El estruendo finiquita la placidez del sueño. Un humo pestilente inunda la habitación. Intento incorporarme, pero unos encapuchados me lo impiden abalanzándose sobre mí. Mi rostro se tiñe de color rojo y la tos no me permite articular ni una palabra. No hablan, solo actúan. Dos de ellos me levantan agarrandome por las muñecas, con toda la fuerza y violencia de la que son capaces, consiguiendo que aúlle de dolor. El primer sujeto libera mi descoyuntada muñeca izquierda; el segundo, une las dos muñecas con una bandaeléctrica y un tercero me agarra por el pelo, tirando de él como si quisiera arrancarlo. Otro de ellos utiliza una nueva banda con mis tobillos, mientras que el último no ha dejado de apuntarme entre los dos ojos ni un solo instante. La coordinada acción finaliza por el momento. Las bandas hacen su trabajo, mi tronco inferior está inmovilizado en su totalidad y el superior parcialmente, excepto mi cabeza. El humo se disipa. Intento averiguar quiénes son, pero no se distingue ninguna identificación en su negro uniforme, van completamente tapados, incluso nariz y ojos. —¿Quiénes son? —¡Auch! —noto un pinchazo en el cuello. Acaban de inyectarme algo que rápidamente hace su efecto, mis ojos parpadean varias veces hasta que son obligados a cerrarse. Me tienden en el suelo, boca abajo, y bloquean mi cuello con una férula que se prolonga por toda mi columna hasta la cintura, cerrándose alrededor de ella. Entre sueños, percibo cómo me voltean y me introducen en una especie de bolsa acolchada. Son profesionales, no parece que vaya a morir. Hablan, pero no les entiendo.