Capítulo 9
01 de enero del 2002
08:30
Mi tío ya está bien. No le quedarán secuelas graves, pero la máquina de mierda le machacó la mayoría de los huesos de la mandíbula, así que le dolerá siempre. Y para más inri tiene que pagar quinientos dólares de la factura hospitalaria, que pagamos entre mi madre y yo. En estas tres semanas me he dado cuenta de dos cosas: la primera es que no quiero volver a trabajar en un banco ni con números y la segunda es que me quiero ir de aquí, no siento a Nueva York como mi casa, sino que me siento como lo que soy, un extranjero; como diría Sting en su canción pero en vez de un inglés, soy «un sirio en Nueva York». Como todos esos pakistaníes, iraníes y demás gente que nunca se hacen a una ciudad, a mí me está pasando lo mismo. Cada vez odio más las miradas que me echan en el metro, en el autobús, por la calle. ¡Miradme, sí, soy árabe! ¿Pasa algo?
—¿Y a dónde quieres ir? —Me pregunta Farah. Con ella y mi madre siempre hablamos en árabe. Me siento más cómodo.
—Me gustaría ver mundo, no estar aquí toda mi vida.
—O sea que quieres volver a Siria.
—No sé... Alepo está bien pero no sé si quiero volver.
—Demasiado desierto, ¿no? —Dice alzando una ceja.
—Más o menos. Me gustaría ir a una ciudad dónde no me conozca nadie, sea barata y sobre todo, que tenga mar u océano. Yo solo me vine a estudiar, nunca imaginé que me quedaría aquí a vivir. Es imposible vivir en Norteamérica.
—A mí me caducará algún día la visa y tendré que irme también. ¿Mantendrás la ciudadanía?
—No, es muy caro ser norteamericano en el extranjero. Hay que pagar noséqué cosa al año. Que se la metan en el... ya sabes cómo sigue.
Yo vine para estudiar, a los quince años gané un concurso de matemáticas, creo recordar y cuyo premio era una beca en la universidad de Columbia, aquí en Nueva York. Me recibieron como a un Dios —solo para quedar como una universidad multicultural— y saqué en tres años la carrera de economía, luego llegaron las prácticas de torre en torre —primero en la del muchimillonario Donald Trump, luego en la Norte, más tarde en la Sur y así hasta que me cogieron en Lehman— dónde estuve tres años trabajando. Y hubieran sido más de no ser por esas bestias.
—Estoy muy cansado, en serio —digo poniendo las piernas sobre la mesita de madera.
—Que les den por culo a todos.
Después de la visita de Glenn O'Hara y sus hermanos, Farah y yo hicimos las paces ya que estoy mucho mejor gracias a la psicóloga pero todavía camino muy mal aunque vaya a fisioterapia cada dos días.
—Voy a la entrevista, como me toque los cojones no respondo de mí.
Uno de enero. Vuelta a la rutina. Hoy haré la primera entrevista de trabajo desde que salí del hospital. Encontré la oferta en el periódico, llamé y me dijeron que fuera hoy; día uno de enero. Me visto con mi mejor traje y cojo el metro. Me bajo en Brooklyn y miro la dirección, es en una planta baja ¡qué bien! Entro con una sonrisa y le digo a la chica que estoy aquí para la entrevista. Me mira de arriba abajo sin sonreír y me señala una silla donde espera otro chico... ¡no me toques los cojones! Le saludo y me lo devuelve. Qué raro.
Un hombre sale por la puerta, nos mira y frunce el ceño.
—Ya hemos cogido a un empleado, no necesitamos a más gente.
ESTÁS LEYENDO
[1] Memorias de un superviviente ©2022
De Todo11 de septiembre del 2001. Manhattan, Nueva York. 8:45. Me llamo Walîd Atta y estoy atrapado en la cafetería de la planta cuarenta y cuatro de la Torre Norte del World Trade Center. No sé qué ha pasado pero parece grave, hay mucho humo y hace mucho...