50 Sombras Mas Oscuras

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—Tengo que enseñarte una cosa aquí dentro —murmura, y abre la puerta.
La cruda luz de los fluorescentes ilumina la impresionante lancha motora, que se mece suavemente en las aguas oscuras del muelle. A su lado se ve un pequeño bote de remos.
—Ven.
Christian toma mi mano y me conduce por los escalones de madera. Al llegar arriba, abre la puerta y se aparta para dejarme   entrar.
Me quedo con la boca abierta. La buhardilla está irreconocible. La habitación está llena de flores… hay flores por todas partes. Alguien ha creado un maravilloso emparrado de preciosas flores silvestres,  entremezcladas  con centelleantes luces navideñas y farolillos que inundan la habitación de un fulgor pálido y tenue.
Vuelvo la cara para mirarle, y él me está observando con una expresión inescrutable. Se encoge de hombros.
—Querías flores y corazones —murmura. Apenas puedo creer lo que estoy  viendo.
—Mi corazón ya lo tienes. —Y hace un gesto abarcando la habitación.
—Y aquí están las flores —susurro, terminando la frase por él—. Christian, es precioso.
No se me ocurre qué más decir. Tengo un nudo en la garganta y las lágrimas inundan mis ojos.
Tirando suavemente de mi mano me hace entrar y, antes de que pueda darme cuenta, le tengo frente a mí con una rodilla hincada en el suelo. ¡Dios santo… esto sí que no me lo esperaba! Me quedo sin respiración.
Él saca un anillo del bolsillo interior de la chaqueta y levanta sus ojos grises hacia mí, brillantes, sinceros y cargados de emoción.
—Anastasia Steele. Te quiero. Quiero amarte, honrarte y protegerte durante el resto de mi vida. Sé mía. Para siempre. Comparte tu vida conmigo. Cásate conmigo.
Le miro parpadeando, y las lágrimas empiezan a resbalar por mis mejillas. Mi Cincuenta, mi hombre. Le quiero tanto. Me invade una inmensa oleada de emoción, y lo único que soy capaz de decir  es:
—Sí.
Él sonríe, aliviado, y desliza lentamente el anillo en mi dedo. Es un precioso diamante ovalado sobre un aro de platino. Uau, es grande… Grande, pero simple, deslumbrante  en su simplicidad.
—Oh, Christian —sollozo, abrumada de pronto por tanta    felicidad.

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