4. Un farol

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Nada más ponernos al día con lo que habíamos descubierto, llamamos al señor Lino y le pedimos que nos reuniéramos urgentemente.

– Dígame Francesca, ¿Por qué miente por Susana? – la criada abrió los ojos de par en par, sorprendida por tal acusación.

 – ¿Cómo?   – preguntó confundida.

– No se haga la tonta, lo sabemos todo. Usted no pudo limpiar a las cinco de la tarde el horno porque todavía seguía caliente del medio día. La puerta estaba abierta a propósito para arrojar al niño inconsciente por el balcón. ¿O me equivoco? – ante la mudez de todos los presentes, seguí hablando– Los resultados forenses revelan que el niño sufrió un fuerte golpe en la cabeza que le dejó inconsciente. Pero ese golpe era distinto a los demás golpes que presentaba. Dígame señora Susana, ¿Ese golpe tiene algo que ver con el señor Pereira que tan groseramente se ha negado a contactar conmigo? – me fulminó con la mirada.

– ¿Quién se cree que es usted para hablarme así? – gritó llena de furia.

– Pererira también fue el mismo que chantajeó al forense para que falsificara la ficha, ¿verdad?

– ¡Fuera de mi casa! ¡YA! –la furia le tiñó las mejillas.

– Nos iremos, pero antes nos aseguraremos que la policía nacional os lleve directas a prisión. –miré a ambas mujeres para que se dieran por aludidas.

–¿Yo también? – intervino asustada Francesca – Yo no hice nada... ¡Fue ella y aquel señor rubio! Me chantajearon, me amenazaron con deportarme a mí y a mi niño a Rumanía. – señaló con rabia a Susana - Señor Lino, le juro que yo no tuve nada que ver. ¡Quise correr a la comisaria! ¡Dios sabe que quería! Pero no pude... – se arremangó la manga de la camiseta para dejar ver unos moratones seguramente causados por un fuerte agarrón. – Ese policía amenazó a mi hijo con hacerle lo mismo que a mí...

– Dime que se equivocan Susana, dímelo. – el señor Lino trató de que su  voz sonara autoritaria, pero las fuerzas le traicionaron y acabó rogando que le dijera la verdad.

– Cariño, yo te quiero...

–¡Lo hiciste! – exclamó el señor Lino sin dejar que terminara – ¿Cómo has podido? ¡Era nuestro hijo! ¿Fue por él, verdad? ¡Por ese estúpido de Pereira!

–¿Qué dices? ¿Pero cómo puedes decir eso?

–¡No mientas! Sé que llevabais acostándoos juntos durante años. ¿Acaso crees que soy estúpido y que no me doy cuenta?  ¡Yo te quería, te hubiera perdonado tu desliz! Pero has matado  a Gonzalo...

–Yo no quise hacerlo, Arturo. ¡Fue Pereira! El quería empezar una vida de cero conmigo. Me pidió que nos marcháramos lejos de aquí, pero le dije que no podía porque no podía abandonar a Gonzalo. Y él se lo tomó mal, bajó al salón y lo golpeó. Luego lo lanzó por la terraza. ¡Yo no hice nada, lo prometo!

Pero el señor Pereira ya no escuchaba. Caminaba por el salón como un león enjaulado a la espera de saltar sobre el cuello de su captor.

–Mi niño... solo quería proteger a mi niño... – murmuró desolada Francesca.

– Espero que te pudras en la cárcel. –escupió Arturo con despreció. – Lo que has hecho no tiene nombre... ¡Encubriste al asesino de tu hijo! 

– ¡Cariño, por favor! ¡Reconsidéralo! ¡Soy tu mujer! –gritó desesperada.

–Voy a ir a la policía antes de ir a comisaría y matar a ese malnacido de Pereira.

– Eso no hará falta, señor Lino. La policía ya está en camino. Además... – dije mientras me sacaba la grabadora del bolsillo de la chaqueta. – hemos gravado la conversación.

La policía llegó en cuestión de dos minutos y detuvieron a las mujeres. Mientras tanto, Marcos y yo no pudimos reprimir la sonrisa de satisfacción que nos producía el trabajo bien hecho. Pudimos haber fracaso, podían haber no confesado y la policía podía haber cerrado el caso bajo llave, pero no fue así. Nos la jugamos todo a una carta y vencimos. El pequeño Gonzalo por fin podrá descansar en paz. 

Fin

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Un abrazo y espero verte pronto por alguna de mis otras novelas. Un beso. 💙

Un Crimen en FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora