Cuatro

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Había encontrado mi peluche favorito tirado bajo las cortinas celestes. Era un león que había tenido desde hace mucho tiempo por lo que estaba algo sucio —sus primeros meses había sido capaz de rugir, hasta que se agotó  la batería— Al descubrirlo, empecé a hablar con el sobre todo, sobre lo que había pasado, el daño que cause, lo sólo que me sentía, las preguntas que tenía.

"¿Como estarán?"

"¿Que estarán haciendo?"

"¿Seguirán mal?"

...

"¿Cuanto tiempo seguiremos así?"

Pero cada pregunta sin respuesta creaba una laguna en mi anterior que se expandia, y todo se volvió más pesado.

Estuve varios días de esta manera hasta que sentí el crujir de la puerta. Me levanté del piso cuando ví su débil figura y su pelo enmarañado. Quise correr para abrazarla, darle calor. Estaba así por mi, por lo que pasó, se hechaba la culpa... Y ahora se que no es de nadie.

"Mamá."

"Cariño... perdón, lo siento."

Había ocultado su rostro entre las manos, y yo no era capaz de consolarla.

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