3. Investiguemos...

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Después de más de dos horas discutiendo, Marcos y yo conseguimos ponernos de acuerdo. La idea era separarnos y optimizar el poco tiempo que nos quedaba antes de que la policía diera el carpetazo definitivo a la investigación. Mientras Marcos acudía al depósito de cadáveres para conseguir los resultados de la autopsia, yo era el encargado de contactar personalmente con el comisario a cargo de la investigación, un tal Pereira.

–Buenos días, soy el inspector Fernando Baeza –me dirigí a una mujer que se escondía tras el monitor de su mesa y que deduje que era la recepcionista–. Quisiera hablar con el señor Pereira, el encargado de investigar sobre el caso del pequeño Gonzalo. 

Nada más pronunciar aquel nombre, la mujer se puso en pie como un resorte. 

–Voy a comunicárselo personalmente, señor. Un minuto. – y desapareció por la puerta.

Aunque la reacción de aquella mujer era más que sospechosa, decidí no alarmarme. Pero no pasaron ni apenas dos minutos cuando un murmullo que pasó a ser una acalorada discusión, se hizo audible desde el otro lado de la puerta.

–¡Ni se te ocurra salir, rubio! –dijo una voz desde el otro lado de la puerta. – la respuesta no fue clara, pero la voz siguió hablando.– No sé qué carajo hace este hombre aquí, pero... –la voz fue bajando paulatinamente hasta hacerse inaudible.

La puerta se abrió de un portazo y un hombre se dirigió a mí con cara de malas pulgas. Pisaba el suelo con fuerza, como si se tratara de cráneos enemigos a los que aniquilar. No me amilané. 

– Me da igual el número de condecoraciones que le hayan dado y el prestigio que tenga dentro del cuerpo policial de Madrid, pero está tardando en mover el culo para marcharse de aquí.

–Solo quiero ayudar en el caso del pequeño Gonzalo. No pienso ser una amenaza, no quiero llevarme el mérito de nada.

–El caso ya está cerrado, deje que sus padres pasen el luto con dignidad. No les hace falta que un policía retirado con aires de grandeza meta el dedo en la herida. 

Por un momento pensé en contestarle, en decirle cuatro cosas bien dichas,  pero al final opté por la mejor decisión: marcharme de allí sin decir nada. No estábamos en igualdad de condiciones, él tenía tras su espalda cinco camaradas dispuestos a echarme de allí a patadas, y yo no tenía nada. Lo que no me pasó desapercibido era que la policía quería cerrar este asunto para no verse metido hasta el cuello de problemas. 

Al llegar a la cafetería del hostal me encontré con Marcos. Lucía nervioso, sin poderse quedar quieto de su asiento. Al acercarme, no me dio ni tiempo a saludar. Se aferró a mi brazo y me obligó a mirarle a los ojos.

  – No te vas a creer lo que he descubierto, amigo...  

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