3: Fuego

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   Voy corriendo a toda velocidad, escapando de unos policías. Mae está conmigo, tan aterrado como yo. Esperamos llegar al bosque a tiempo… lo llevo de la mano, prácticamente a rastras, y él me ruega que pare.

   -¡Kathleen, detente! –Es que él vio algo que yo no vi. Los policías tienen armas de fuego, y él sabe que no dudarán en dispararnos a uno de los dos.

   -¡Kathleen, por favor! ¡Te lo ruego! ¡Detente de una vez, antes de que algo malo nos pase a los dos! –Grita, con los ojos como platos, justo después de que escuche el sonido de dos disparos. Él cae al piso, y yo, no puedo hacer nada.

   Me detengo en seco y corro hacia él. Veo el charco de sangre que lo rodea, y sé que ya no hay vuelta atrás. Comienzo a gritar como histérica, pero después recuerdo que es un sueño… y que es mi turno calmarlo a él.

   La última vez (Y la primera) que vi esta escena él, agonizando, tuvo que calmarme a mí. Esta vez yo soy la que le da la mano, le quita el cabello de la cara y lo miro a los ojos… esos hermosos ojos.

   -No te quedes sola, ¿sí? Te lo ruego; encuentra a alguien mejor que yo… ¿me lo prometes? –Y le digo que lo intentaré. Nunca tuve la oportunidad de decirle lo mucho que lo quería…; que lo quiero. Entonces, justo cuando abro la boca para decirle todo lo que siempre he querido decirle antes de que sea demasiado tarde, su rostro comienza a palidecer y a palidecer hasta no tener nada de color. Sigue teniendo los ojos bien abiertos, pero cuando me suelta la mano sé que ya es tarde. Tarde para todo lo que tenga que ver con él.

   Con cuidado, como si temiera despertarlo, le cierro los ojos con las puntas de mis dedos, que están congelados por el frío del invierno. Después me tapo la cara con las manos, con miedo de que alguien me vea llorar, aunque sé que no hay nadie.

   Qué estúpida…, qué estúpida. Debí de haber dejado de correr cuando todavía podía hacerlo… tal vez, lo hubiera podido salvar de haber sido así, y ahorita estuviera aquí conmigo. Tal vez en la cárcel, pero eso no me importaría con el tal de estar con él. Qué cobarde soy…, qué cobarde. Mi cobardía me costó la vida de Mae. ¿Cómo pude permitirlo?

   ¿Cuántas veces has escrito algo y lo has borrado? ¿Cuántas veces te has tragado algo que querías decir? Esta es una de ésas muchas veces para mí.

   Trato de contener las lágrimas, pero salen de inmediato y no tengo tiempo de luchar contra ellas. Sólo veo cómo caen, de una en una, en la cara pálida de Mae.

   -Adiós, Mae… –le susurro al oído, y me tiembla la voz. El problema es que, a veces decimos adiós, pero dejamos la puerta medio abierta.

   Me seco las lágrimas con el borde de la manga de mi chamarra, que ya está mojada con más lágrimas, y lo miro por última vez. Mae… vuelve si es posible, ¿está bien? Pero sé que ya no es posible…

   Mientras mis ojos se llenan de lágrimas otra vez, y mi vista se torna borrosa, le doy a la persona que más he amado en el mundo el último adiós.

     Cuando despierto, todo el mundo está dando vueltas.

   -¿Qué es lo que pasa? –Grito, como si alguien pudiera escucharme. Estoy en mi casa, y ahora vivo sola… mi familia desapareció.  Trato de levantarme, y, cuando lo hago, descubro que mi almohada está empapada. Tal vez es por las lágrimas de mi pesadilla.

   Mae, el zorro, viene corriendo hacia mí, gruñendo y gimiendo. Su color blanco de la nieve ahora es como de un gris ceniza. Tiene una parte en la pata pelona, como si se hubiera achicharrado con algo, y entonces me doy cuenta.

   -¡Fuego! –Grito de nuevo, y me levanto de un salto. Hay fuego en mi casa. ¡Hay fuego en mi casa!

   La casa de la familia de Athes ardió en llamas primero, y, minutos después, explotó. Tengo que salir de aquí, antes de que mi zorro y yo volemos en pedazos.

Siempre. (Athe 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora