1. El caso

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Todavía recuerdo aquel caso como si fuera ayer y el modo en el que nos influyó en nuestras aburridas vidas. Era un día como otro cualquiera, acabábamos de pillar a un jovenzuelo que se dedicaba a robar melones de la huerta del señor Mendoza y decidimos recompensarnos con el resto del día libre. Echamos el cierre en la tienda y nos servimos una taza de café mientras veíamos un partido de segunda división en la caja tonta. Alguien llamó insistentemente a la puerta, asustándonos. Nos levantamos de un salto y estuvimos  a punto de volcar nuestros cafés.

– ¡Adelante, está abierto! – exclamó mi compañero mientras se apretaba el nudo de la corbata.

–Buenos días.

Un señor cercano a la cuarentena entró por la puerta. Tenía aire distinguido pero lucía claramente cansado.

– ¿En qué podemos ayudarle, señor? – pregunté mientras le ofrecía asiento con un leve gesto de muñeca.

– Verán... – se sentó– Me llamo Arturo Lino. Hace quince días mi hijo apareció ahogado en una de las calas del mar. Yo mismo descubrí su cadáver mientras volvía de la oficina...

– Lo sentimos. – contestamos al unísono.

– La policía quiere cerrar el caso. ¡Dicen que fue un accidente!– exclamó desesperado. – ¡Y yo sé que no lo fue! Gonzalo siempre tenía mucho cuidado con acercarse a la barandilla. Susana y yo éramos muy estrictos en ese aspecto... –De repente se calló. Abrió los ojos de par en par y se agarró al escritorio con fuerza. Marcos y yo nos miramos confundidos. – ¿Qué diablos está pasando? ¿Es que ustedes no lo notan? –gritó aterrorizado.

– ¿El qué? – dijo Marcos desconcertado.– ¿Le ocurre algo, señor Lino? 

 Yo me encogí de hombros, estaba igual de confundido que él.

– ¿Cómo que qué diablos le pasa? ¿Es que no notan ese temblor, pedazo de majaderos?

–¡Ahhh! –exclamé – No se preocupe, es el tren. Solo dura unos segundos– traté de tranquilizarlo aunque no tuve éxito–. Solo hay que esperar a que pase, no dura más de tres minutos. 

Cuando el temblor desapareció y los presentes retomaron la calma, Arturo Lino se levantó de su asiento mientras se recolocaba la corbata.

– Venir aquí ha sido un error.  ¿Qué clase de detectives respetados tendrían su oficina encima de una maldita estación de tren?

– Señor Lino–Marcos se levantó de su asiento y con tono severo siguió hablando –, créame si le digo que somos los mejores detectives de la zona. Y usted está desesperado, ¿no es así? – el hombre asintió– ¿Entonces qué es lo que pierde? Déjenos ayudarle.

El hombre se lo pensó unos segundos mientras nos inspeccionaba con la mirada de arriba abajo hasta que dijo las palabras mágicas: "De acuerdo". Nos dejó su dirección escrita en un posit y se marchó.

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Un Crimen en FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora