Además de la incomodidad y el poco espacio del que disponía en aquellos momentos, el olor a pescado que inhalaba y calaba mis entrañas me imposibilitaba rendirme del cansancio aunque lo necesitara. Mi fusil, ya sin balas, no hacía más que estorbar amarrado a mi torso, la cuchilla delantera apretada a mi brazo engorrosamente. Apenas respiraba. No podía hacer un solo ruido, o sería el último.
Er ist nicht hier.
Escuché atentamente alejarse los pasos y, cuando aseguré que era seguro, me levanté pesadamente desde entre los peces muertos. La patrulla que minutos antes me perseguía ahora se alejaba por la colina. Tiré el fusil y salté fuera del depósito de pescados. Qué pestilencia. No había encontrado un mejor lugar donde esconderme mientras huía de los alemanes. Habían matado a mi escuadrón entero. Sólo había una persona que con certeza estaba viva.
John Allen siempre fue un bandido. Un vivaracho que se ganaba la vida robando manzanas y vendiéndolas en el mercado de Jackson, Misisipi. El pueblo de donde ambos proveníamos.
-Ten, Freich- Me arrojó un costal antes de lanzarse hacia la rama del siguiente manzano.
-Eres un imbécil. No puedes robarle manzanas al viejo Dawson, te violará.
-No me violará, idiota. Nadie nunca ha siquiera sospechado de que sea yo el que robe sus manzanas.
En realidad todo el pueblo sabía que era él siempre. Únicamente no podían juzgarlo porque no lograban tener pruebas contundentes nunca.
-¡John, Dawson está allí! ¡Baja del maldito árbol!- Le grité en susurros mientras me escondía bajo una cerca, imposibilitando que el anciano me percibiera. John no me escuchó, y con certeza aun si lo hubiese hecho no me habría hecho caso.
El anciano Dawson salía de su casa a fruncir el ceño, como todos los días, a todo cual existía alrededor de su casa, cuando vio a John encaramado en una rama baja robando sus manzanas. Sin pensárselo entró de vuelta por la puerta. Yo sabía qué había ido a buscar.
-¡John! ¡Baja de allí!- Grité sin cuidado.
-Calla la boca- Dijo abriendo su costal, recostado sobre el tronco del árbol con las piernas cruzadas mientras colocaba las manzanas dentro con calma.
El viejo Dawson salió de la casa de nuevo, con una escopeta entre sus firmes brazos. La apuntó sin pensarlo hacia el árbol. John tuvo apenas oportunidad de levantar la mirada de sus brillantes manzanas hacia el hombre, que hizo explotar la pólvora dentro de los casquillos sin escrúpulos. Las hojas del árbol entero se removieron en respuesta a la explosión que dio de lleno en la rama en que John permanecía, mandándolo por los aires hacia atrás y haciéndole impactar contra las decenas de ramas que lo esperaban debajo suyo.
John cayó al suelo boca abajo con un golpe sordo y estrepitoso, levantando tanto polvo que dejó de vérsele por un instante. Yo estaba más que estupefacto. Luego de unos segundos de no saber qué hacer reaccioné y corrí hacia John, que se encontraba inmóvil entre la arena. Me deslicé a su lado y lo volteé en el suelo, buscando sangre en su ropa. La encontré brotando de su pierna derecha, que se encontraba ahora destrozada. No podía reconocer la forma que ahora tenía. Sin saber qué hacer, y con el corazón en la garganta, grité con todas mis fuerzas al viejo Dawson. Le grité, y me levanté a hacerle señas. El hombre levantó la escopeta hacia mí, pero al cabo de unos segundos se dio cuenta de quién era y corrió hacia nosotros, la desesperación impresa en su rostro.
John y yo caminábamos cuesta abajo una calle de mercado del pueblo, dos años después. Todo estaba exactamente igual, por excepción de su pierna. Donde antes solía estar ahora ocupaba su espacio una imitación de sí misma tallada en madera anclada a su rótula.
El estrépito de un carro que subía la colina desvió nuestra atención. Frenó a nuestro lado y un hombre fornido con barba alargó el brazo desde el carro. Apretaba dos papeles blancos entre sus dedos. Tan pronto John los tomó, el carro siguió su camino.
-¿Qué es eso?
John no respondió. Leyó todo el papel y me pasó el mío, poniéndose en marcha de nuevo. Yo me quedé en el lugar, admirando los detalles de la hoja. Estaba impresa, algo que no se veía con regularidad en aquel pueblo. Cuando acabé de leer levanté la mirada al cielo. Una palabra me retumbaba en las meninges.
"Ejército"...
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Cuatro albas de lluvia
Fiction HistoriqueEl comandante Samuel Freich, ex militar de la armada estadounidense, vive los cuatro más largos días de su vida cuando lo que amenaza con ser el fenómeno más insistente de lluvia del siglo lo obliga a tomar un viaje por los recuerdos de su participa...