1,2: La cúpula

18 0 0
                                    

-¿A dónde me llevas? –Le pregunto, pero cuando trato de soltarme de su brazo me sostiene con más fuerza y sonríe orgullosamente: –ésta fuerza no la conseguí en un día, Athe–, me dice.

   Comienzo a asustarme… ¿y si sólo quiere secuestrarme? Éste hombre no está borracho; es un enfermo mental. Tal vez sea un asesino o un ladrón: y no sé cómo logró salir de la cárcel. ¿Me va a encerrar en su celda, porque sabe quién soy? ¿Me va a asesinar? ¿Y si el mismo ex presidente le pagó para secuestrarme, y él personalmente me matará?

   -¡Suéltame! –Le grito, pero no me hace caso. Cuando comienzo a negarme a caminar me jala de la cintura y me carga sobre sus hombros. Trato de patearlo, pero me sostiene los pies con la otra mano libre.

   -¡Déjame en paz! –Pero entramos a la oscura y fría cárcel de la ciudad, y él cierra la puerta. Aprieto los labios: no me voy a poner a llorar como la niña Candy sólo porque probablemente éste hombre demente me ha secuestrado y no me dejará salir.

   Una vez dentro, me baja. Me sacudo el polvo de la ropa mientras parpadeo rápidamente tratando de que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. La cárcel parece una caverna: hasta puedo escuchar el sonido de una gota al caer en un charco de agua… como si hubiera una fuga o algo así.

   -¿Qué quieres de mí? –Le pregunto, pero él hace como si dijera que no con la cabeza. Se mete la mano a la bolsa, saca un cigarro, y después de encenderlo, se lo mete a la boca.

   -¿Qué quieres de mí? –Insisto, con una voz fuerte y clara. Trato de parecer dura, pero al final me tiembla la voz.

   -¿Qué quiero de ti? –Me mira a los ojos. Al fin puedo ver sus rasgos faciales: tiene ojos grandes color hazel, nariz fina y su cabello que lleva escondido en un gorro de cárcel es color café oscuro. El labio superior es demasiado fino y apenas se ve, mientras que el labio inferior es más carnoso. No es feo, pero el aspecto que tiene es el de no haberse bañado en más de dos semanas. Lleva el uniforme de la cárcel: negro con rayas blancas y el gorro que lleva en la cabeza y le tapa la mayor parte del cabello es color negro.

   -Sí, ¿qué te pasa? –Pregunto. Él parece algo divertido, pero tiene una fuerte mirada que hace que me estremezca.

   -Yo no quiero nada de ti –me dice, con una expresión dura –nada, ¿oíste?

   -¿Entonces por qué me trajiste aquí, de la nada? –Respondo, frustrada. Es lógico que, si no quiere nada de mí, me dejará salir. Pero no me ha dejado salir, así que… si él no quiere nada de mí; lo más probable es que trabaje para alguien más.

   -Y no soy ningún borracho –aclara, como si me acabara de leer la mente–. Y mucho menos un asesino, Kathleen.

   -¿Entonces por qué no me dices quién eres de una vez? –y… ¿cómo sabe mi nombre?

   -Una persona que está aquí –me dice al oído –y alguien que tú y yo conocemos quiere verte –su voz parece casi un ronroneo de gato, y me da un escalofrío: –supongo que… ya te imaginas quién es, ¿eh?

   -Es el ex presidente; y yo, ¡no quiero verlo! –le digo, y es verdad. ¿Por qué iba yo a querer verlo, si él me hizo todo esto?

   -Es divertido cómo estaba a punto de ir a buscarte por toda la ciudad cuando apareciste afuera de éste oscuro lugar, ¿no lo crees? –A él si le parece divertido… pero a mí no. Se ríe a carcajadas, pero cuando ve que yo tengo la cara seria deja de reírse.

   -Y ahora vas a venir –sé que no vale la pena resistirme, así que dejo que me jale de un brazo y me guíe por la cárcel de la ciudad.

   Celda A, B, C… hasta que llegamos a la celda K. Mete la mano a la bolsa de donde sacó el cigarro momentos atrás y saca unas llaves. 

Siempre. (Athe 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora