Pomelo

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Jihon golpeó con fuerza la mesa haciéndole dar un salto, frunciendo el ceño y mirándolo a los ojos tan fijamente que sentía que le saldría fuego de la mirada. Estaba furioso otra vez. Jeonghan bajó la cabeza mordiéndose el labio, avergonzado.

- Así no es, otra vez desde el principio – dijo serio, sin mirarlo. Jeonghan obedeció y comenzó a cantar otra vez.

Llevaba un par de semanas practicando su voz con ese chiquillo venenoso que lo tenía con los nervios de punta. Lo regañaba por todo lo que hacía, le gritaba, golpeaba la mesa y le hacía repetir las mismas notas una y otra vez porque no hacía bien las notas o porque desafinaba o porque "debes alargar más la nota", "así no es, no, no así", "no cambies tu tono, por qué bajaste" y muchos otros regaños que se repetían una y otra vez como si realmente fuese un bueno para nada.

Y Jeonghan tenía suficiente en qué pensar como para estar tolerando todos esos gritos y regaños.

Desde que había llegado a ese palacio nada era como solía vivir, la gente era agradable, nadie gritaba a nadie (excluyendo a Jihoon que le gritaba cada vez que tenía oportunidad), comía bien y tenía permiso para darse baños y caminar por los jardines libremente. Sabía que no debía confiar, un eunuco jamás debe confiar, pero era imposible cuando todos eran tan buenos... era imposible con ese rey.

El rey Seungcheol era extraño. Joven, lleno de vida, cuidaba a sus sirvientes y eunucos, tenía concubinas y no se acostaba con ninguna, no usaba sexualmente a sus eunucos, a ninguno de ellos. "Quizás no se le para" pensaba riendo, intentando buscar una razón para que no lo golpeara y obligara a las prácticas sexuales más enfermas que se le ocurrieran, como todos los hombres que lo habían poseído a lo largo de su vida.

Cada vez que miraba al Rey sentía enojo, sentía rabia, pues era más fácil odiar a tu dueño que comenzar a sentir afecto por él, y es que cada vez que le sonreía al pasar por el pasillo o lo felicitaba porque su voz sonaba con más confianza que la vez anterior, cada vez que le daba palmadas en la espalda o acariciaba su largo cabello negro algo se revolvía en él, su pecho daba esos saltos extraños y su estómago se revolvía.

Al mismo tiempo, cada vez que el rey lo trataba bien la expresión de Jihoon se deformaba al instante, poniendo cara de limón agrio y quedándose en silencio por largo rato antes de volver a practicar con él su canto y volver a gritarle aún más enojado que la vez anterior.

- No lo entiendes, no hay caso – dijo amargo luego de regañarlo en la misma nota por quinta vez – Ok, intentemos con esto ahora – se giró para alcanzar algo y se lo tendió sin cuidado. Era una cítara – Intentaremos con esto, ¿Sabes qué...?

- Una cítara... - dijo Jeonghan al instante, mirándola con nostalgia, acariciando la madera y las cuerdas con la yema de sus dedos – mi madre tenía una así, solía tocarla cuando la briza nocturna hacía suaves melodías en el césped...

Miró avergonzado al instante cuando notó los recuerdos de su madre escapando de su boca. Jihoon lo miraba fijo, ojos entrecerrados, con una expresión que no pudo comprender en su totalidad. Este bajó la cabeza.

- No conocí a mi madre.

No volvieron a tocar el tema y Jeonghan solo escuchó las instrucciones en silencio el resto de la lección, recuerdos aflorando en su mente como los jardines en verano dejando las flores crecer en el campo de su cabeza.

Tenía 14 años cuando ocurrió.

Recordaba haber estado jugando a orillas del río cuando unos hombres lo observaban a lo lejos, recordaba haber caminado a casa asustado porque los mismos hombres estaban siempre cerca, siempre asechando donde fuese que mirara. Recordaba entrar corriendo a su casa, asustado, y ser recibido por los brazos de su madre.

Lapislázuli [JiCheol/JiHan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora