Capítulo I

66 0 0
                                    

Cuando la gente me ve, piensa que, cualquier día de estos, te imitaré y terminaré destruyéndome a mí mismo. Me gustaría que sea cierto. Encontraste la manera perfecta de liberarte del laberinto del sufrimiento. Huiste de la tormenta y ahora hay solo calma...

Fui iluso al creer que serías mi segunda oportunidad para demostrarme al fin que soy una buena persona, que soy lo suficientemente inteligente como para idear algo y devolverle el sentido a una vida casi perdida. Pero ni siquiera le había dado un motivo a la mía. Así que fallé. Fallé contigo y fallé conmigo.

Cuando veía estas películas, donde el actor principal es un maldito sujeto frío, que encuentra a una niña, y la cuida, y la protege y ésta termina cambiándole la vida. Que hacía que su universo cambie y sea más alegre, lleno de sonrisas, ayudándole a ser mejor persona y que piense que el mundo es un lugar mejor porque ella existe; me hizo creer que cuando te encontré, podría hacer lo mismo. Pero yo no era un maldito sujeto frío; en realidad, era todo lo contrario. Y sé que tú, que me conoces casi perfectamente, lo sabes. Soy demasiado torpe, demasiado distraído y demasiado tímido, así que nunca seré lo que ellos fueron, ni tú serás lo que yo salvé y le devolvió el sentido a mi vida, ni terminaré muerto por salvarte, ni terminarás viva como mi legado.

Tal vez eso es lo que más me duele ahora mismo; reconocer en qué fallé. 


Cuando salvas a alguien, ¿no crees que su vida será bonita por haberle dado otro motivo para vivir? Yo creo que sí. Creí que tu vida sería distinta por haberme conocido, pero si lo hubiera sido, al menos hubieras tratado de cambiar de parecer, al menos hubieras tratado de...
¡Lo hubieras hecho porque te habría convencido de que es bueno vivir! Te hubiera convencido que llenases tu círculo de personas dispuestas a ayudarte. Entonces cambiarías, tendrías la suficiente fuerza para salvar, para ayudar y contribuir un poco más con tu familia, con tus amigos y, dejar de ser la persona que necesite ayuda. Hubiera sido tu evolución. Hubiera cambiado tu vida. Hubieras cambiado la mía, para bien.

Pero la inconsistencia de nuestra humanidad, a veces nos hace creer que algo que está roto, nunca estará dispuesto nuevamente a arreglarse.
Y un pensamiento así había surgido en ti. Habías creído que algo en ti se rompió y que nunca más volverías a encontrar una manera de reconstruirte. Así que caíste en una depresión tremenda, que acabó con todos tus sueños y esperanzas. Las personas ya no te devolvían lo que querías —y no tratabas de recuperar—. No le dabas la oportunidad a nadie. Querías a las personas, pero no dejabas que nadie te quisiera.

Yo te decía que era parte de tu enfermedad, porque la depresión es una enfermedad mental, una que desequilibra algunas sustancias que se encuentran en nuestro cerebro y que hace que escaseen las que nos causan paz y alegría.
También te decía que existían remedios caseros que podías crear, que regularían eso que te tenía casi muerta de aflicción.
Te decía que debías de tomar las medicinas que te habían recetado los psiquiatras —si no buscabas lo tradicional— y que evites la soledad de tu habitación.

Ambos sabíamos que tus padres nunca dejarían que  me acercara a ti, porque tengo 22 años y tú 13.
No podíamos salir a pasear, ni mucho menos, sentarnos en un parque a conversar, a vista de todos.

A veces pienso que no me hubiera importado que piensen que soy un pedófilo del bosque, si mi compañía te hacía feliz. No me hubiera importado ir a tu hogar y conversar con tus papás sobre lo que necesitabas.  Que luego tu padre, me saque a patadas de tu casa o a disparos. Que llame a la policía, y yo, al tratar de explicarles lo que vine a buscar, me encarcelen y me cataloguen de depravado. No me hubiera importado... Pero no lo hice.

Lastimosamente, las reglas que ha creado el hombre, deben de aplicarse en todos los casos, no importa cuánto trates de salvar o ayudar a que no se pierda una vida.

Mi ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora