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El maldito tono del estúpido celular no ha dejado de sonar toda la puta mañana. Me giro, ignorándolo.

—¡Contesta de una puta vez! —grita histérico Gerardo.

Escucho el sonido de sus pies desnudos acercándose cada vez más a mí. Cuando cesan, siento una ligera patada en mi estómago desnudo.

—¡Despierta! La fiesta ha terminado —dice y ríe satisfecho. Recuerda bien lo que pasó ayer.

Mierda.
Instintivamente llevo mis manos a la zona afectada y es entonces cuando me doy cuenta que pasé la noche en el duro y frío suelo. Mis ojos se abren y la luz me cala de una manera horrible en ellos. El teléfono vuelve a sonar y mi cabeza retumba como un relámpago obligándome a esbozar una mueca de dolor. Lentamente me estiro y tomo la llamada sin siquiera mirar quién es.

—¿Dónde estás? —pregunta una voz furiosa y varonil del otro lado de la línea.

De inmediato la reconozco y pongo los ojos en blanco. Justo con quien menos quiero hablar.

—Buen día. Sí, estoy bien... ¿y tú? —respondo sarcástico y río. Eso le enseñará a no llamar tan temprano en viernes.

—No me vengas con tus estupideces ahora, por favor. Te quiero en la oficina en media hora. Hoy es el último día que paso aquí. Tengo que entregarte algunos documentos.

Uf... ese señor me tiene las bolas llenas. Menos mal que se larga de nuevo y no vuelvo a verlo hasta el año que viene.

—Sí, como digas.

Cuelgo. Tiro el Iphone al piso mientras intento levantarme y poner en orden mis pensamientos. Pongo mis dedos en mis sienes y masageo lentamente. Echo un vistazo a mi alrededor y caigo en cuenta que no he sido el único en pasar la noche en el piso. Decenas de personas están tiradas y aún roncando como bebés rodeados por tanta basura: jarrones rotos, vasos medio llenos o medio vacíos (depende de la perspectiva de cada quien), condones usados y en el ventilador que cuelga del techo, hay brasieres y calzones pendiendo de él.
Ésto debió haber sido increíble, lástima que no me acuerde de casi nada.

—¡Ehh! Ahí estás, tío. Eres la ostia —dice Danny con una enorme sonrisa de oreja a oreja. Lleva los ojos inyectados en sangre. Debe estár drogado todavía—. Jamás vi a nadie beber de la misma forma que lo haces tú.

La verdad es que no tengo ni la más mínima idea de qué habla.
«Hazte el idiota»
Miro al rededor y no reconozco el lugar.

—¿Dónde estamos? —pregunto.

—En casa de Jordan. ¿No me digas que ya no lo recuerdas...? Orlando, tú insististe en que luego del LED's vinieramos aquí.

¿Yo?

—¿Y mis pantalones... y mi camisa?

—No lo sé. Se te subió el alcohol en la cabeza y empezaste a hacer un show de striptease. Arrojaste tu ropa por todas partes.

Lo miro con expresión seria. No puedo creérselo. ¿Tan mal me puse? Bueno... eso explica el por qué estoy desnudo a mitad de la sala. Le sonrío tímidamente y comienzo a caminar entre las personas buscando mi ropa. No me siento avergonzado en lo más mínimo. Gerardo y Danny, son dos de mis mejores amigos, ellos me conocen a la perfección y viceversa, y comparten la misma fascinación por las cuerdas que yo. Sé de lo que son capaces. Jordan, es un tipo que conocí hace apenas un mes atrás en una fiesta Bondage. El tipo me pareció atractivo: baja estatura, delgado, un culo redondo y apetecible, cabello rubio oscuro y en su rostro una inocencia que me incita a suspenderlo frente a mí y abusar del poder que me da el ser un "Señor". Él, al igual que todos los aquí presentes, hombres y mujeres, disfrutamos de las mismas prácticas sexuales.

OrlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora