Capítulo 4
11 de octubre del 2001
09:00
¡Bien! Ya estoy de camino a mi nueva habitación, como los injertos están curándose bien han decidido subirme al área de quemados. ¡Cómo pasa el tiempo de rápido! Ya hace un mes desde que ingresé en este dichoso hospital y también desde que las torres cayeron. ¿El motivo por el cual las tiraron? No tengo ni idea.
—Hijo, ¿estás bien? —Dice mi madre, cogiéndome de la mano.
—Sí... bueno, mejor.
El mes pasado estaba encerrado en una torre, subiendo escaleras, abriendo una puerta, quemándome, bajando y entre los escombros con Glenn. El dolor se me ha quedado grabado en la mente... esa asquerosa agonía que acabó cuando me dieron la morfina esa. La mayor parte del tiempo desde que desperté lo he pasado entre periodos normales y otros, drogado hasta las cejas.
Estoy mucho mejor físicamente pero ayer mismo me dio un ataque de pánico y creí que me moría.
Mi brazo izquierdo y la pierna derecha tienen mejor color pero me aterra saber cómo me ha quedado la cara, nunca he sido especialmente guapo —aunque todo el mundo diga lo contrario— pero me preocupa bastante esta parte del cuerpo.
La cama extraña rueda por el pasillo. ¡Por fin he salido de la dichosa ICU*!
Las enfermeras abren las dos puertas para que entre la cama circo-eléctrica. No hay televisión, ¡qué bien! Mis pocos genes franceses que tengo quieren quejarse, pero los árabes dicen que aguante y los italianos gesticulan un «mamma mia». Suspiro ruidosamente.
Me gusta que la nueva habitación sea individual. A mi compañero de ICU le dio un infarto antes de los atentados y despertó a la segunda semana de entrar yo. No quiero ni pensar en la cara que pondrá al ver que las torres ya no están.
La puerta vuelve a abrirse.
—¡Waalt! —dicen Kevin y Marizza al unísono, los dos llevan una bata azul encima de la ropa, cosas de la Unidad de Grandes Quemados y su lema: cuidado con las bacterias.
Kevin está muy pálido, pero parece que está bien. Marizza lleva la pierna escayolada y un camisón con el logo del hospital debajo, o sea que todavía está ingresada.
Él tose y luego lo hace Marizza, cogen sendos inhaladores azules y aspiran fuerte.
—¿Todavía estás aquí? —Le pregunto a la milanesa.
—He venido a quitarme los puntos de la operación. Y puede que la escayola, eso ya se verá —a mí, Kevin y Marizza me hablan en un tono más alto de la media.
Cuando era pequeño y estaba jugando en la calle, una bala de un kalash** pasó tan cerca de mí que me destrozó el lóbulo de la oreja y me ocasionó una hipoacusia en el oído izquierdo, algunas noches, el tinnitus*** no me deja dormir.
—Os he echado mucho de menos durante los días que he estado abajo... —miro hacia el lado contrario cuando noto que voy a abrir el grifo de las lágrimas. Durante esos días que no sabía si viviría o no, me he aficionado a llorar, reconforta mucho el cuerpo y el alma.
—Y nosotros a ti —dice la italiana con lágrimas en los ojos.
—¿Vas a poder pagarlo todo? —Le pregunto a Marizza.
Se encoge de hombros.
—Estoy pagando un seguro privado. Aunque solo cubre la operación, unos cuantos días de hospitalización y luego el seguro del trabajo hará lo demás. Aunque en realidad es una mierda.
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[1] Memorias de un superviviente ©2022
De Todo11 de septiembre del 2001. Manhattan, Nueva York. 8:45. Me llamo Walîd Atta y estoy atrapado en la cafetería de la planta cuarenta y cuatro de la Torre Norte del World Trade Center. No sé qué ha pasado pero parece grave, hay mucho humo y hace mucho...