Capítulo 1

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Llegué a casa luego de haber sido partícipe de una pelea callejera, las típicas en las que apostabas tu vida y un poco de dinero por pura diversión. Tiré la navaja sobre la mesa y fui al baño para enjuagarme la boca; el muy mamón me había dado un guantazo. Tenía el labio roto, un leve rasguño en la mejilla y un moratón en la pierna. El mamón era uno de los nuevos y se quiso meter con uno de los jefes, es decir, se quiso meter conmigo.

Mi móvil sonó con su habitual e irritante música de porquería. Contesté, y con solo oír esas tres palabras al otro lado de la línea, pude sentir que mi cuerpo ya olía a sangre.

«Él está aquí».

Salí tan rápido como pude hacia la cochera, ignorando el moratón en mi pierna y el leve dolor que sentía en ella. Saqué las llaves de mi bolsillo y encendí mi coche, teniendo en mente el callejón donde usualmente nos encontrábamos con mi pandilla, el mismo en el cual estaría él: Andreas. Conduje unos cuantos minutos y, al llegar, me bajé del coche tan calmado como pude; tenía que mantener la calma a menos que quisiera romper el trato entre los bandos. De inmediato vi a un cuerpo hincado en el suelo, su cabeza cubierta por una bolsa negra y las manos atadas con una soga detrás de su espalda. Sabiendo que no podía verme, sonreí con malicia y me acerqué a pasos lentos.

— Oh, pero qué tenemos aquí... ¡Si es Andreas! ¡El chico promesas! —dije, agachándome y sacando de un tirón la bolsa que tenía en su cabeza. El rubio me miró desesperado.

— Tom, Tom, estaba a punto de conseguirlo —chilló, asustado—. Yo estaba por matarlo y él, él solo...

— ¡Ya cállate! —grité, propinándole una bofetada que le hizo girar la cara. Me incorporé y miré a mis hombres, escondidos entre las sombras—. Arrástrenlo hacia allá. Esta vez lo vamos a hacer a la antigua.

— ¡Tom! ¡Tom, no! ¡Tengo una hija, una familia que mantener! ¡Tengo...! —lloriqueó, pataleando mientras le arrastraban hacia la pared. Mis hombres le taparon la boca y le pusieron contra el suelo en cuanto llegaron al otro extremo.

— Andy, Andy... —canturreé, fingiendo sentir lástima por él—. Yo creo que deberías haber pensado en ellos antes de meterte en esto.

Andreas comenzó a gritar cosas que no entendí, ya que su boca ahora pertenecía a un pedazo de tela sucio con el que Axel se limpiaba las heridas luego de las peleas. Me coloqué los guantes y me sentí como el rey de los bandos en ese momento, pues todos estábamos reunidos en paz sólo por una cosa: presenciar la muerte de Andreas.

Y yo sería el encargado de provocarla.

Hice que se levantara, mis hombres de inmediato le tomaron por la espalda y los brazos, dando comienzo a su fin.

Comencé dándole una patada a su entrepierna para dejarlo inmóvil, casi rompiéndole los huevos, siguiendo con varios puñetazos en su abdomen. Luego, procedí con unos cuantos guantazos en la cara, provocando que saliera un poco de sangre de su labio y nariz. Salté sobre él, haciendo que cayera de espaldas al suelo, y le di tantos golpes como pude, para luego pararme y patearle con fuerza la cara. Mi trabajo ya estaba hecho: no podría sobrevivir a semejante patada en la cara y esa pérdida de sangre. Satisfecho, tomé el letrero que Sam había hecho especialmente para Andreas, el cual le colgué en el cuello, y finalmente lo apoyamos contra la pared. El letrero rezaba "estafador", en todo su esplendor.

Una perfecta obra de arte.

«Se va a pudrir ahí hasta que las ratas le coman», pensé. Me di media vuelta y alcé las manos; esta era una forma que teníamos para decirnos que ya habíamos acabado con el trabajo. Observé a todos y cada uno de los integrantes de los bandos que se encontraban ahí, incluso estaba el chupapollas ese que me había roto el labio. Sin detenerme a hablarle a alguien, escupí en dirección al piso y caminé lejos del callejón, dispuesto a conducir de vuelta a mi casa.

Cuando llegué a mi casa, los efectos de la pelea callejera y el asesinato de Andreas hicieron acto de presencia. Tenía la ropa sucia y llena de sangre, el dolor en la pierna me había empeorado debido a las fuertes patadas que le di y el corte del labio todavía no me cerraba. Necesitaba un baño urgente y luego buscar la forma de curarme los rasguños.

Me bañé tan rápido como pude y, olvidándome de mis heridas, me metí en la cama. Las horas pasaban y yo seguía en mi computadora, sin poder dormir, escuchando tontas canciones que me salían en el aleatorio. Exactamente a las 4:01 am se fue la luz, señal de que ya debía dormirme. Apagué la computadora y me subí la sábana hasta el cuello, durmiéndome como tronco a los pocos minutos.

Desperté debido a la chillona sirena de una ambulancia que pasaba por la calle de en frente. Me pregunté quién sería el desgraciado, y por un momento llegué a imaginar que era Andreas el que iba ahí, pero no era posible: el corazón de Andreas ya no palpitaba. Yo había acabado con su vida y más le valía haberse muerto en el callejón, porque no pensaba ensuciarme las manos con esa mierda nuevamente. Me levanté para ir al baño y lavarme la cara, cosa de la cual me arrepentí al instante, porque el roce de mi mano contra mi labio ardió como la mierda. ¡Maldición! Se me había olvidado que lo tenía roto. Tócate los cojones, esta suerte de mierda que tengo...

Salí del baño y fui a mi cajón para tomar un poco de dinero. No tenía comida en mi casa porque me había olvidado de comprar con tanto lío, así que iba a desayunar afuera. Me fui a la sala y busque a Copper, mi perro, para salir a pasearlo un rato en lo que yo buscaba donde comer algo. Lo encontré frente a la puerta de la casa, le puse la correa, agarré mis llaves y salí.

No tuve la oportunidad de caminar mucho, pues en cuanto di unos cuatro pasos, mi móvil sonó. Irritado, lo saqué sin mirar quién era y contesté:

— ¿Qué pasa?

— Tom —gruñó una voz ronca. Pertenecía a Vik, uno de los que había agarrado a Andreas mientras le daba la paliza de su vida—, ven ahora mismo al callejón.

No necesitaba escuchar más. Colgué, pero decidí irme caminando al callejón para poder fumarme un cigarro. El humo hacía que me ardiera el labio, pero lo ignoré.

Me tomó veinte minutos llegar al callejón. Allí vi a Vik, parado donde habíamos dejado a Andreas la noche anterior... pero sin Andreas. Y tampoco estaban Ed y Sam, los que se suponía harían guardia hasta que él cabron dejara de respirar. Ya veía donde estaba el problema.

— ¡¿Dónde coño esta Andreas?! —pregunté.

— Eso es exactamente lo que me pregunto yo. —Vik se me acercó amenazante—. ¡Se supone que lo habías matado, jefe! ¡¿Por qué no está ahora?!

Gruñí en dirección a Vik y me acerqué a la pared. La sangre de Andreas seguía ahí, intacta, pero él ya no estaba. No era posible que hubiera sobrevivido a mis golpes, porque los había calculado bien para que fueran mortales.

¿Dónde coño está Andreas?

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