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Walter salto sobre el caballo y, tomando a su amada, galopó en dirección a las montañas solitarias, donde tenía un castillo oculto entre la maleza.
Ahí había vivido con Brunilda. Sólo el viejo criado los vio llegar. Fue amenazado de inmediato por el patrón, quien le ordenó guardar silencio.

- Aquí estaremos bien - dijo Brunilda - hasta que mis ojos puedan ver lu luz nuevamente.

Mientras residían en el castillo, los pocos criados ignoraban por completo que su antigua ama hubiera resucitado. Sólo el viejo sirviente sabia la verdad y era el que les llevaba el agua y la comida.

Loa primeros siete días vivieron a la luz de la vela, con todas las cortinas cerradas; los siguientes siete se abrieron las ventanas más altas, de modo que sólo entraba la tenue claridad del amanecer o del anochecer.

Walter nunca se apartaba de su querida Brunilda.
No obstante, sentía un escalofrío que le impedía tocarla y no sabía por qué, pero tan grande era su amor que no le importaba. Estaba seguro de que esto era mejor que el pasado. Su esposa era aún más bella que cuando estuvo viva la primera vez, su voz era más dulce, sus palabras fluian con emoción y toda ella lo fascinaba hasta la locura.

Brunilda constantemente hablaba de los amores que habían tenido en el pasado, haciendo a Walter emocionantes promesas que pronto se realizarían.
Su amor seria el amor más grande que hubiera conocido el mundo. Así embriagaba a su amado de esperanzas para el futuro.
Sólo cuando hablaba del cariño que sentía por él, dejaba aparecer su parte terrenal; de otro modo, discutían sin césar de asuntos espirituales, eternos y proféticos.

Todos los días dormían juntos. Walter sentía la necesidad de enamorar más a fondo a su esposa, compenetrase con ella como lo hacia antes, pero Brunilda se apartaba bruscamente de la cama y le explicaba:

- Así no, querido.¿Cómo podría yo, que he regresado de la muerte para estar contigo, ser tú amante mientras tienes una sucia mujer que se hace llamar tu esposa?

Walter había enloquecido y estaba dispuesto a todo.

Un día, arrebatado por la pasión, abandonó el castillo y cabalgó con furia por entre los bosques y las montañas hasta que llegó a su casa, donde su esposa Swanhilde lo recibió con cariños y palabras bellas, al igual que sus hijos. Pero nada pudo calmarlo ni reprimir su cólera. Expuso a su esposa que lo mejor era que se separaran para que cada quien pensara la cosas con calma y vieran si realmente se querían o no.
Swanhilde le dijo :

- Sospechó que me dejas por el amor de Brunilda, a quien no puedes olvidar.
Te he visto ir al cementerio y rondar su tumba. ¿No me digáis, Walter, que has osado juntar a los vivos con los muertos? ¡Éso causaría tu propia destrucción!

Walter recordó que lo mismo le había sentenciado el hechicero, pero no lo tomó en cuenta.

Hizo redecorar todo el palacio al gusto de la nueva dueña del hogar. La resucitada ingresó por segunda vez a su mansión cómo esposa.

Walter les dijo a todos los criados del palacio que era una nueva novia que había traído de tierras lejanas, pero los habitantes del castillo veían el extraño parecido que había entre esta señora y su antigua ama Brunilda.
Sua almas se llenaron de espanto, pues esperaban lo peor y, entre la servidumbre, corría el rumor de que su amó había desenterrado a la antigua esposa de su tumba y con poderes mágicos la había hecho vivir nuevamente.

La nueva ama nunca llevaba otro vestido que no fuera su túnica gris pálido, no usaba joyas de oro como las grandes señoras, sino turbias alhajas de plata a manera de cinturón y aretes ;opacas perlas cubrían su pecho.

Brunilda sólo salía en los atardeceres e impuso mano dura a todos los criados que la rodeaban.
Era una mujer cruel que castigaba sin pretexto y por placer.
Tenía el poder de la vida o la muerte sobre ellos.

En otro tiempo el castillo estuvo poblado de alegría, pero ahora sus moradores tenían la cara demacrada por el temor, se estremecian cada vez que se cruzaban con Brunilda.
Muchos criados cayeron enfermos y murieron. Aquellos que la veían a loa ojos se convertían en esclavos de sus caprichos.
La mayoría intento huir del castillo.
Sólo algunos eran conservados con vida, los ancianos.

Los poderes que el hechicero había dado a Brunilda con el alimento humano habían recompuesto su cuerpo podrido. Sólo una bebida mágica podía conservarla con vida, una poción maldita:
Sangre humana, bebida aún caliente de venas jóvenes.

Ya deseaba comenzar a beber esa sangre, la de Walter, pero tenía que esperar hasta que fuera la noche de luna llena.

Una tarde, repleta de ansiedad, vagaba por el bosque y se encontró a un pequeño niño de cachetes rosados.Lo atrajo hacia ella con caricias y regalos y lo llevo a una estancia apartada de la vista humana para succionar la sangre de su pecho.

Después de ésa indigna y condenable acción, ya nadie estuvo a salvo de sus ataques .
Todo humano que se acercaba a ella era narcotizado con la fragancia de su aliento. Niños, jóvenes y doncellas se marchitaban como las flores.
Los padres resentian con horror aquella plaga que hacia estragos en la vida de sus hijos.

Pronto empezaron a circular rumores sobre Brunilda. Se creía que ella era la causante de la peste mortífera, pero en las víctimas no había huella alguna que la incriminara y nadie la había visto haciendo esas aberraciones.

Entonces el remedio fue radical:los padres abandonaron el pueblo, dejaron sus casas vacías y las tierras sin trabajar, todo por la vida de sus hijos.
El castillo quedó desolado y el pueblo también. Solo permanecieron los ancianos decrépitos y sus esposas.

Él único que no veía la muerte a su alrededor, sembraba por su esposa, era Walter.
Estaba entregado a su pasión, por sobre todas las cosas humanas, por Brunilda, quien lo amaba con una ternura que nunca antes había mostrado y hasta ahora no había necesitado de su sangre; pero ella no dejaba de advertir con pesadez que sus fuentes de vida se agotaban ;pronto ya no habría sangre fresca y joven, excepto la de Walter y sus hijos.

Deja A Los Muertos En Paz  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora