2: Pesadillas

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   Miro mis zapatos, que ahora están llenos de ceniza. Antes eran una hermosa combinación de unos colores verde claro, pero ahora están irreconocibles; son de un color gris que parece ahogar todos los colores. Igual que este lugar.

   Camino sobre las ruinas de una casa. Una casa que antes pertenecía a una familia de Athes, pero que ahora está completamente destruida. Y, la familia, muerta. Muerta por mi culpa. Parece ser que todos en este mundo mueren por mi culpa; Mae, las víctimas del teatro, ésta familia… hay una enorme lista.

   Me pregunto cómo se las arregló el ex presidente para destruir una casa de ésta manera, y desde la cárcel. Hay una gran probabilidad de que simplemente haya sido un accidente, pero me niego a creer que haya sido uno.

   Por ejemplo, podrías simplemente decir que uno de los niños de la casa jugaba con la estufa y se incendió, pero esa no es una explicación razonable: eran todos Athes.

   Camino por las ruinas, pero me detengo en seco cuando siento algo romperse tras mi pisada. ¿Es que me paré sobre algo importante? Doy un salto hacia atrás y veo un porta retrato.

   Me agacho lentamente para agarrarlo y le doy la vuelta: tiene una foto de la familia entera. El cristal que protegía la fotografía ahora está roto, así que saco la foto y la observo cuidadosamente.

   Veo un chico más o menos de la edad de Al. Tiene una radiante sonrisa, dientes blancos, cabello café oscuro y unos bellísimos ojos grandes del mismo color. Pues está muerto. Al lado de él está la chica que es probablemente su hermana. Tiene unos veintidós años y esconde las manos tras su espalda. Lleva una falda gris y una blusa blanca. El cabello negro le cae por la espalda, y le llega casi hasta el final de su cadera. Tiene cara seria. También está muerta. Al lado de ella está una señora que casi llega a la tercera edad; la mamá. Tiene una sonrisa casi igual de grande que la del chico, pero tiene unas cuantas arrugas. Su cabello es de un color casi gris y completamente lacio. Lleva un bonito vestido floreado color naranja.

   Antes de terminar de ver la foto completa decido guardarla en la bolsa de mi gruesa chamarra de piel y verla más al rato: en mi cama con sábanas calientes, y, claro, con la chimenea encendida al lado.

   Me pongo de pie, pues hace unos segundos estaba en cuclillas, y sigo caminando. ¡En verdad no queda nada! Me sorprende haber encontrado ése retrato.

   A lo lejos, veo cómo Foster se acerca corriendo. Sé que viene conmigo.

   Grita mi nombre y, casi al instante, me vuelvo hacia él. Sé que espera que le diga algo, pero en verdad no tengo nada que decir. Cuando llega hasta mí, me limito a sacudir la cabeza como si dijera que no.

   Como mis manos comienzan a ponerse rojas y a arder por el frío, las meto a las bolsas de mi chamarra y las froto con la piel. Poco a poco, el calor vuelve a ellas.

   Sé que entiende que por el momento no quiero hablar con nadie, así que se retira caminando hasta llegar con Haden, que está inspeccionando otro lado de la casa. ¿Inspeccionando? Simplemente venimos a ver si había alguien... quizá alguien a quién ayudar. Ahora veo que no hay nadie; que fue completamente inútil venir.

   Escucho el sonido de otra cosa rompiéndose tras de mí, así que volteo rápidamente y me encuentro con Mae. Mae, mi zorrito blanco. De seguro se salió de la casa conmigo y me ha estado siguiendo.

   Recuerdo cómo lo encontré en el bosque ése día; Haden y yo habíamos salido a cazar la cena. Nos separamos para poder encontrar más presas, y me encontré con el zorro. Al principio no se dejó tocar, y después unos lobos me atacaron. El zorrito salió corriendo y se metió al hoyo de un árbol, pero los feroces lobos querían comérselo. Los maté a todos, y entonces el zorro decidió que era digna de confianza, pues yo lo había salvado. Lo saqué del hoyo, lo abracé, lo llevé a casa, y lo llamé Foster. Después le cambié de nombre a Mae. Confuso, lo sé. Desde entonces, me sigue a todos lados.

Siempre. (Athe 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora