Él

2.5K 186 43
                                    

Mientras conduzco, mi pulso se acelera y comienzo sentir la mente más despejada. Vaya, este cacharro en verdad puede correr.

Mi teléfono empieza a sonar, pero sin siquiera mirar, sé quién es...
Lo tomo del asiento del copiloto y lo apago. Ese imbécil no me convencerá de nada. Siempre he sido así. Nunca me ha gustado que nadie intente darme órdenes, ni mucho menos que me falten al respeto. Chasqueo.
Jamás he durado más de un mes con nadie, excepto con Bruno. Que fue quien me metió en esta mierda de la que ahora se ha vuelto un estilo de vida para mí. Pero debo de estar agradecido, por que de alguna u otra forma, esto me ha ayudado a sacar algunos de mis fantasmas. Bueno no sólo fue él. Iker. Ahh, y cómo olvidar a Iker, también fue un sumiso excepcional. Ellos dos se han convertido en las personas más influyentes en mi vida.

Debería llamarlo, seguramente está más que listo para una larga, tediosa, además de dolorosa y placentera sesión conmigo. Sonrío.

Cuando llego a un semáforo en rojo, me detengo y no sé cómo ni por qué, pero algo me obliga a levantar los ojos y mi vista es atraída hacia un bello niñato con cara de preocupación, haciéndome la parada como si estuviera manejando un puto taxi.
¿A caso estará ciego?
No puedo culparlo, yo también creí que esta carcacha era un taxi. Lo miro y lleva puesto una especie de uniforme, que no sé a qué colegio pertenece. Debe de estar cursando la preparatoria apenas. ¿Tendrá dieciséis, diecisiete?
Mi entrepierna vibra. ¿Por qué?

«Averígualo» la voz dentro de mi cabeza me reta.

Taxista por un día. La idea fugaz cruza por mi mente y decido jugar con él un rato.

—¿Así que quieres un taxi? —pienso en voz alta—. Bien, te daré el paseo de tu vida.

El semáforo cambia a verde y me acerco a la orilla. Cuando vuelve a levantar la mano, en mi cara se dibuja una sonrisa satisfecha y malévola.

Me detengo unos centímetros por delante de él y después de abrir la puerta se mete demasiado rápido. ¿Porqué tanta prisa? El auto se llena de una fragancia cítrica aromática. Huele bien, me pregunto si todo su cuerpo olerá igual.

—Buenos días, ¿me puede llevar al instituto Europeo, por favor? —dice con una voz aguda y agitada.

—Claro, será un placer —intento sonar profesional. Creo que lo logro.

Mis ojos se cierran con fuerza y mi corazón salta al oír el estruendo que produce la puerta al azotarse.

¡Fíjate, estúpido!
Este auto es tan viejo que creo que se desboronará. De inmediato me arrepiento de haberlo subido al carro. No soporto a las personas estúpidas.

—Lo... lo siento, fue sin querer —tartamudea, su voz llena de timidez. Lo miro y su expresión cambia de la culpabilidad a la de embobado. Está totalmente ensimismado, mirándome fijamente.

¿Qué diablos le pasa? ¿por qué me ve así? Espera...
¿Será que dí en el clavo y además de estar tan bonito, resultó también ser... gay? ¡Ja! Apostaría todo lo que tengo a que sí.

Me obligo a mí mismo a sonreír.En verdad quisiera reprenderlo. Sus ojos color miel me miran atentos, apreciándome. Sus cejas son cafés y escasas, y sus pestañas son largas y ligeramente enchinadas. Estoy seguro de haber conocido esa mirada en algún otro lado, pero no logro recordarlo.

OrlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora