Capítulo 8
25 de diciembre del 2001
05:00
—Los hombres malos le pegaron a mi papá ¿no?
—Si hijo, querían robarle sus cosas, pero se pondrá bien. No te preocupes.
—¿Por qué? ¿Ellos no tenían cosas?
—No lo sé.
El policía nos dijo que podría haber sucedido por un robo o una agresión racista, que un árabe apaleé a otro no es racismo... ¿o sí?
—¿Fue el mismo que tiró las torres?
—No creo, Khal. Deja de pensar en ello y duérmete.
—Vale, primo.
Le ayudo a quitarse la ropa, tiene la piel perfecta, su padre no le pega... ¡menuda he armado por actuar en caliente! Todo por culpa de ese orco feo del metro. Le pongo una de mis camisetas del grupo Kiss y se ríe. Le queda más allá de los pies.
—Así no te tienes que tapar, ya tienes la manta. Khal, ¿tu padre te ha pegado algún día?
—No. A mi amigo le pega su padre cuando hace algo malo pero a mi papá no, mi papá me castiga sin televisión o sin salir a jugar al parque. A mi amigo su padre le hace así —dice poniendo la mano recta y dándose en la nuca.
La típica colleja.
—Duerme, mañana tu papá estará mejor.
—Ya.
Le arropo con las mantas, en mi cama y salgo al salón dónde está Farah.
—Pobre niño, como se quede sin padre va a ser terrible.
Me siento en el sofá y miro el reloj: las cinco de la madrugada. Me pongo hacia delante, meto la cabeza entre las manos y empiezo a llorar.
—Se pondrá bien, ya verás.
—No, está muy grave...
—De esa gravedad se sale, Wal, ¿o tú no estuviste en estado grave?
—Crítico.
—Pues mejor me lo pones, ya ves, hasta del estado crítico se puede salir y del muy grave también.
—Pero quedará mal, ya has oído al médico —voy a la habitación con cuidado y cojo la máquina del oxígeno.
—Además una rama no le habrá hecho tanto daño.
Dejo el concentrador de oxígeno en la mesa, abro la bandolera y saco la máquina.
—Qué mala pata haber roto eso.
—No le dieron un golpe con una rama —digo—. Y esto no se rompió contra una pared del metro.
—¿Que me estás diciendo?
Lloro de nuevo y ella me obliga a mirarle.
—Le he roto a Ahmed la cabeza con esto —digo.
—Deja de decir gilipolleces, Wal.
—Es verdad, no fui a felicitar a mi psicóloga porque todavía no he ido a las sesiones. Llamé a Ahmed y le dije de quedar para arreglar las cosas. Pero no recuerdo nada más, cuando me quise dar cuenta él estaba tirado en el suelo, sangrando como un cordero el día de la matanza y yo agarrando el chisme este —lloro de nuevo.
—¿P-pero que has hecho? ¿No será una fantasía de las tuyas?
—No joder, lo vi allí tirado con la cara deshecha y tenía las manos manchadas de sangre.
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[1] Memorias de un superviviente ©2022
Random11 de septiembre del 2001. Manhattan, Nueva York. 8:45. Me llamo Walîd Atta y estoy atrapado en la cafetería de la planta cuarenta y cuatro de la Torre Norte del World Trade Center. No sé qué ha pasado pero parece grave, hay mucho humo y hace mucho...