Capítulo 4

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Habían pasado unos cuantos días, o quizás dos semanas, no lo tenía bien claro porque los últimos días me los había pasado en La Quinta de fiesta y bebiendo hasta perder la conciencia. La cosa es que volví a aquel hospital donde estaba el traidor, no sé exactamente si era por buscar a la nenaza e iniciar mi plan luego o por el simple hecho de querer matar pronto a Andreas.

Salí del coche de un salto en cuanto me estacioné, di un portazo y apreté el botón para cerrarlo. Entré al hospital, esquivando la mirada de la recepcionista y subí rápido hasta la habitación de Andreas. Me quedé unos minutos afuera debatiendo si entrar o no, pues el mamón podía estar despierto y pegar el grito al cielo si me veía... pero al final lo hice. Abrí la puerta y lo primero que me encontré fue a Bill, sentado a un lado de la camilla de Andreas. Volteó a mirarme y se quedó unos segundos así esperando a que dijera algo.

— Tom, has vuelto —murmuró—. Eh, Andy, cálmate. —Andreas había comenzando a moverse como loco y también a intentar hablar, pero no podía debido al objeto ese que le daba oxígeno por la boca.

— Soy yo Andy, soy Tom, tranquilízate... —Me acerqué a él fingiendo completa amabilidad, cosa que pareció asustarle más. Decidí alejarme antes de cagarla—. Pues he venido a ver a Andy y a chequear como estaba. Los vecinos han estado preguntando por él...

La nenaza no podía dudar de mi al afirmar eso. Yo conocía muy bien a Andreas; sabía dónde vivía, con quién, y su círculo habitual. Por lo tanto, sabía que Andreas, al igual que yo, vivía en una zona acomodada de Frankfurt y mucha gente lo conocía.

¿Qué me respondes a eso, nene?

— Vaya, qué amable de tu parte —dijo, esbozando una sonrisa que no pude identificar si era falsa o verdadera. Este chico era realmente intrigante...

— Y bueno, ya que estoy amable hoy... —Me acerqué a Bill y le sonreí con toda la amabilidad que pude fingir—. ¿Te gustaría ir a comer conmigo? Seguro no has almorzado todavía.

Bill frunció el ceño y yo aumenté mi sonrisa. La nenaza dudaba de mi, eso ya lo tenía claro, es por eso que me sorprendió cuando sonrío y asintió.

— Bien, vamos. De todos modos comenzaba a darme hambre. Hasta mañana, Andy. —Bill le hizo una seña a Andreas y luego le abrí la puerta para que saliera. En cuanto ya no se encontraba ahí dentro, le mostré el dedo a Andreas, como advirtiéndole que seguía queriendo matarlo.

Llevé a Bill hacia mi coche y le abrí la puerta como un caballero (¡Ja! Claro). Luego di la vuelta y me subí a la parte que me correspondía, la del conductor. Toqué mis bolsillos traseros y delanteros, hasta que me di cuenta de que mi cartera no estaba, así deberíamos ir a mi casa antes, la cual por suerte había ordenado.

— Cambio de planes, vamos a mi casa —anuncié. Bill me miro con la ceja alzada y yo le sonreí de forma picara—. Tranquilo, sólo vamos a por mi dinero.

Él simplemente asintió. Yo encendí el motor y me eché a andar por las calles hacia mi casa, y a medida que avanzaba, Bill miraba y parecía conocer la zona. Sí, yo no había mentido con respecto a que Andreas vivía cerca de mí. Ambos crecimos como niños pijos y teníamos casas bien grandes y acomodadas, él vivía una cuadra más abajo de mi casa, mientras que yo vivía casi iniciando el barrio. Esto era porque mis padres habían sido uno de los fundadores de este... "condominio", podría decirse, aunque ya no vivía más con ellos.

Mis padres... eso era una historia aparte.

— Ya estamos —avisé, sobresaltando a Bill—. ¿Te vas a quedar o quieres pasar?

— Con que no mentías al decir que vives cerca de Andy —murmuró, mirando por encima de mi hombro la casa de mis padres, que ahora era mía. Yo sonreí con arrogancia.

— ¿Qué razones tendría para mentirte, precioso?

No esperé su respuesta y salí del coche. Pensé en que podría haber sonado grosero, pero me da igual, ya luego recuperaré la falsa amabilidad que he estado sosteniendo hasta ahora. Entré a mi casa, donde me recibió Copper lanzándose a mí de un salto. Le empujé riendo y subí de inmediato a mi habitación, tomé la cartera del velador y luego volví al coche.

— Eso fue rápido —dijo Bill.

— No me suelen decir eso —bromeé en doble sentido. La nenaza apartó la mirada y se dedicó a mirar por la ventana.

Todo el camino estuvimos en silencio. Decidí ir a un restaurante cerca del hospital para que Bill no me pidiera llevarlo hasta allá de nuevo (cosa que no pensaba hacer), así que en cuanto llegamos, me estacioné afuera y salí. Fui directo a abrirle la puerta del copiloto a Bill, pero él se me adelantó y acabó dándome un golpe con la puerta en toda la cara.

¡Hijo de la gran...!

— ¡Lo siento! —se disculpó, elevando una mano para tocarme la cara. Lo hizo por un segundo, al menos hasta que yo se la quité de un manotazo. Demasiado suave para mi gusto.

— Da igual. Entremos.

El restaurante era una cosa muy vintage. Parecía sacado de Grease, lleno de colores pastel por todos lados. No era feo, de hecho entre la clientela que estaba sentada en las butacas no había nadie excéntrico —además de Bill—, así que suponía que estaría bien para un "primer movimiento". Lo mejor es que se veía medio caro, me di cuenta cuando miré a Bill y lo vi observar con los ojos como platos los precios en el menú que estaba sobre la caja.

Suerte que el dinero no era un problema para mí.

— Tom —dijo Bill, chasqueando los dedos para hacerme reaccionar. Me había quedado pegado mirándolo y ahora seguro la nenaza pensaría que me gustaba. Patético.

— ¿Qué?

— ¿Dónde nos sentamos?

— Ah, sí. Uhm... En la esquina, ven —indiqué, poniendo mi mano en su espalda para guiarlo.

No sentamos en una butaca que estaba en la esquina, justo en un ventanal, por lo cual teníamos una vista privilegiada de la calle y las personas que pasaban. Bill se sentó en frente de mí. Rápidamente vino una de las empleadas y nos dio los menús.

— ¿Quieren algo para tomar mientras deciden que ordenar? —preguntó la rubia con exagerado entusiasmo.

— Yo nada. ¿Bill? —Él me miró y sólo negó con la cabeza, haciendo que la chica se fuera.

Bill hundió la cabeza en el menú y yo le observé de lado. Quería ver qué tan arreglando se ponía normalmente, y trate de imaginar cómo se vería sin maquillaje. Desde esta distancia pude ver que tenía un cabello muy cuidado, al igual que su cara, sin ninguna imperfección a la vista. Sus ojos estaban perfectamente maquillados de negro, al igual que cuando lo conocí, y podía jurar que también llevaba brillo labial.

— ¿Qué tanto miras?

Dejó el menú a un lado y me miró fijamente a los ojos. Tenía que admitir que si te acojonaba un poco mirarlo a los ojos por el maquillaje oscuro, pero nada que yo no pudiera superar. Yo era experto en acojonar a a la gente.

— Nada, nada —lo evadí. Él quiso hacerme otra pregunta, pero no lo dejé—. ¿Ya vas a pedir?

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2018 ⏰

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