Pedro Gómez. Un nombre tan común que seguro que conoces a alguno. Seguramente sea una de esas tantas personas que no hacen falta. No notarías la diferencia si esa persona desapareciera. No sabes nada sobre él.
Pedro se había levantado otro día más de su cama de noventa, había apagado el despertador. Ese despertador que había sonado una hora tarde por culpa del apagón de la noche anterior.
Estaba harto de tantos días iguales, pero él no podía hacer nada. No tenía sitio para un colchón más grande. No tenía dinero para un despertador a pilas. No tenía nada.
Tras repetir ante su ropa su típico discurso acerca de esa vida tan monótona y aburrida, se dispuso a desayunar. Tras atravesar la cocina de lado para no tropezar con la pared, cogió la única naranja que quedaba en el frutero. Cogió un cuchillo del fregadero y sacó la parte podrida y, por último, exprimió la naranja con la mano, dejando el zumo caer directamente al interior de su boca, para no ensuciar un vaso.
Se disponía a coger un trozo de pan reseso que había en la encimera, hasta que miró su reloj y se acordó del retraso del despertador.
Bajó rápidamente a la calle y andó sus 20 minutos de todos los días hasta llegar a la parada de Metro más cercana. Mientras vió que su tren ya estaba saliendo, se acordó de lo que había soñado la noche anterior: se marchaba el tren, pero conseguía agarrarse al último vagón y llegar al trabajo a tiempo.
Estuvo 5 minutos, aunque para él fueron 5 horas, esperando al siguiente tren, al que pudo subir sin problema.
Tras media hora de trasbordos, por fin llegó a la fábrica. Tras introducir su ficha de empleado y recibir una penalización por el retraso, se disponía a entrar a saludar al jefe, para ver si le podían adelantar el sueldo y permitirle el lujo de comer.
Sin embargo, le llamaron del departamento de I+D, porque querían que viera su nuevo prototipo: una escoba voladora.
A Pedro le hizo mucha gracia la idea, pues siempre siguió la saga de Harry Potter y había soñado toda su vida con jugar al quidditch. Sin embargo, también sabía que iba a ser cara y no se podría permitir ni probarla.
— ¡Eh, espera! — le dijo el encargado del proyecto—. Te hemos llamado a ti por algo. Vas a ser el protagonista del anuncio de la escoba. Con lo que te paguen, seguro que te puedes comprar una o dos.
Pedro estaba muy feliz, ya que eso querría decir que el sueño que había tenido la noche anterior se iba a cumplir: iba a tener su propia escoba voladora con la que ir a trabajar sin tener que agarrarse a la parte posterior del metro.
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Historias de un fabricante de escobas
FantasyPedro Azabache es un trabajador de Escobas Barralisa, cansado de su trabajo, hasta que un trabajador de I+D saca un nuevo modelo que cambia su vida para siempre