Prólogo

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Quema. Quema. El sol caliente quema sus hombros, siente su piel arder, pero nadie hace nada. Todos los ojos se posan sobre él, su cabeza está caliente. Quema. Sus pies duelen, quiere sentarse un momento, solo un momento pero lo azotarán si lo hace. El sol está más fuerte que nunca, quema sus hombros cansados y su cabello largo lo acalora aún más. Está tan agotado, hambriento y sediento, no recuerda cuándo fue su última comida. Está desnudo frente a los muchos ojos que lo observan, sus costillas están más pronunciadas que la última vez, ya no lo miran con deseo como antes. Lo miran, se ríen, conversan entre ellos, ya nadie quiere pagar por él.

"Tengo sed..."

El graznido de los pájaros carroñeros le hizo sentir calosfríos, seguramente esperaban a que muriera para comerse sus ojos y despellejarlo completo. Comenzó a sentirse mareado, perdió el equilibrio un momento y flaqueó, inclinándose hacia un lado. Un latigazo en la espalda, un grito regañándolo. Se enderezó de inmediato tragándose el grito, no les daría el gusto, no otra vez, esos cerdos disfrutaban golpearlo y recibir gritos.

Tragó saliva y cerró sus ojos, intentando mantenerse de pie sin caer. El sol quemaba. Escuchó risas entre la gente que lo observaba, risas claras y cuchicheos. Algo impactó contra su rostro, casi haciéndole perder el equilibrio. Fruta podrida. Más risas, más fruta podrida impactó contra su cuerpo. Agachó la mirada, mordió su labio. No hizo nada al respecto,

- ¡No hará nada al respeto, no tiene pelotas para hacerlo! – gritó alguien entre la gente. Todos rieron.

Apretó sus puños, la vergüenza le carcomía el alma. Quería irse. Quería dormir. Tenía tanta hambre. El sol quemaba. Calor. Calor. Quema. Quema.

Escuchó el ruido de joyas tintinear y pies acercarse, pisando la arena caliente con suavidad y elegancia, como si flotara. Alzó la mirada levemente, encontrándose con unos profundos ojos café, inmaculada ropa blanca, joyas de lapislázuli adornando esa elegante figura. Se sintió temblar por un momento.

- ¿Cuál es el precio?

Era una voz profunda, penetrante, digna de las joyas que cargaba. Escuchó risitas de la gente que observaba. Agachó la mirada.

- 800 monedas de oro – hablaron desde atrás de él. Más risas, nadie pagaría ese precio por un eunuco desnutrido y quemado por el sol. Cerró sus ojos, apretando los puños. Quería dormir.

- Te daré mil.

Alzó la mirada de inmediato. El rostro del hombre de las joyas era serio, sereno y elegante, el joven de baja estatura y cabello rubio junto a él lo miró con expresión confundida y asombrada. El hombre tras él tardó varios segundos en reaccionar antes de gritar con su voz rasposa de cigarrillos y alcohol.

- VENDIDO.

Jalaron de la cadena unida a las esposas en sus muñecas, haciendo un sonido agudo. Dio unos pasos, sus piernas se rindieron y cayó de rodillas sobre la tierra anaranjada. Lo jalaron del cabello para levantarlo y lo obligaron a caminar, las ampollas en sus pies ardían. Ahí estaba otra vez, ropa inmaculadamente blanca, joyas de plata y lapislázuli cubriendo su cuerpo majestuoso, brazos cruzados con fuerza y mirada dura, fija en él.

- Cuál es tu nombre – dijo con voz más suave de la esperada. Tembló, apretó sus labios y solo bajó la mirada sin dar respuesta. Un azote, un golpe en la nuca, se tragó el quejido.

- ¡Responde, basura, o te...! – gritó el hombre gordo con el rostro rojo, el sujeto majestuoso hizo un gesto con la mano, deteniéndolo. Se acercó un poco más, agachándose un poco para mirarlo a los ojos. Lo miró de forma penetrante, como si mirada a través de su alma, como si pudiese saberlo todo de él.

- ¿Cuál es tu nombre? – volvió a preguntar. Un pequeño silencio.

- Jeonghan.

Sus labios temblaron, sus rodillas ardían, las ampollas en sus pies sangraban, unos harapos sucios cubrían ahora su desnudez vergonzosa. El hombre frente a él sonrió levemente, hoyuelos marcándose en sus mejillas.

- Mucho gusto, Jeonghan.

Firmaron unos papeles y le dio el saco con sonoras monedas de oro. Jeonghan sentía el escozor en sus muñecas, sus hombros aun ardían por las quemaduras del sol, su cabello largo caía sobre sus hombros, acariciando sus brazos, alcanzando ya su cintura. Levantó un poco la vista, encontrándose con la mirada fría del chico rubio al otro lado del hombre que estaba comprándolo. La alejó de inmediato.

Salieron de la carpa, liberándose del hedor a alcohol y excremento de animales. El hombre de semblante majestuoso se detuvo y lo miró, Jeonghan se detuvo por inercia y agachó la cabeza. El hombre lo rodeó, observándolo. Jeonghan esperó. Abrió sus ojos de inmediato cuando un par de manos fuertes tomó las suyas detrás de su cuerpo, un tintineo y un peso cayendo al suelo. Sus manos estaban libres. Miró sus manos, las marcas alrededor de sus muñecas totalmente evidentes, las movió incrédulo. Miró al hombre confundido, este no dijo nada, solo hizo un gesto indicándole el camello que esperaba junto a ellos.

- Debes estar cansado.

Jeonghan lo miró incrédulo, desconfiado. Negó con la cabeza.

- Caminaré.

Avanzaron unos cuantos metros en silencio cuando sus rodillas se doblaron haciéndole caer. Se encogió sobre sí mismo en su lugar, esperando el azote que merecía. Nada llegó. Levantó la mirada, el hombre acomodaba las cosas sobre el camello. En silencio lo ayudó a subir, Jeonghan se tragó su orgullo y obedeció, pues estaba demasiado cansado para caminar y sus pies estaban entumecidos. El aire era tibio, la briza apenas soplaba y finalmente el hambre y el cansancio lo desvanecieron. 

Lapislázuli [JiCheol/JiHan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora