Gertrudis caminaba a paso lento por las calles de Albacete. Sin pausa pero sin prisa. Sus viejos pies no le permitían grandes zancadas. Secretamente encontraba un placer oscuro en ocupar la calle con su culo gordo y obstruir las vías de escape a pobres inocentes que solo desean llegar a su destino con rapidez. Aquel día se encontraba menos decaída que de costumbre, pues su Pablito le había llamado para pedirle dinero. No era la mejor razón, pero al menos había podido oír su voz de porreta un poco. La encontraba de lo más adorable y tierna. Ay, su Pablito, su nini, su nieto.
En fin, que nos desviamos, como los transeúntes desesperados que se cruzan con la Gertrudis.
Llegó al bingo en menos de lo esperado. Se internó en la cálida estancia rebosante de olores exóticos: perfumes de la tercera edad, café de máquina y sudor pegajoso. Aspiró cuanto sus cansados pulmones le permitieron y se sentó en su sitio. Su mesa. El único espacio que le proporcionaba algo de felicidad aparte de su nieto.
Pero...
Había algo distinto.
Lo notó al instante. Se le tensaron los músculos fofos del brazo izquierdo (el derecho no, que lo tenía agarrotado con la artritis).
Una preciosa mujer arrugada y con sonrisa de ángel vagabundo se encontraba a su lado. Ojos oscuros y cabello tintado color caca. Jamás la había visto antes en esa mesa. Su corazón lleno de colesterol hacía "doki doki" mientras sus manos se rozaban en busca de las fichas.
Al día siguiente, también estaba allí. Y al otro. Y al siguiente del otro.
Decidió que no podía seguir así. Se moría por entablar una amistad con aquella maravillosa mujer. ¿O algo más...? No sabía identificar aquel burbujeante sentimiento que bullía del corazón que apenas latía ya.
Al quinto día hizo su primer movimiento. Sus cabellos plateados ondearon al viento de los ventiladores de mala muerte cuando fingió una pequeña caída, y unas manos cálidas y algo más firmes que las de la media de abuelas seniles la sujetaron antes de que se partiera la cadera.
"¿Estás bien? Acho casi te me mueres, mujé"
Fueron las primeras que presenció deslizarse de sus arrugados labios.
Gertrudis sonrió.
"Sí, 'toy bien, miarma. ¿Cómo te iama?"
Y así comenzó todo.
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Ludopatía apasionada: la historia de unas arrugas que encajaban en sus labios.
RomansGertrudis se sentía vacía. Sola. Demacrada. Los años se habían deslizado a su lado como una apisonadora silenciosa, aplastando sus sueños y metas. Su vida era polvo de estrellas, tal y como ella sería en menos de una década, pues no conseguiría lleg...