido ahogado, apoyando mis manos en los discos lumbares. Cuando escuché que traqueó me relajé y dejé caer completamente en la silla. Luego me dediqué a detallar el lugar. Las paredes, claramente roídas por el agua, demostraban que hace tiempo nadie dedicaba su tiempo a reparar las goteras internas del techo. Un antiguo sofá Chesterfield imponía su dominio sobre el lugar, como si de la atracción principal se tratase. Un par de mesas cercadas por sillas de madera se presentaban ante los clientes en el centro de la habitación. También había cuadros en el suelo, apoyados en la pared. En uno figuraba una pareja de casados en su boda, con pétalos rosa surcando el aire. En otro, la misma pareja en un antiguo coche Nash Metropolitan modelo 1955.
Me tomó un instante darme cuenta de que no estaba solo en la estancia. Al otro lado de la sala, una versión desgreñada y un poco canosa de la mujer que se distinguía en los cuadros me miraba sin que lo hubiese notado. Cuando la vi me levanté y acerqué hacia ella. Apoyé mis antebrazos cruzados sobre el aparador. "Buenas noches", saludé. "Bienvenido, siéntase como en casa", devolvió sonriente la mujer. Le agradecí y pregunté por combustible. "Por supuesto", me dijo antes de voltearse y salir por una puerta a sus espaldas. Miré la despensa sobre la que me apoyaba de pie con las piernas cruzadas, deslizando la cabeza hacia abajo. Moví mi pie ansiosamente golpeando el empeine del otro. La mujer volvió con un semblante que me dijo más que sus palabras. "La gasolina está en el sótano, y el barro bloqueó la puerta". Miré el suelo desilusionado, pero algo me dijo que debía descansar un poco de aquella caminata, así que le dediqué una sonrisa triste de "Qué se le hace" a la hospitalaria señora, que luego me ofreció quedarme mientras el aguacero pasaba. Así que me senté en una alta silla de madera en frente de la vitrina a observar.
"Puede que no tengamos el mejor servicio de bar", dijo la mujer en un momento, "pero puedo ofrecerle un Martini, una Margarita, Spring...".
"¿Bourbon?"
La mujer asintió sonriendo y se volteó a buscar las botellas en la estantería. Cuando lo hizo pude notar una cicatriz grande detrás de su brazo desnudo. No le pregunté al respecto, no me pareció prudente. Inclinó la botella, y vi verter en un pequeño vaso con hielo una cascada minúscula de aquella miel rojiza diluida. Giré un poco el profundo ámbar del vaso y escuché la melodía del hielo. Olía a la buena tierra, con un toque de carbón danzando por los bordes. El primer sorbo fue una lenta abrasión. Me relajé por un momento, dejando que el fuego se propagase en mí.
"¿Qué tal está?", la mujer sonrió ladeando la cabeza.
"Exquisito", me sinceré, entrecerrando los ojos en una sonrisa cordial.
"Es un Bourbon de ocho años de las praderas de Kentucky", añadió.
"Tiene un gusto peculiar, pero agradable", agregué y tomé un sorbo más.
Las gotas como ramas se entrelazaban y unían unas con otras. Golpeaban en su caída del cielo y seguían un camino homogéneo, casi perfectamente uniforme y fiel a la distancia entre sí mismas. Era hipnótico. Casi parecía que dentro de cada gota había un pequeño soldado marchando al compás de un sargento ilusorio. Casi podía escuchar la voz de trueno del uniformado.
"Uno, dos, uno, dos, uno..."
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Cuatro albas de lluvia
Fiksi SejarahEl comandante Samuel Freich, ex militar de la armada estadounidense, vive los cuatro más largos días de su vida cuando lo que amenaza con ser el fenómeno más insistente de lluvia del siglo lo obliga a tomar un viaje por los recuerdos de su participa...